viernes, 23 de noviembre de 2018

La doctrina de la torre y la colina



Hoy les traigo lo penúltimo en argumentos espurios y falacias — la doctrina de la torre y la colina, una favorita de la izquierda regresiva y demás fauna reaccionaria. La doctrina de la torre y la colina fue descrita en un paper de Nicholas Shackel en el que la identifica como un juego retórico al que recurren los exponentes del posmodernismo para proteger de críticas su vacua metodología.

Shackel explica que toma como metáfora una fortificación medieval llamada mota castral (el nombre en inglés, motte-and-bailey, mola mucho más), que consistía en una colina de tierra productiva con una fea torre en el medio o a un costado. Los señores feudales llevaban a cabo su actividad económica en la colina, pero cuando un enemigo se aproximaba, sólo bastaba con refugiarse en la torre y ofrecerle al intruso un torrente de flechas que lo disuadían de atacar.

La metáfora, entonces, es la siguiente. La tierra productiva y rentable de la colina equivale a una postura popular que, aunque intelectualmente insostenible, resulta muy atractiva, y es especialmente útil para conseguir seguidores. Pero cuando alguien la cuestiona, los ideólogos se refugian en la torre, que a pesar de no ser productiva resulta mucho más defendible que la colina. Y cuando la amenaza ha pasado, vuelven a cosechar los frutos que ofrece la intelectualmente deshonesta colina. En esencia, es una movida de postes a lo bestia.

Veamos dos ejemplos. En un sermón dominical común y corriente en un país de mayoría católica, como Colombia, los sacerdotes católicos postulan una doctrina católica chovinista, en abierta pugna con cosas elementales como los derechos de las mujeres y de la población LGBTI — el catolicismo estándar de toda la vida, pues. Sin embargo, hace un año, cuando Richard Dawkins visitó Colombia, tuvo la amarga experiencia de debatir con el sacerdote católico Gerardo Remolina, quien postulaba la existencia de un dios y una doctrina católicos que la mayoría de sus feligreses no reconoce, ni entiende siquiera.

La colina, en este caso, es la definición del dios intolerante que predican cada semana, con la que inoculan a sus borreguitos para que se opongan a los derechos de sus conciudadanos. La torre, a su vez, es la redefinición 'sofisticada' de un dios hippie de amor-y-paz que casi raya en el panteísmo, donde Remolina y sus condiscípulos se refugian cuando Dawkins —o alguien más— señala que el temperamento del dios de la Biblia no tiene nada que envidiarle al de un psicópata genocida sediento de sangre.

Algo muy similar ocurre con la mal llamada "justicia social". Sus activistas cosechan los frutos de la colina en donde hacen afirmaciones directamente intolerantes, como decir que todos los hombres blancos son supremacistas y sexistas, o que hay que eliminar a la gente blanca —como predicó durante años la infame nueva miembro de la junta editorial del New York Times, Sarah Jeong—; pero se refugian en cosas que definitivamente no dijeron, como que realmente se trata de atacar los privilegios (?) —en el caso de Jeong, el pueril Zack Beauchamp defendió sus comentarios racistas alegando que esa es la manera expresiva en que los antirracistas hablan de los blancos; así, sin sonrojarse ni nada—.

Aquí cabría preguntarse por qué una porción nada despreciable de los "justicieros sociales" que afirman querer cambiar el statu quo y combatir las desigualdades del mundo recurrirían a prácticas que distan mucho de ser honestas, y que han sido diseñadas específicamente para imposibilitar un intercambio de ideas productivo. Aún echándole toda la imaginación del mundo no logro concebir ningún escenario en el que la respuesta sea ni remotamente aceptable.

Para evitar amargas experiencias como la de Dawkins al discutir con Remolina, lo mejor que se puede hacer cuando alguien aplica la doctrina de la torre y la colina es terminar la conversación y buscar otro interlocutor, uno que sea honesto.

(imagen: geograph)

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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