martes, 29 de noviembre de 2016

La relación entre baja religiosidad y bienestar social



Hace unos días hablamos de los países menos religiosos del mundo y cómo parecen tener en común mayores niveles de armonía social, igualdad y libertad.

La información fue tomada del libro The Nonreligious, donde Phil Zuckerman, Luke Galen y Frank Pasquale recopilan, presentan y analizan críticamente toda la investigación existente hasta la fecha sobre las personas y sociedades laicas.

Aunque en el post sobre los países menos religiosos advertí que correlación no es causalidad, nunca está de más insistir en este punto. De hecho, Zuckerman et al ofrecen varias hipótesis y explican cuál es la que está mejor respaldada por la evidencia:

Tenemos que tener cuidado, por supuesto, de no confundir la correlación con la causalidad. La discusión precedente no prueba en modo alguno que el laicismo genere resultados positivos en la sociedad, por sí mismo. Es concebible —si no es más que probable— que el éxito/fracaso, bienestar/depravación, o insalubridad/salubridad de diversas sociedades hoy en día tenga poco que ver con el nivel de laicismo/religiosidad de su población, sino que más bien son el resultado de una serie de factores históricos, políticos y económicos diversos y dispares, tal vez relacionados con el colonialismo, la explotación del trabajo extranjero, el acceso a los recursos naturales, la resistencia a las enfermedades, el clima, y así sucesivamente. O, como parece sugerir una buena cantidad de datos, tal vez el éxito laico y social son causados por una tercera variable, como las tasas de logro educativo. O tal vez ambos, los niveles de laicismo y de bienestar social están causalmente vinculados a los gastos del Estado de bienestar. Todas estas son posibilidades interesantes, plausibles.

Sin embargo, la relación de correlación / causalidad que parece tener más sentido —y actualmente tiene los mejores datos para apoyarla— proviene del trabajo de Pippa Norris y Ronald Inglehart [...] Como recordarán, Norris e Inglehart demuestran que no es necesariamente el caso de que la religión provoque desorden social, ni que el laicismo cause bienestar social. Más bien, es justo lo contrario. De acuerdo con su análisis, en países caracterizados por altos grados de salud social, donde la mayoría de las personas viven vidas relativamente seguras, tienen fácil acceso a alimentos, vivienda, salud, educación y viven vidas pacíficas, apoyadas y no amenazadas, tendemos a encontrar las tasas más altas de laicismo, ateísmo, agnosticismo e indiferencia teísta. Por el contrario, en los países más afectados con males sociales, generalmente encontramos las tasas más altas de religiosidad y teísmo. Por lo tanto, el ateísmo y el bienestar social muy probablemente estén vinculados causalmente, pero es el último (bienestar social) lo que más probablemente provoca el primero (el laicismo), y no al revés. La investigación del investigador independiente R. Georges Delamontagne revela precisamente eso: la ausencia de laicismo no es lo que causa disfunción social, sino la disfunción social la que impide el laicismo.

En últimas, lo que parece que se ha encontrado es que la religión cumple un papel psicológico en los seres humanos, que recurren a ella en vista de que las sociedades en las que viven no pueden proporcionar un nivel de bienestar lo suficientemente completo, así que recurrir a amigos imaginarios es una forma en la que los individuos en estas sociedades consiguen hacer frente a una realidad llena de inseguridades.

Como la religión es la causa de un número nada despreciable de injusticias y desigualdades, es razonable asumir que una sociedad disfuncional tiende a estar en un círculo vicioso del que no resulta nada fácil salir. No resulta descabellado afirmar que la más incondicional defensa del laicismo bien podría hacer parte de estas herramientas, pues erosiona el poder de la religión y esta vería limitada su capacidad para magnificar e instrumentalizar la disfunción social.

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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