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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Todos son Trump



De un momento a otro, todo el mundo empezó a asustarse con la victoria sostenida que Donald Trump ha tenido como precandidato del Partido Republicano de EEUU para las elecciones de 2016. Entiendo que los líderes del partido estén asustados porque Trump no come de su mano —como tampoco lo hace Ben Carson— así que, incluso si él gana en nombre del Partido, ellos tienen mucho que perder.

Eso está claro. Lo que no es claro es por qué se asustan todos los demás, incluyendo conservadores sociales y personas que han votado republicano siempre. Trump ha pedido que se le prohíba la entrada a EEUU a todos los musulmanes y pidió construir un muro entre ese país y México para que los mexicanos (y latinos) dejen de entrar, además de prometer que deportará a todos los mexicanos (latinos) ilegales.

Sus declaraciones son xenofóbicas y a más de uno le parecerán racistas — y ciertamente es preocupante que un candidato presidencial pretenda negarle los más básicos derechos humanos y libertades a grupos enteros de personas. Pero Trump es un producto Republicano.

Por generaciones, el Partido Republicano ha hecho suya la política de negarle derechos y libertades a grupos enteros de personas. Particularmente, los ateos, las mujeres, los afroamericanos, los pobres y los LGBTI han sido los blancos favoritos de su venenosa retórica.

Desde que George Bush dijo que ser ateo era incompatible con la ciudadanía americana, hasta las absurdas políticas para dificultar y demorar la prestación de servicios de aborto, pasando por la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo o la oposición al Affordable Care Act y todo ello sazonado con negacionismo científico de hechos tan monumentalmente innegables como la evolución o el cambio climático, la retórica Republicana ha sido un referente de discurso del odio, ignorancia, intolerancia, clasismo, racismo, sexismo y privilegio religioso.

La única diferencia entre Trump y los otros precandidatos —exceptuando, de nuevo, a Carson— es que Trump no es del establecimiento. Y ahí radica su éxito: él puede decir todo aquello que, por decoro y no perder patrocinadores, los demás sólo se atreven a insinuar tímidamente... pero lo están pensando. Es más, cada vez que Trump sale con uno de sus exabruptos, los precandidatos del establecimiento responden escalando su retórica intolerante, para evitar perder los pocos votos que tienen.

Eso no los hace diferentes a Trump, sino iguales. Todos son Trump, sólo que Donald les ganó en su propio juego.

Para más inri, yo dudo que Trump —a diferencia de los precandidatos del establishment— tenga realmente convicciones intolerantes — para mí, él sólo está diciendo lo que los votantes quieren escuchar y le ayuda ser un equal-opportunity offender, alguien que ofenderá tantas personas o grupos de personas como pueda, sin que le asista para ello un sesgo o una intolerancia especial por rasgos biológicos o ideológicos.

Con lo que volvemos al principio: esta es el alma del Partido Republicano, intolerancia y negarle derechos a grupos de ciudadanos. ¿Por qué ahora hay personas preocupadas por esto, si nunca antes les había importado un pimiento?

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