jueves, 6 de noviembre de 2025

Los ateos que quieren revivir el cristianismo se equivocan



Esta es una traducción libre del artículo Why Secularists Calling for a Christian Revival Are Wrong, de Helen Pluckrose, publicado en la revista Skeptic el 22 de octubre de 2025


Muchos lectores estarán al tanto de la creciente narrativa cultural de que lo que necesitamos ahora mismo es un renacimiento del cristianismo.1 Cuando los cristianos defienden esta postura, no requiere mucha explicación — ellos creen que el cristianismo es verdadero y el único camino hacia la salvación. Creer que algo es verdadero es una razón perfectamente válida para intentar aumentar la creencia en eso. Mucho más desconcertante es el número de ateos y escépticos que cada vez más adoptan esta postura. 2 A pesar de que siguen sin creer que el cristianismo sea verdadero, piensan que una mayor adhesión a él tiene el potencial de solucionar, o al menos mitigar, los problemas sociales. Los argumentos comunes para defender esta postura se basan, en mi opinión, en la angustia existencial, el revisionismo histórico y una simple falta de comprensión de la psicología humana.

Entonces, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Como ha señalado Jonathan Haidt, basándose en la Encuesta Mundial de Valores, cuando las sociedades se industrializan, se enriquecen y se estabilizan, se alejan de los “valores tradicionales” que enfatizan la religión, los rituales y la deferencia hacia la autoridad, y de los “valores de supervivencia” arraigados en la identidad tribal. En su lugar, se inclinan hacia valores “laicos y racionales” que enfatizan la realidad material, los valores liberales y la libertad individual. Sin embargo, si esta sensación de estabilidad se ve sacudida, las personas suelen refugiarse en los valores religiosos y tribales. El actual auge del entusiasmo por la religión, junto con el apoyo a los líderes populistas “fuertes”, probablemente refleja una creciente sensación de inestabilidad y angustia existencial. La polarización política, la conciencia social, las tensiones sobre la inmigración, la derecha populista antiliberal, el aumento del costo de vida, la desconfianza persistente hacia los expertos tras las políticas contradictorias sobre el Covid, la vivienda inasequible y los conflictos geopolíticos contribuyen a aumentar la ansiedad y el resentimiento.

No es de extrañar que los creyentes religiosos se apoyen más en su fe en tiempos difíciles, pero los ateos, que no creen en la existencia de Dios, y mucho menos en que se preocupe por los seres humanos, no pueden pensar que las oraciones de intercesión o la esperanza en la intervención divina vayan a rescatar a la sociedad de esos males. Por lo tanto, quienes adoptan una postura a favor de la religión ofrecen una serie de argumentos pragmáticos y culturales. Una afirmación común es que los seres humanos tienen una profunda necesidad psicológica de religión — un vacío en forma de Dios que clama por ser llenado. Relacionada con esto está la idea de que el cristianismo es, de alguna manera, intrínsecamente benigno y proporciona una defensa contra ideologías mucho peores, en particular el “wokismo” y el islam. Algunos sostienen que el cristianismo aporta estructura, orden, una narrativa unificadora y un sentido del bien común que puede reducir la polarización social y política. Otros afirman que todas las cosas positivas que valoramos en la sociedad —la ciencia, la razón, la libertad y la democracia— se derivan de los valores cristianos y dependen de ellos.

Estos argumentos ignoran en gran medida la historia y se basan en un concepto idealista de la psicología humana. Muchos de ellos solo pueden ser formulados por ateos, o al menos por personas cuya creencia en el cristianismo es metafórica más que literal. Quienes nunca han creído literalmente en el cristianismo o en la vida después de la muerte tienden a no comprender realmente que otras personas sí lo hacen, ni a apreciar las posibles consecuencias de ello. Abordo estos argumentos como alguien con formación académica en historia cristiana en Inglaterra entre 1300 y 1700, y como alguien que en su día creyó en el cristianismo de forma bastante literal y que desde entonces ha visto el valor de los valores laicos y liberales.

