viernes, 5 de julio de 2013

Salvajes, ¿pero buenos?



Gustavo Colorado Grisales contrasta el mito buensalvajista con la realidad:

Para empezar, no encontré rastro alguno de “coexistencia pacífica”. Todo lo contrario: si algo facilitó la conquista de México fue el carácter imperialista de los aztecas. El resentimiento provocado por sus invasiones y despojos, hizo que muchos pueblos se unieran al conquistador como una manera de liberarse del yugo.

Trasladados más al sur, al actual territorio de Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia hallamos una pugnacidad permanente expresada en sangrientas guerras de sucesión ligadas al anhelo de propiedad y dominio. Por su lado, lo del “respeto al medio ambiente” resulta explicable por la desproporción entre el número de habitantes y la cantidad de tierra disponible. La noble idea de permitir el descanso de la Pacha mama mientras se cultiva en otro lado es impensable hoy en un planeta sitiado por el hambre y por la concentración de las riquezas.

Eso para no hablar de la estructura familiar de muchas tribus, signada por la situación subordinada de las mujeres, reducidas en muchos casos a la condición de vientres reproductores y bestias de carga. Si a eso le sumamos la legitimación de los asesinatos rituales no tenemos propiamente un panorama alentador.

Esto en respuesta a un tal Hernán Cortés que, en los foros sobre restitución de tierras, sugirió que el camino para la paz era regresar a los modos de propiedad y producción de las tribus precolombinas (!).

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