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jueves, 20 de abril de 2023

Tu granito de arena contra el cambio climático



El cambio climático es una amenaza existencial para la raza humana y muchas de las especies con las que compartimos el planeta, así que no es infrecuente encontrar hábitos y cambios en los estilos de vida que muchas personas han adoptado con el fin de poner su granito de arena contra el cambio climático.

Muy seguramente todos nosotros hemos hecho uno o varios de estos intentos por reducir nuestro impacto en el cambio climático: apagar las luces cuando salimos de una habitación, usar pitillos de metal en vez de plásticos, pedir el café en taza de porcelana en vez de vaso de papel, eliminar el uso de las bolsas plásticas, poner la lavadora con agua fría, tomar duchas más cortas, renunciar a la carne, comprar 'orgánico', no tener hijos, renunciar al carro particular, utilizar transporte público, comprar carro eléctrico, evitar productos en bandejas de icopor (poliestireno), y más.

Pero, ¿qué tanto impacto se reduce con estos pequeños sacrificios? Aunque no seré yo quien diga qué estos cambios no tienen ningún impacto, es razonable afirmar qué estos cambios en el estilo de vida, aunque muchos de ellos son loables, no van a contrarrestar de manera significativa la cantidad de gases efecto invernadero que estamos liberando actualmente.

Consideremos los hechos: la especie humana pone 162 millones de toneladas de dióxido de carbono cada día en la atmósfera, y el calentamiento extra acumulado es el equivalente al que se produciría al estallar 600.000 bombas atómicas como la de Hiroshima cada día. No es exagerado decir que es bastante. La gira de tuerca resulta ser que apenas 100 empresas son responsables de más del 70% de los gases efecto invernadero producidos.

O sea, cualquier estilo de vida que uno adopte tendrá un impacto positivo de más o menos el promedio de lo que uno entre ocho mil millones de personas haría sobre menos del 30% del calentamiento global — y eso es precisamente lo que han encontrado los estudios que han analizado el impacto de los cambios de comportamiento y hábitos que las personas asumen para reducir su huella ecológica: estos cambios no generan ningún impacto significativo en las emisiones de gases efecto invernadero.

En español castizo y coloquial, esto significa que mientras no se contrarreste a gran escala la producción de gases efecto invernadero, no hay ninguna cantidad de cambios en el estilo de vida y adopción de hábitos eco-amigables que puedan hacer mella en la velocidad con la que se está calentando el planeta , ni siquiera si fueran a ser adoptados de manera masiva, inmediata y permanente.

La triste realidad es que en el gran esquema de las cosas, el mayor logro que han conseguido los granitos de arena individuales mencionados arriba es el de hacerle creer a sinnúmero de personas que estaban contribuyendo a solucionar el problema cuando, puestos a hacer cuentas, en el mejor de los casos lo que realmente estaban haciendo era sacrificar algunas cosas y sentirse mejor consigo mismos.

Una conclusión equivocada de esto sería que entonces no hay cosas que podamos hacer — por supuesto que hay maneras en las cuales podemos aportar para contrarrestar el cambio climático a una escala en la que sí se consigan contrarrestar efectivamente la cantidad de gases efecto invernadero que se producen actualmente. Esos granitos de arena básicamente consisten en votar para crear, adoptar e implementar políticas públicas sistemáticas que contrarresten de manera significativa del cambio climático.

¿Qué políticas públicas servirían para este fin?

Inversión en energía nuclear: no podemos contrarrestar el cambio climático sin energía nuclear, no hay forma, no hay alternativa; o es con energía nuclear o no es — este es un hecho que cualquier persona mínimamente preocupada por el cambio climático debería tener presente. Cualquier política pública enfocada en cerrar o reducir las centrales nucleares está empeorando el problema del cambio climático.