La hipótesis del “vacío en forma de Dios” o de la “sustitución”

Para muchos, la afirmación de que los seres humanos necesitan la religión resulta convincente. Aunque las religiones son específicas de cada cultura, la tendencia humana hacia la religiosidad parece haber existido desde que existen los seres humanos, aunque la intensidad religiosa varía según la cultura, la época y el individuo. Algunos ateos y escépticos de países históricamente cristianos que no sienten ninguna necesidad personal de religión perciben, sin embargo, que esta satisface las necesidades sociales y psicológicas de muchos otros. Ellos argumentan que el declive de la religión crea un “vacío en forma de Dios” que inevitablemente se llena con sustitutos laicos que son peores para la sociedad que la religión tradicional, específicamente el cristianismo.

Sin embargo, no está claro que el declive de la religión provoque directamente el auge de ideologías laicas. La hipótesis de la “sustitución” se plantea con mayor frecuencia en Estados Unidos en relación con la Justicia Social Crítica (JSC) o el movimiento woke, pero si la JSC surgió debido al declive de la religión, el último lugar en el que esperaríamos ver surgir a sus principales teóricos es Estados Unidos, un país cuya religiosidad se acerca más a la de Irán que al resto del mundo angloparlante. El hecho de que Estados Unidos, con su nivel inusualmente alto de religiosidad, fuera también la cuna de la teoría crítica de la raza, la teoría queer y las variaciones posmodernas de la teoría poscolonial, contradice la hipótesis de la sustitución, en lugar de respaldarla. Muchos países mucho más laicos, en los que los no creyentes representan la mayoría de la población (como Países Bajos o República Checa), no han producido ideologías igualmente fervientes en ausencia de la religión.

La cultura cristiana de Estados Unidos, con su historia de “despertares”, sin duda ha moldeado el carácter del reciente “despertar” 3 . Probablemente, el wokismo sería muy diferente si no se hubiera desarrollado en una cultura impregnada de cristianismo evangélico. No obstante, el celo, el fervor evangélico y la sensación de estar especialmente despiertos a una realidad ante la que otros están ciegos que exhibe un subconjunto de estadounidenses representan, en mi opinión, una continuidad cultural específica más que una necesidad humana universal de religión.

Los ateos y escépticos harían mejor en preguntarse por qué tanta gente en Occidente busca ahora seguridad en ideologías dogmáticas e intolerantes, y en abordar las causas materiales de esa inseguridad, en lugar de abogar por una muleta psicológica cristiana como si fuera preferible a una laica. Podríamos ser más útiles explorando formas de reducir la privación material, aliviar la ansiedad existencial, abordar la polarización política y satisfacer las necesidades sociales y psicológicas humanas de maneras que no pongan en peligro los derechos de las mujeres, los homosexuales y los ateos, y que además tengan la ventaja de ser verdaderas.

El cristianismo es intrínsecamente benigno

La hipótesis del “vacío en forma de Dios” o de la “sustitución” se basa en la tesis de que el cristianismo es benigno, especialmente en comparación con otras ideologías que compiten por poder social y prestigio, en particular el islam y el wokismo. Esta afirmación, cuando se aplica al cristianismo mayoritario en Occidente, es defendible. Aunque existen sectas cristianas autoritarias y extremistas, las denominaciones cristianas mayoritarias apoyan en gran medida los derechos y libertades de los no cristianos ante la ley y han llegado a respetar la igualdad moral y la autonomía de las mujeres. Algunas incluso aceptan las relaciones entre personas del mismo sexo.

Sin embargo, deberíamos considerar por qué el cristianismo se manifiesta de esta manera en las sociedades occidentales contemporáneas. Los apologistas cristianos citan con frecuencia a Richard Dawkins: “Tengo sentimientos encontrados sobre el declive del cristianismo, en la medida en que el cristianismo podría ser un bastión contra algo peor” Sin embargo, Dawkins se refería explícitamente a las manifestaciones actuales del cristianismo y sus repercusiones materiales, en contraste con las manifestaciones actuales del islam y sus repercusiones materiales 4 .12, 13 El islam, tal y como se practica en los países predominantemente musulmanes, no es conocido por su tolerancia hacia los derechos y libertades de los no musulmanes, ni hacia los de las mujeres y las minorías sexuales.

