Uno de mis primeros trabajos fue de community manager para una agencia de publicidad, y una de las cuentas que manejaba era la de una heladería. Un día recibimos un mensaje privado en el que se acusaba a la dependiente de una de las tiendas de tener una relación romántica con un señor casado, y la remitente preguntaba cómo podía la compañía tener en nómina a alguien así.
A pesar de que nunca se le dio una respuesta, un borrador de la misma apuntaba a que mientras la trabajadora cumpliera sus funciones en su horario laboral, lo que hiciera en su tiempo libre no era de incumbencia de la heladería, y que aunque la confunsión era comprensible, la compañía se dedicaba exclusivamente a vender helados y no estaba en el negocio de vigilar las vidas privadas de sus empleados, de impartir lecciones de filosofía moral, o de proteger la fidelidad de matrimonios aleatorios cuando uno de los implicados definitivamente no estaba demasiado preocupado por hacerlo él mismo.