• Aprobación y promoción de cultivos transgénicos (OGMs): desde hace décadas, los cultivos de organismos genéticamente modificados hacen parte esencial de nuestro arsenal para contrarretar el cambio climático en varios frentes. Primero, en los últimos 25 años, los cultivos transgénicos resistentes a plagas han contribuido a reducir las aplicaciones de pesticidas en un 7,2%.

Además, los cultivos transgénicos pueden producir más alimento en la misma cantidad de tierra que la agricultura de cultivos convencionales, lo que significa que se pueden alimentar más bocas con menos tierra cultivada. Hecho el cálculo, los transgénicos han ayudado a aumentar el rendimiento de los cultivos en un 22%.

Por último, los cultivos transgénicos tolerantes a herbicidas permiten a los agricultores reducir el arado, lo que se traduce en una menor pérdida de nutrientes del suelo y un menor uso de combustible de los tractores. Esto ha aumentado la materia orgánica rica en nutrientes hasta en 900 kilogramos por hectárea al año, al tiempo que ahorra al menos 3,5 galones de combustible por hectárea. De esta manera, en 2015 se redujeron 27.000 millones de kilogramos de emisiones de dióxido de carbono, lo que equivale a casi 12 millones de coches menos en la carretera durante un año.

¿Qué no habríamos hecho ya contra el cambio climático si los transgénicos nunca hubieran sido satanizados?

• Desarrollar e implementar (o expandir) los impuestos al carbono y sus productos derivados, y comercio de emisiones: los impuestos al carbón ayudan a a reducir la dependencia de una sociedad de los productos de combustibles fósiles. A su vez, el comercio de emisiones es una manera de utilizar las fuerzas del mercado para reducir a nivel industrial la emisión de gases efecto invernadero.

• Reemplazo de energías derivadas del carbón y el petróleo por energías más limpias como las renovables y el fracking: las renovables son mucho mejores que los combustilbes fósiles; y a pesar del recelo en ciertos círculos 'ambientalistas', el fracking aumenta enormemente el suministro de gas natural, que es más limpio que el carbón y el petróleo.

Regulación de los cultivos mal llamados 'orgánicos' o 'ecológicos', y una gran carga fiscal: dejando de lado lo extremadamente absurdo que resulta que se haya puesto de moda consumir comida que no está sometida a la regulación fitosanitaria que uno esperaría que se aplique a todos los productos de la cadena de suministro de alimentos en el siglo 21, la agricultura 'orgánica' o 'ecológica' no sólo resulta más costosa para que los occidentales opulentos puedan señalizar virtud, sino porque para producir la misma cantidad de alimentos que con la agricultura convencional, los cultivos 'orgánicos' requieren una cantidad de tierra astronómicamente mayor — el ridículamente bajo nivel de productividad de la agricultura 'orgánica' la hace atroz con el medio ambiente; como guinda del pastel, los pesticidas y fertilizantes 'naturales' de la agricultura 'orgánica' también son más dañinos con el medio ambiente, pues al no estar regulados, no tienen por qué ser biodegradables ni ser bajos en emisiones de metano, así que también tienen una huella ecológica desastrosamente alta.

Incremento en presupuestos de investigación. D'uh!. Todos los puntos anteriores pudieron ser hechos gracias a la investigación. Sin ciencia no hay futuro, ni mucho menos manera de detener efectivamente el cambio climático.

Yo sé, yo sé: mientras averiguar en dónde cae nuestro candidato en cada uno de estos temas requiere de una mayor inversión de esfuerzo y energía, los granitos de arena inútiles ya vienen con emocionantes 'soluciones' enlatadas por parte de gurús, reaccionarios e intolerantes que tienen una agenda ideológica por promover, e incautos que les crean. Y mientras votar es comparativamente aburrido, pocas cosas pueden ser tan embriagantes como señalizar virtud con los sacrificios hechos en nombre del planeta.

Pero lo que funciona son las buenas políticas públicas.

(imagen: Volodymyr Hryshchenko)

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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Patreon para no perderte las próximas publicaciones

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