¿Por qué esta diferencia? Durante gran parte de la historia, no fue así. En algunos siglos, el mundo musulmán ofrecía una protección legal más sólida a las minorías religiosas que la cristiandad (aunque a menudo se exagera el carácter liberal de la “edad de oro” islámica). Los judíos y los cristianos en tierras musulmanas pagaban impuestos más elevados y tenían que practicar su fe en privado, mientras que en la cristiandad, los judíos y los musulmanes a menudo se enfrentaban a la dura elección entre la conversión, la expulsión o la muerte. En ambos contextos, las mujeres estaban subordinadas a los hombres y la homosexualidad se castigaba con la muerte. El cambio progresista que se produjo en el pensamiento cristiano sobre estas cuestiones en el mundo occidental y el correspondiente cambio regresivo en el mundo musulmán pueden explicarse en gran medida por el creciente poder e influencia de Europa en la escena mundial y el declive del mundo islámico y, finalmente, del Imperio otomano. El dominio de Europa creó un grado de seguridad que proporcionó un respiro para el desarrollo del pensamiento ilustrado, la filosofía liberal y el concepto de laicismo.

El cristianismo se siente seguro y benigno en el mundo occidental contemporáneo porque el laicismo liberal lo despojó de su poder institucional. El espíritu del laicismo también ha sido aceptado como norma cultural, incluso por los cristianos que contribuyeron a su establecimiento, principalmente para proteger a las confesiones minoritarias, sobre todo en el contexto estadounidense. La mayoría de los cristianos aceptan ahora que su derecho a la fe está protegido, pero también lo está el derecho de otras personas a no practicar su fe o a hacerlo de manera diferente. El cristianismo mayoritario, bajo el liberalismo, se ha vuelto pluralista y tolerante 5 .

Los ateos que afirman que el cristianismo es intrínsecamente más liberal que el islam están comparando, por tanto, las manifestaciones liberales del cristianismo con las manifestaciones autoritarias del islam. Si al cristianismo se le concediera el mismo poder institucional y el mismo derecho de imposición que tiene el islam en muchos países predominantemente musulmanes, y especialmente si esto ocurriera en nuestro clima actual de ansiedad existencial y polarización, sospecho que pocos ateos considerarían ese resultado como benigno.

Del mismo modo, el daño social causado por el movimiento de Justicia Social Crítica no provino de su mera existencia, sino de su institucionalización, que permitió a sus seguidores imponérselo a los demás. Si el “wokismo” hubiera seguido siendo una comunidad voluntaria de seguidores, imponiendo sus principios solo a sus fieles, como esperamos que hagan las iglesias cristianas, no se habría convertido en uno de los principales motores de las guerras culturales.

Haríamos bien en aprender de esto y dedicar nuestras energías a ampliar el concepto liberal de laicismo para garantizar que los seguidores de ideologías tanto religiosas como no religiosas solo puedan exigir responsabilidades a sus propias comunidades voluntarias por su sistema de creencias, en lugar de a toda la sociedad. Debemos resistirnos a cualquier intento de otorgar al cristianismo el poder legal y la influencia que tiene el islam en los países predominantemente musulmanes, o el poder cultural blando que ha tenido el “wokismo” en el nuestro.

“El cristianismo real nunca se ha intentado”

Para creer que el cristianismo es benigno basándose en su manifestación liberal actual, es fundamental la creencia de que la religión es intrínsecamente benévola, tolerante y no autoritaria. Muchos cristianos, junto con aquellos que tienen una buena opinión del cristianismo, tienden a referirse a las Escrituras para afirmar esto. Esta afirmación tiene su validez. Las personas que se comprometen a intentar vivir una vida semejante a la de Cristo —amando a sus enemigos, sin lanzar la primera piedra, cuidando de los enfermos y los pobres— son algunas de las personas más benévolas, indulgentes, prosociales y, en general, encantadoras que uno puede esperar encontrar. Sin embargo, no es así como el cristianismo ha influido en la sociedad cuando ha tenido poder e influencia legal o social. Por lo tanto, esta afirmación puede entenderse como un argumento del tipo “el cristianismo real nunca se ha intentado”.

