Ayer fue la jornada de votación al plebiscito del Acuerdo de paz al que llegó el Gobierno tras cuatro años de negociación con el grupo terrorista Farc.
Como anuncié hace unos meses,
voté por el SÍ, aún teniendo mucho escepticismo frente al proceso en general; lo hice no porque creyera que el proceso traería la 'paz', que era justo, o algo por el estilo, sino porque representaba una oportunidad única para quitarle de una vez por todas una gran cuota de poder al fascismo — sin la excusa de las Farc, el mesianismo caudillista de
Álvaro Uribe Vélez perdería su
raison d'être, y la democracia tendría una oportunidad.
Pero con su campaña de desprestigio al Presidente, su recurso de exacerbar el miedo y la rabia, Uribe consiguió la
victoria del No en las urnas, y que el país siga en manos de las Farc (y, claro, de las suyas, presentándose como el salvador). Tal vez
fue muy ingenuo creer que el fascismo podría ser derrotado en las urnas en Colombia.
Como a cualquier mortal, hacer futurología se me da fatal, y en este momento sólo hay espacio para la desesperación ante la incertidumbre de lo que vendrá. Aventuro unos comentarios: