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miércoles, 12 de noviembre de 2025

El mito de los valores corporativos



Uno de mis primeros trabajos fue de community manager para una agencia de publicidad, y una de las cuentas que manejaba era la de una heladería. Un día recibimos un mensaje privado en el que se acusaba a la dependiente de una de las tiendas de tener una relación romántica con un señor casado, y la remitente preguntaba cómo podía la compañía tener en nómina a alguien así.

A pesar de que nunca se le dio una respuesta, un borrador de la misma apuntaba a que mientras la trabajadora cumpliera sus funciones en su horario laboral, lo que hiciera en su tiempo libre no era de incumbencia de la heladería, y que aunque la confunsión era comprensible, la compañía se dedicaba exclusivamente a vender helados y no estaba en el negocio de vigilar las vidas privadas de sus empleados, de impartir lecciones de filosofía moral, o de proteger la fidelidad de matrimonios aleatorios cuando uno de los implicados definitivamente no estaba demasiado preocupado por hacerlo él mismo.

martes, 28 de octubre de 2025

Disney no te lava el cerebro



Hace unos días hablaba con una amiga que expresó su desprecio por Disney. Según ella, las Princesas Disney habrían enseñado a su generación a asumir roles de género conservadores y machistas: mujeres sin agencia, cuyo propósito sería depender de un hombre que las proteja y decida por ellas.


No es una opinión aislada. Una búsqueda rápida en Google muestra que este es un pensamiento bastante popular: muchos creen que Disney ha condenado a las niñas —y ya no tan niñas— a patrones de dependencia, sumisión y obediencia. Si esto fuera cierto, sería gravísimo. Pero ¿lo es?


Cuando pedí evidencia, mi amiga mencionó que ella y varias conocidas repiten conductas poco favorables para sí mismas, sobre todo en temas de pareja, donde aún buscan al “Príncipe Azul” protector. Sin embargo, no existe un solo estudio revisado por pares publicado en revistas indexadas con alto factor de impacto que demuestre una relación causal entre consumir contenido Disney y reproducir estereotipos de género.


Además, creo que tenemos otras buenas razones para ser escépticos de que las Princesas Disney han sido un vehículo de lavado de cerebro masivo para la sumisión de toda una generación (o más).


jueves, 16 de octubre de 2025

Peter Thiel, el profeta anti-impuestos



Recientemente hubo un matrimonio en mi familia al que asistieron muchos parientes con quienes no me veía desde hacía años. Uno de ellos, con quien comparto una cosmovisión bastante similar, me cuestionó por qué no había asistido a la misa matrimonial: “es en lo que creen los novios, y si los hace felices, ¿por qué no asistir?”. Me preguntó también si acaso dejaría de ir a una boda temática, celebrada con disfraces de Avengers o de Star Wars.

Tal vez no lo haría. Aunque la diferencia entre creer en Thor o en Yoda y creer en Jesucristo radica en algo esencial: no existe un movimiento político que busque modificar las leyes en nombre de Mjölnir, ni campañas para prohibir conductas que ofenderían a Darth Vader.

Mientras el cristianismo —o cualquier otra religión— siga intentando que las leyes de todos se adapten a sus creencias privadas, no veo motivo para tratarlo como una creencia personal, peculiar e inofensiva, en vez de reconocerlo como lo que realmente es: un movimiento político.

Y nadie ilustra mejor ese uso de la religión para hacer política que el multimillonario Peter Thiel, quien se acaba de estrenar como profeta con una serie de charlas sobre el supuesto Anticristo. Curiosamente, según él, el Anticristo será alguien que promueva regulaciones para la industria tecnológica, y le parece normal que los ricos paguen su justa porción de impuestos.

Aunque las charlas eran privadas, alguien filtró una grabación al Washington Post, que reportó lo siguiente:

sábado, 27 de septiembre de 2025

Por qué necesitamos impuestos a la riqueza



Esta es una traducción libre del artículo Why We Need Wealth Taxes, por Grace Blakeley, publicado originalmente en su página, el 24 de septiembre de 2025.

Este es el texto del discurso pronunciado por Blakeley la noche anterior en un evento organizado por Richard Burgon.

(Aunque el artículo está enfocado a una audiencia británica, sus argumentos y conclusiones son generalizables a todos los países con una economía de mercado.)