La tendencia del cristianismo hacia el autoritarismo no surge porque los cristianos sean más autoritarios por naturaleza que cualquier otra persona, sino porque el cristianismo, al igual que el islam, es una religión proselitista que enseña la condena eterna para los no creyentes e insiste en que solo hay un camino hacia la salvación. Es contrario a la intuición que las personas buenas que se preocupan por el bienestar de sus semejantes no se vuelvan autoritarias si realmente creen que los demás se enfrentan a un tormento eterno por una creencia errónea 6 . Como cristiana literalista en mi adolescencia, he experimentado este conflicto entre preocuparme por el bienestar de otras personas y respetar su libertad de creencia. Es como ver a una persona ciega a punto de caer por un precipicio, pero ella no te cree que el precipicio está ahí. ¿Respetarías su derecho a equivocarse y la verías caer hacia su muerte, o la agarrarías y la arrastrarías, pataleando y gritando, lejos del borde, sabiendo que al final lo agradecerá cuando sepa la verdad?

Los ateos que ven la religión de manera positiva, en gran parte metafórica o simbólica, suelen tener más dificultades para comprender que otras personas crean literalmente en Dios, el cielo y el infierno. Como ellos mismos ven la religión de manera abstracta, como una especie de marco narrativo útil para satisfacer necesidades sociales y psicológicas humanas, tienden a suponer que los creyentes también lo hacen. Por eso, a menudo se sienten desconcertados cuando algunos están dispuestos a matar y morir por su fe, o a imponerla a otros por la fuerza, convencidos de que está en juego el destino eterno 7 .

Para aquellos que tienen dificultades para comprender intuitivamente lo que está en juego, puede ser útil realizar un experimento mental. Imagina que fuera cierto que todos aquellos que no aceptan a Cristo como su salvador pasarán la eternidad en el infierno. Ahora, dedica un tiempo a visualizar el infierno y a los seres humanos que sufren en él. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para salvarlos de ese destino? A continuación, acepta que otras personas creen que esto es literalmente cierto. Nunca debemos subestimar el poder de las convicciones religiosas para hacer que personas que, por lo demás, son buenas, hagan cosas malas. Incluso los cristianos patriotas comprometidos con las constituciones de sus naciones pueden justificar moralmente votar en contra de la libertad religiosa de otras personas si creen que, al hacerlo, pueden salvar a sus conciudadanos y a las generaciones futuras de la condena eterna.

Por tanto, cualquier debate sobre cómo revertir el declive religioso debe basarse en una comprensión literal, y no metafórica, de las creencias cristianas, así como en pruebas históricas y geográficas de cómo son las sociedades dominadas por fuertes convicciones religiosas. Si bien el cristianismo en las democracias liberales ha absorbido una ética de “vive y deja vivir”, no hay garantía de que se mantenga fiel a ella si crece la creencia literal en Dios mientras disminuye nuestro compromiso con la epistemología basada en la evidencia, la razón y las expectativas liberales del laicismo. Defender los frutos escépticos de la Ilustración es sin duda la “única tarea” de los laicistas.

El mito de la armonía pasada bajo el cristianismo

Algunos argumentan que, aunque el cristianismo puede no ser intrínsecamente benigno, al menos unificó a las personas y las acercó. Es probable que oigamos decir que nuestras actuales guerras culturales y problemas de polarización existen porque estamos fragmentados y no compartimos valores ni un sentido del bien común. Cuando nuestras sociedades eran religiosamente homogéneas, eran mucho más pacíficas y armoniosas. Por lo tanto, según este argumento, podemos mejorar las cosas impulsando una nueva homogeneidad religiosa.

