Corea del Norte es el país más desgraciado del mundo.
Sus ciudadanos -si es que se le puede llamar así a entes que habitan cuerpos, cuyas voluntades han sido quebrantadas y se encuentran despojados de todo rasgo de individualidad y personalidad- están condenados a adorar al fallecido líder Kim Il-sung (que sigue al mando, en lo que Christopher Hitchens ha denominado una necrocracia) mientras su hijo, Kim Jong-il dedica todas sus energías a desarrollar bombas nucleares y amenazar a su infortunado vecino, Corea del Sur.
Si pensaron que la situación no podía empeorar,
piensen de nuevo: