miércoles, 20 de junio de 2012

La trampa de los bancos

Este es el segundo de una serie de tres posts en donde extraigo algunos párrafos de Cleptopía de Matt Taibbi para explicar cómo es que de un momento a otro desaparecieron toneladas de dinero y millones de personas alrededor del mundo se vieron en la calle, de la noche a la mañana.

La vez pasada fue el recuento de cómo los bancos crearon la burbuja hipotecaria y promovieron que a las personas de clase media y baja se les ofrecieran casas que estaban por encima de sus posibilidades, para apostar sobre si pagarían o no. Esta entrada corresponde, entonces, a la parte de los CDS.

La estafa de esta burbuja financiera no se habría llevado a cabo si no hubieran existido los CDS o seguros de impago de deuda, credit default swap:

Un CDS no es más que una apuesta sobre un resultado posible. Funciona así: dos banqueros se juntan y deciden apostar sobre el posible impago de un propietario que tiene una hipoteca de 300.000 dólares. Apostando contra el propietario, el Banquero A ofrece pagarle al Banquero B 1.000 dólares al mes durante cinco años, con una condición: si el propietario deja de pagar, el Banquero B deberá pagarle al Banquero A el valor total de la hipoteca, en este caso 300.000 dólares.

Así que el Banquero B ha apostado 5 contra 1 a que el propietario no dejará de pagar. Si no hay impago, el Banquero B recibirá 60.000 dólares en cinco años del Banquero A. Si hay impago, el Banquero B le debe 300.000 dólares al Banquero A.

Esto es un juego de apuestas duro y puro, pero en un principio no se inventó para ese propósito. Originalmente servía para que los bancos sortearan las restricciones a los préstamos. Sucedía que según los Acuerdos de Basilea, los bancos estaban obligados a tener al menos un dólar en reserva por cada ocho que prestaran; el CDS era una manera de burlar esa limitación.

Pongamos que el Banco A posee diez millones de dólares en bonos de IBM, calificados como A-. Así que el Banco A llama al Banco B y le propone un acuerdo: te pagaremos 50.000 dólares al año durante cinco años a cambio de que te comprometas a pagarnos diez millones si IBM deja de pagar en los próximos cinco años, lo que por supuesto no sucederá, porque IBM siempre paga.

Si el Banco B está de acuerdo, el Banco A puede ir a los reguladores de Basilea y decirles, “Oye, estamos asegurados por si algo falla con nuestros bonos IBM. Así que no lo cuenten como dinero sometido a riesgo. Déjennos prestar un porcentaje mayor de nuestro capital, ahora que estamos asegurados”. Así que todos ganan. Básicamente, el Banco B se lleva 250.000 dólares sin hacer nada. El Banco A, mientras tanto, consigue prestar unos cuantos millones de dólares más, puesto que sus diez millones en bonos de IBM dejan de contar como capital de riesgo.

Así es como se supone que debería funcionar. Pero dos hechos contibuyeron a transformar un método semirrazonable para que los bancos se aseguraran contra el riesgo en una herramienta explosiva para sembrar el planeta entero en deudas salvajes.

El primero fue que no se creó regulación alguna para tener la seguridad de que, al menos, una de las dos partes implicadas en el CDS tuviera un interés real en el bono de base. Lo que se vino a llamar “seguro de impago desnudo” (naked default swap) permitió entonces que el Banco A le comprara al Banco B un seguro no solo para sus bonos en IBM, sino también, por ejemplo a las acciones de una compañía a punto de hundirse que un tercer Banco X, con el que ni A ni B tenían nada que ver, tuviera entre su cartera de inversiones. Esto es como dejar que alguien compre un seguro de vida para un desconocido que tuviera cáncer en fase terminal: una locura de principio a fin.

El otro factor fue que ninguna regulación exigía que el Banco B tuviera dinero alguno a la hora de ofrecer ese seguro CDS. En otras palabras, el Banco A podía comprar un seguro para sus bonos IBM, y conseguir una exención de los reguladores para sus restricciones de crédito, aunque el Banco B nunca probara que tenía el dinero suficiente para cubrir esa apuesta. Sus detractores suelen comparar Wall Street con un casino, pero en el caso de los CDS era muchísimo peor: un casino no permite que alguien haga una apuesta que no puede pagar.

Estos CDS fueron vendidos en cantidades industriales a bancos de todo el mundo, incluidos los pesos pesados de Wall Street, por Joe Cassano, "un hombre de finanzas sumamente imbécil que dirigía una pequeña unidad dentro de AIG llamada AIG Productos Financieros, o AIGFP".

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