El año pasado, cuando el preso político chino Liu Xiaobo fue laureado con el Premio Nobel de Paz, toda la progresía multicultural se quejó porque en una muestra de fascismo occidental se le estaba desconociendo a China seguir su propio rumbo, autónomo, de privación de derechos y persecución de la oposición.
Ciertamente no confío en los Nobel de Paz y me parece que son más bien un premio a las relaciones públicas, sin embargo nunca podría oponerme a que se lo den a alguien que ha sido encarcelado por lo que piensa. Y ciertamente me tiene sin cuidado si eso es irrespetuoso para con la cultura china, japonesa, brasileña, colombiana, alemana o ártica. Me importa más respetar la cultura de la víctima que de la filofascista sociedad en la que le ha tocado vivir.