Mis estudios sobre el cristianismo en Inglaterra entre 1300 y 1700 me han convencido de que esto es una tontería ahistórica. Los seres humanos no son conocidos por unirse en torno a una única visión del bien común. Por eso hay 45 000 denominaciones cristianas en todo el mundo, y varios cientos lo suficientemente diferentes como para que la gente haya estado dispuesta a matar y morir por sus interpretaciones 8 . En Inglaterra, donde se esperaba que todos fueran del mismo tipo de cristianos y casi todos lo eran, ya que el conocimiento de otras religiones era muy limitado y el ateísmo era prácticamente impensable, hubo tal grado de lucha y derramamiento de sangre por motivos confesionales que deberíamos replantearnos por completo nuestra curva de lo que constituye una guerra cultural. Los estadounidenses deberían ser especialmente conscientes de ello, dado que los primeros colonos eran protestantes disidentes que huían de la persecución de los protestantes oficialistas.

El dominio cultural del cristianismo tampoco impidió nunca otras formas de conflicto. La historia de Inglaterra es una historia de familias aristocráticas que luchaban por el poder político, de obispos y comerciantes que se enfrentaban por la influencia, y de prácticas agrícolas y disputas fronterizas que alimentaban una fuente constante de conflicto para los grandes y pequeños terratenientes. Los gremios se dividieron en facciones. Los plebeyos se rebelaron. Las ciudades desconfiaban de sus vecinos, a los que se referían como “extranjeros” y sospechaban de ellos por sus prácticas bárbaras. El papel de la mujer y las divisiones de clase eran una fuente constante de conflicto, especialmente en las décadas posteriores a la Peste Negra, cuando la demanda de mano de obra superaba la oferta. Los registros parroquiales y los sermones que se conservan dan testimonio de la amarga política interna de las comunidades eclesiásticas, en las que los sacerdotes intentaban resolver cuestiones profundamente polarizadas y enemistades de larga data.

Debemos aceptar que los seres humanos se dividirán en facciones por cualquier motivo. También somos muy propensos a culpar a otros grupos de seres humanos por nuestras propias insatisfacciones y ansiedades. Probablemente no sea una coincidencia que las protestas de Black Lives Matter de 2020 estallaron justo después de que se anunciara una pandemia. Los pogromos contra los judíos se han correlacionado con frecuencia con brotes de peste. Con demasiada frecuencia, buscamos aliviar la ansiedad encontrando un enemigo contra el cuál luchar. El faccionalismo y los conflictos entre grupos están inscritos en nuestros cerebros tribales y territoriales de simios, por lo que no pueden resolverse tratando de reducir artificialmente el número de diferencias externas por las que podemos luchar. Si las fuentes materiales de ansiedad persisten, simplemente reduciremos nuestro alcance a las diferencias que quedan y lucharemos por ellas. Jonathan Swift capturó esto en su novela de 1726 Los viajes de Gulliver, con su sátira sobre las facciones que se peleaban por cuál era el extremo del huevo cocido que había que romper.

Una vez más, no se trata de descartar la validez de las disputas culturales serias sobre cuestiones como la inmigración, la creciente desigualdad de ingresos y las compatibilidades culturales, o el aumento del extremismo político y la polarización, que deben abordarse de manera específica. Sin embargo, debemos hacerlo abordando cada una de esas cuestiones tal y como son en realidad. No podemos esperar acabar con los conflictos tratando de crear una homogeneidad religiosa mediante la ingeniería social, aunque esto fuera posible, lo cual nunca lo ha sido, históricamente.

Lo único que ha reducido en mayor medida los conflictos religiosos —o de cualquier otro tipo— y ha logrado un nivel de coexistencia relativamente pacífica ha sido el desarrollo de principios liberales que protegían la libertad de creencias y de expresión, y fomentaban activamente un mercado de ideas con el fin de promover el conocimiento y resolver los conflictos sin derramamiento de sangre.

¿El cristianismo como fuente de la modernidad?

Una última afirmación nostálgica, pero ahistórica, es que las características definitorias de la modernidad —el pensamiento ilustrado, la revolución científica, la investigación académica, el liberalismo, los derechos humanos y la democracia— fueron producto del cristianismo. De ello se deriva el argumento de que preservar el cristianismo es esencial para preservar estos valores. Esto supone que, dado que el cristianismo era culturalmente dominante cuando surgieron estos fenómenos culturales concretos, debe haber sido directamente responsable de ellos.

