domingo, 15 de enero de 2012

Álvaro Uribe Vélez es tóxico para la democracia

Algunos sabíamos esto y siempre lo hemos afirmado (al menos, desde que somos antiuribistas).

Ahora, las cifras nos apoyan. Según un estudio del Observatorio de la Democracia [PDF], el caudillismo y mesianismo (en este caso, uribista) son expresiones que fomentan actitudes antidemocráticas.

Sus hallazgos dejan mucho que pensar y que desear:

El estudio parte de que hay dos tipos de actitudes antidemocráticas por excelencia: por un lado, actitudes en contra de la separación de poderes (qué tan de acuerdo se está con cerrar el Congreso o la Corte Constitucional cuando le estorban al presidente), y, por el otro, actitudes en contra de la oposición y las minorías (verlos como una amenaza y querer limitarles la voz y el voto).

Pues bien, entre 2008 y 2011 estas actitudes se redujeron considerablemente. El porcentaje de personas de acuerdo con cerrar el Congreso o la Corte pasó del 45,9% (¡impresionante!) a 33,6%, mientras que el porcentaje de personas que ven a las minorías como una amenaza y que estarían de acuerdo con limitar la voz y el voto de la oposición se redujo de un altísimo 50,7% a 37,6%. Hemos mejorado, pero todavía estamos en el grupo de países de las Américas con menor respeto por los principios de la democracia liberal.

Este hallazgo es interesante, pero son aún más interesantes las razones que explicarían este cambio, y aquí es donde entra Uribe. Además de estas actitudes, el estudio midió el “apego personal al presidente”, y encontró que aquellas personas más “apegadas” tenían actitudes más antidemocráticas: su fe ciega en Uribe las llevaba a darle una especie de cheque en blanco, que le permitía cerrar el Congreso o la Corte, o limitar el papel de las minorías o de la oposición, con tal de que lograra sus propósitos. La buena noticia es que entre 2008 y 2011 el apego al presidente se redujo y, con a esa reducción, bajaron también las actitudes antidemocráticas.

Yo siempre me he opuesto a la censura, pero Uribe no. Según él, la oposición no debería hablar mal del gobierno. No le haría ningún daño empezar a aplicar sus propias recetas, ahora que es oposición y no poder.

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