miércoles, 17 de diciembre de 2014

Hitch se quedó de pie



Una bonita anécdota de Dave Pell, en el tercer aniversario de la muerte de Christopher Hitchens:



Durante años he sido miembro de un grupo de San Francisco llamado la sociedad del Almuerzo. Aproximadamente, cada mes el organizador invita a alguna persona notable —un autor, un científico, un político, un astronauta— a unirse al grupo para el almuerzo en un restaurante local.

El invitado se presenta, él/ella habla por un minuto o dos, y entonces todos se sientan a tener una buena discusión durante el almuerzo. Ese ha sido el formato de todos los que he visto venir a estos almuerzos.

Excepto por Christopher Hitchens.

Hitch se quedó de pie

Estábamos en una habitación privada del piso superior en un restaurante del centro. Hitch fue invitado a sentarse, pero él dijo que preferiría estar de pie. Luego abrió un par de ventanas, sacó un paquete de cigarrillos, se puso de pie detrás de su silla, en repetidas ocasiones bebió de un vaso de whisky, y procedió a disertar sobre una variedad de temas durante unas dos horas, sólo interrumpido por un camarero que irremediablemente le informaba que éste era un restaurante para no fumadores.

Debimos esperar que el almuerzo sería un poco diferente con Hitchens como invitado. Al fin y al cabo, todo sobre Christopher Hitchens era diferente. Sus tiempos, su humor, sus posiciones sobre los temas del día y, por supuesto, la magnitud de su intelecto.

Por esas dos horas, estuvimos pegados a nuestras sillas. Después del almuerzo, un puñado de nosotros cruzamos la calle para sentarnos en algunas mesas al aire libre y continuar con la bebida. Esto fue en los primeros días de Internet, antes de la era de seguir y del Me Gusta y, en el momento, Hitchens sabía muy poco sobre blogs y links. Así que me hizo preguntas sobre el único tema de la historia humana sobre la que yo sabía más que él.

Allí estábamos, zumbando en un café al aire libre en una tarde soleada de San Francisco y, durante dos minutos, le estuve explicando algo a Christopher Hitchens, quien bebía en ese traje de lino color beige que llevaba a todas partes en esos días. Se trata de dos minutos que nunca olvidaré.

Y nunca olvidaré la urgencia con la que me gustaba ir a sitios que ofrecían los ensayos de Hitch cuando quiera que algo realmente grande ocurría en el mundo. Yo refrescaría las páginas una y otra vez hasta que podía leer algunos análisis de un tipo con la potencia de fuego para respaldar sus posiciones (ya sea que estuvieras de acuerdo con ellas o no, siempre estaban bien argumentadas).

Ahora que Hitch se ha ido, me encuentro volviendo a esos sitios y las páginas de las revistas donde solía encontrarlo. Sigo actualizando los sitios y pasando las páginas en busca de un artículo que sería inteligente y lo suficientemente divertido para poner su fallecimiento en perspectiva. Pero no sirve de nada. El único hombre que podía escribir ese artículo era Hitch. Pero sus furiosamente prolíficas palabras se han detenido, y el coeficiente intelectual del mundo ha caído como un diez por ciento a causa de ello.

He pasado muchos momentos al lado de personas que hacen sentir una reverencia. Grandes atletas, celebridades, políticos carismáticos, líderes de empresas. Esos momentos siempre son memorables. Pero el momento es diferente cuando la admiración que sientes es por la mente de una persona. Y así, los momentos eran siempre un poco diferentes con Christopher Hitchens.

Viendo en retrospectiva, creo que todo tuvo perfecto sentido. En una situación en la que todo el mundo se sentó, Hitch se quedó de pie.

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