En realidad, siempre hay múltiples ideas, discursos culturales, sistemas de creencias y marcos éticos que ejercen una influencia intelectual en una sociedad al mismo tiempo. Las formas en que interactúan, se ramifican o son continuas o contradictorias con las ideas preexistentes son complejas. El cristianismo se deriva del judaísmo, fue profundamente moldeado por la filosofía grecorromana (especialmente el neoplatonismo a través de Agustín) y absorbió elementos de diversas tradiciones paganas desplazadas. Sus interpretaciones evolucionaron aún más en respuesta a los cambios intelectuales y culturales posteriores.

Entre el auge del cristianismo y el Renacimiento surgieron relativamente pocas filosofías no cristianas. Un cambio se produjo con la Reforma. La insistencia protestante en que se permitiera a los individuos leer las Escrituras por sí mismos y la exhortación a “conocerse a sí mismo” fomentaron la alfabetización, la introspección, el estudio del mundo natural y la investigación crítica. Esto llevó a la gente a cuestionar si las Escrituras eran ciertas, y vemos evidencia de ateísmo en la aparición de textos que argumentaban en contra de él en la década de 1590. En combinación con el renacimiento del pensamiento grecorromano y una visión más positiva del arte y la ciencia, estos acontecimientos sembraron la cultura escéptica e inquisitiva que hizo posible la Ilustración, la revolución científica y la democracia liberal. Por supuesto, muchos cristianos creyentes fueron fundamentales en estos acontecimientos, pero las autoridades eclesiásticas se mostraron con frecuencia ambivalentes en el mejor de los casos y, en el peor, resistentes. El cristianismo a menudo sirvió como una fuerza opuesta a la Ilustración, y el literalismo bíblico aún hoy alimenta el negacionismo científico.

Cuando pensamos en la “civilización occidental” solemos pensar en la modernidad occidental y su cultura de innovación, exploración y rápido desarrollo de la ciencia, la filosofía basada en la razón, la libertad individual y la creciente influencia de Occidente en la escena mundial. Estos aspectos distinguen la época moderna de la medieval, que se caracterizó en gran medida por la adhesión al catolicismo. Cuando personas de otras partes del mundo describen a alguien como “occidentalizado” (a menudo de forma crítica), se refieren a que ha adoptado conceptos de libertad individual, no al cristianismo. En ningún lugar queda esto más claro que en la fundación de los Estados Unidos, construida explícitamente sobre los principios liberales de los derechos individuales inalienables a “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Los cristianos estadounidenses han conciliado su fe con estos ideales, pero es difícil argumentar que sean intrínsecamente cristianos 9 .

Los ateos y escépticos que quieren revitalizar el cristianismo como narrativa compartida y aglutinante social están equivocados. Su argumento se basa en la ansiedad, la historia revisionista y la nostalgia por una cultura que nunca existió. El atractivo del cristianismo para los no creyentes reside en su reconfortante historia, su sentido de pertenencia y su apariencia como bastión contra alternativas peores. Pero las afirmaciones históricas y filosóficas a favor de su resurgimiento no resisten un análisis riguroso. El cristianismo nunca ha unificado a la humanidad en armonía; a menudo ha sido fuente de faccionalismo y derramamiento de sangre. La modernidad liberal occidental no fue fruto del cristianismo, sino el logro de una larga línea de mentes inquisitivas (algunas religiosas, muchas no) que dieron lugar a ideas escépticas, laicas y pluralistas que se desarrollaron, a menudo en lucha contra la autoridad religiosa.

