sábado, 28 de febrero de 2015

Los límites de la libertad de expresión



Desde antes de la masacre en Charlie Hebdo venía pensando sobre los límites de la libertad de expresión. Algunos consideran que la libertad de expresión debe ser absoluta; yo no comparto esta postura, pues todos los derechos están limitados por los derechos ajenos y la libertad de expresión no es la excepción.

Fue ese atentado terrorista (y sus justificaciones) lo que finalmente me impulsó a escribir sobre los límites a de la libertad de expresión — callarnos es otra forma de darle munición a los fundamentalistas, porque serían la única voz estableciendo los límites de la libertad de expresión y, como hemos visto, los límites que ellos quieren se reducen más o menos a "prohibir todo lo que no me guste" (¡hola estudiantes de UC Berkeley!).

Siguiendo el criterio rector de los derechos ajenos, encontramos algunos límites legítimos a la libertad de expresión:

• Difamación: Manchar la reputación ajena, difundiendo falsedades; esta acción representa un riesgo inmediato para alguien que podría ver que sus amistades, socios y colegas le retiran la palabra, cambian su actitud o, peor, lo atacan por algo que no ha hecho.

• Matoneo: Acoso y hostigamiento destinados a maltratar psicológica, verbal y/o físicamente y de forma reiterada a alguien más.

• Secretos de Estado: Revelar secretos que pongan en riesgo efectivo a los ciudadanos u oficiales de un país. (Por ejemplo, no se transmiten las operaciones militares en vio y en directo.)

• Secretos comerciales: Revelar secretos que pongan en riesgo un negocio o iniciativa comercial cuya promesa de valor dependa o incluya la originalidad de una idea o el secreto del know how.

• Revelar la intimidad ajena: Lo que cada quién haga en su intimidad es su problema (con la posible excepción de una infidelidad de pareja, en países donde la infidelidad no sea delito ni castigado de ninguna forma por el Estado, y cuando se le informe exclusivamente a la persona engañada).

• Daño económico: Cuando mediante la especulación o la mentira se ponga en riesgo de colapso inminente el sistema financiero de un país o se engañe a alguien para que compre un producto o servicio falso (estafa, publicidad engañosa).

• Riesgos para la salud: La promoción de pseudomedicina (homeopatía, acupuntura, reiki, etc.) y el negacionismo de tratamientos de eficacia comprobada (antivacunas y negacionistas del VIH-Sida).

• Amenazas: Nadie tiene por qué ver perturbada su tranquilidad con amenazas contra su integridad o la de sus allegados.

• Autoría intelectual: Lo que en derecho penal se conoce como determinador, que es quien instiga o da la orden de cometer un delito.

• Estado Laico: El laicismo consiste en la separación entre el Estado y las confesiones religiosas, por lo que nadie debería abusar de la plataforma que el Estado le ofrece para favorecer ninguna expresión religiosa. En un Estado laico, los dioses y sus reglas se quedan en sus respectivos templos.

• Educación: Los colegios y universidades son lugares para la transmisión del conocimiento, al cual sólo se llega a través del método científico y sus herramientas. Las entidades educativas —principalmente las que se encargan de enseñar a los más pequeños— tienen la obligación de decirles lo que, gracias a la evidencia, podemos afirmar con razonable certeza que es verdad. Por eso es vergonzoso que los centros educativos se presten para patrocinar creencias irracionales y anticientíficas. El noble propósito de la educación radica en enseñarle a las nuevas generaciones cómo funciona el mundo para que puedan defenderse y desenvolverse en él. Abusar de la confianza depositada en los formadores para transmitir sistemas de creencias o afirmaciones gratuitas (religiosas, anticientíficas o conspiranóicas) o que simplemente niegan hechos constatados, destruye la premisa de la educación.

Estas conductas no están amparadas por la libertad de expresión ya que todas ellas representan un riesgo efectivo para alguien más de manera real, directa e inmediata, con consecuencias que, por lo general, serán irreparables.

Paradoja de continuidad


Ahora bien, como no nos cansamos de repetir existe el derecho a ofender y el derecho a sentirse ofendido, pero no existe el derecho a no-sentirse ofendido.

Ya lo decía Salman Rushdie:

No existe el derecho a no ser ofendido. Ese derecho, simplemente no existe. En una sociedad libre, una sociedad abierta, la gente tiene opiniones fuertes, y estas opiniones muy a menudo chocan. En una democracia, tenemos que aprender a lidiar con esto. Y esto es cierto sobre las novelas, es verdad acerca de los dibujos animados, es cierto acerca de todos estos productos.

Sin embargo, sabemos que no todo el mundo juega limpiamente. Alguien podría intentar censurar un comentario legítimo acusando de matoneo a su autor, y alguien más podría intentar justificar su acoso diciendo que es discurso ofensivo pero no matoneo.

Este es un caso típico de la paradoja de la continuidad y seguramente será reconocida por quienes están familiarizados con la evolución.



Si en un extremo tenemos verde y en el otro rojo, podemos argumentar que ningún punto del continuo es enteramente verde e, igualmente, que ningún punto intermedio es completamente rojo; sin embargo podemos reconocer claramente el verde y claramente el rojo y podemos determinar el extremo más cercano en cualquier parte del espectro.

En este tema particular, sugiero que la paradoja se resuelva haciendo un análisis caso por caso, para ver si hubo intención de acoso y hostigamiento o si, a pesar de ser provocativa, una expresión no pretendía dañar a nadie. Creo que los jueces deberían recibir un entrenamiento especial para poder impartir justicia de manera adecuada para castigar el matoneo y evitar la censura.

Discursos protegidos


La libertad de expresión permite que todos digamos lo que pensamos; sin embargo, la mayoría de las personas en las democracias fuertes no ven amenazada su libertad para expresarse.

Mientras una opinión sea aceptable en una sociedad determinada, sus defensores no verán constreñido su derecho a expresarse. Por tanto, son las opiniones impopulares las que deben ser protegidas, pues son las que corren el riesgo de ser censuradas.

Debe defenderse el derecho a expresar cualquier opinión por más ofensiva que sea (blasfemia, crítica de creencias).

Debe defenderse el derecho a expresar cualquier opinión por más repulsiva que sea (discurso del odio, sexismo, racismo, clasismo, parafilias)

Debe defenderse el derecho a expresar cualquier opinión por más demostrablemente falsa que sea (negación de las atrocidades nazis).

Siempre habrá personas con buenas ideas y malas ideas. Mientras las malas ideas no atenten directa e inmediatamente contra alguien más (o la sociedad), hay que defender el derecho a expresar esas ideas porque la gente es la que decide sobre qué ideas quieren estar informados y porque las personas deben tener acceso a las malas ideas.

Una vez me preguntaron si pensaba que Mein Kampf debía ser vendido en las librerías. Por supuesto que sí; no porque considere algo en ese pedazo de basura como algo más que delirios, sino porque yo no soy quién para decirle a la gente lo que puede leer o no.

En el mercado de las ideas, las personas deben poder acceder a cualquier idea — es hora de dejar de tratar a las personas como idiotas; ellos no serán convencidos de una mala idea por la simple exposición a ella.

La libertad de expresión es esencial para la democracia y un baluarte contra la tiranía, es lo que nos ha permitido progresar como especie y mal haríamos en ponerle talanqueras innecesarias.

Ya lo decía Jerry Coyne hace unos días:

La única razón por la que hemos sido capaces de doblar el arco del universo moral hacia la justicia, como dijo Martin Luther King, es mediante la expresión y el debate — expresión que algún grupo habría considerado ofensiva y peligrosa.

(Imagen: DSC01467 via photopin (license))

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.