Es cierto que el cristianismo puede parecer benigno hoy en día, pero esto se debe a que se ha diluido y se ha visto limitado por principios laicos y liberales. Sus tendencias autoritarias, como las de cualquier fe proselitista que promete la salvación o la condena, siguen siendo inherentes a él y sería muy probable que se activaran si resurgiera en una cultura que ya está experimentando un alarmante aumento de movimientos ideológicos radicales y autoritarios. Este es el terreno en el que se arraigan y brotan el resurgimiento religioso y los movimientos identitarios e intolerantes, como la Justicia Social Crítica y el nacionalismo blanco, así como otras formas de populismo emocional, ya sea de izquierda, de derecha o una amalgama incoherente de ambos.

La religiosidad puede ser una manifestación de las tendencias innatas del ser humano que se acentúan en momentos de ansiedad existencial, pero la religión no puede resolver las causas materiales de esa ansiedad. Los ateos y escépticos que coquetean con argumentos pro-cristianos tienen razón al temer al islamismo militante y al autoritarismo woke, pero se equivocan al imaginar que el retorno al cristianismo los protegerá. La verdadera salvaguarda no es el compromiso masivo con ninguna ortodoxia, sino un compromiso basado en principios con el liberalismo laico. En lugar de sustituir una ortodoxia por otra, deberíamos fortalecer aquellos marcos culturales y políticos que nos permiten convivir sin coacción.

Hay quienes afirman que el liberalismo ha fracasado y que la capacidad de las ideologías autoritarias para alcanzar el dominio social es prueba de ello. Esta afirmación tergiversa el problema. El liberalismo, entendido en su sentido filosófico, es la oposición al autoritarismo y la fuerte protección jurídica y social de la libertad individual. El autoritarismo no surgió porque hayamos protegido con firmeza la libertad de creencias y de expresión. Surgió porque no lo hemos hecho. Es el debilitamiento de ese compromiso y de esas protecciones lo que ha permitido que las ideologías autoritarias ganen poder sin control. Las personas que desean revitalizar el cristianismo y afirman que el liberalismo ha fracasado porque no frenó el movimiento autoritario de la JSC no suelen afirmar que el cristianismo también ha fracasado porque tampoco frenó el movimiento [de la JSC]. Ellos afirman que debemos revertir el declive del cristianismo. Aquellos de nosotros que no deseamos ser cancelados por no ser cristianos, al igual que no deseamos ser cancelados por no defender los principios de la JSC, haríamos mejor en centrarnos en revertir el declive del liberalismo.

Esto no quiere decir que aquellos de nosotros que queremos conservar los fundamentos filosóficos liberales de la modernidad occidental estemos en contra de la mayoría de los cristianos en esta cuestión. Los cristianos han desempeñado un papel fundamental en la defensa de la democracia liberal y las libertades constitucionales. Ellos también se benefician de la separación entre iglesia y Estado, y por lo general desean sinceramente vivir en paz junto a personas que no comparten sus creencias. Podemos trabajar juntos. Nuestro principal conflicto no es entre los religiosos y los no religiosos, sino entre aquellos que desean preservar las libertades liberales y aquellos que están dispuestos a sacrificarlas por una causa autoritaria.

Insto a los escépticos a que se reconozcan como herederos de la Ilustración y no intenten resucitar el cristianismo, sino que reaviven la confianza en la tradición liberal que hizo posible la civilización occidental moderna: una tradición que valora la evidencia, la razón, el pluralismo y los derechos de las personas. Si queremos reducir la polarización, mitigar la ansiedad existencial, abordar los problemas reales de manera eficaz y construir una sociedad resistente a la captura autoritaria, debemos invertir en esos principios en lugar de refugiarnos en la falsa comodidad de las narrativas religiosas. La modernidad liberal es imperfecta, pero sigue siendo el mejor sistema para promover el conocimiento y resolver conflictos que la humanidad haya conocido jamás. Nuestro reto ahora debe ser garantizar su perdurabilidad.

(imagen: collage de Brian Hubble para Skeptic Magazine)

3

NdT: Este es un juego de palabras. Pluckrose se refiere a la serie de revitalizaciones religiosas en la historia americana conocidas como Great Awakenings (Grandes Despertares), y awokening, que se refiere a “despertar” y, al mismo tiempo, sería la manera de decir woke-ización.


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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Patreon para no perderte las próximas publicaciones

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