martes, 1 de diciembre de 2015

El juez que ha celebrado 30 matrimonios gay en Colombia



Tras la victoria de la adopción homoparental, el único rezago de homofobia en el ordenamiento jurídico colombiano está en la prohibición del matrimonio gay (recordemos que no es realmente igualitario).

Ahora en Semana cuentan la historia de Carlos García Granados, un juez en Colombia que ha realizado 30 matrimonios gay en San Estanislao (Bolívar), un recóndito pueblo a donde sí se animan a ir las parejas de novios gays, pero no la Santa Inquisición — supongo que después de todo, el amor sí es más fuerte que el odio:

García cuenta que decidió comenzar a realizar los matrimonios cuando escuchó la historia de Gachetá y pensó que si a San Estanislao no llegaba ni el viento, quizás podría ser el mejor lugar de Colombia para que quienes quisieran casarse lo hicieran sin temor a que allí llegaran los manifestantes o la Procuraduría.

Así, el municipio se convirtió, con el apoyo de la organización Colombia Diversa, en el único lugar del país donde las parejas del mismo sexo se podían casar tranquilas, sin acosos, escándalos o problemas. “Yo no caso a personas que se conocieron hace 15 días. Esto no es Las Vegas”, explica García. Agrega que antes de comenzar esa tarea les preguntó a los otros funcionarios del juzgado si tendrían reservas con el tema y como todos aceptaron comenzaron los matrimonios.

Ni García ni los otros empleados ganan nada con estas bodas. Al contrario, es un trámite que económicamente les sale a pérdida. El juez espera a las parejas en Cartagena y juntos se vienen en un bus destartalado que hace la ruta al pueblo en casi dos horas por una carretera destapada. Algunos habitantes de Arenal [como llaman a San Estanislao] se enteraron de lo que pasaba allí cuando veían bajar en la plaza a extraños, hombres y mujeres, bien vestidos, incluso de vestido blanco o de esmoquin, como una pareja que llegó de Bogotá de una vez vestida para la ceremonia.

El matrimonio dura 15 minutos aproximadamente y al final el juez les entrega a los contrayentes una torta que él mismo hornea. Por lo general celebran todos juntos, pues suele haber muy pocos invitados, y por la tarde las parejas se devuelven a Cartagena en el mismo bus.

Dos mujeres jóvenes fueron las primeras en ir a casarse a este exótico lugar en 2013. Ese mismo año otras tres parejas también visitaron el lugar para lo mismo. En 2014 hubo 18 matrimonios y en lo que va de 2015 se han realizado seis. En los próximos días, antes de la vacancia judicial, Arenal celebrará el matrimonio número 30.

Las parejas que han recibido la bendición del juez García han llegado del Valle, Huila, Cundinamarca, Antioquia, y entre los contrayentes hay ciudadanos de Francia, España, Austria, Canadá y Estados Unidos que han querido casarse con ciudadanos colombianos. El 60 por ciento han sido parejas de hombres, y uno de los que contrajeron matrimonio es viudo, y asistió en compañía de su hijo adolescente a intentar nuevamente el amor con otro hombre.

De todos los matrimonios que ha celebrado García, uno le ha llegado al alma. Era una pareja de mujeres, una de ellas sufría un cáncer muy avanzado y fue muy enferma al pueblo. Se casaron y un par de meses después ella falleció. El amor que vio entre ellas dos le reafirmó que estaba haciendo lo correcto. De todas las parejas que han pasado por su despacho, sabe que solo una se ha separado.

La historia es maravillosa y, literalmente, increíble. Lo único que me hacer arquear la ceja es eso de que García no casa personas que se acaban de conocer. El matrimonio es un contrato entre dos personas, y los motivos para contraerlo no son incumbencia del Estado ni sus funcionarios — me cuesta trabajo entender que un juez que logra superar la homofobia institucionalizada del país, termine exigiendo requisitos que no son de su competencia.

Las personas se pueden casar por todo tipo de motivos (¡hay reality shows que casan personas que no se aman!) y los únicos requisitos tendrían que ser que haya voluntad de casarse y tengan los suficientes elementos de juicio para entender qué hacen. Si lo hacen por amor, dinero, conveniencia, rebeldía, desafiar a sus padres o ingenuidad es su problema. Ojalá García recapacite y prescinda de imponer este último prejuicio arbitrario, viendo que ya ha superado uno de los más ridículos y persistentes prejuicios cuando dos personas quieren casarse; superar este otro debería ser pan comido.

Por cierto, esta semana, la Corte Constitucional podría decidir este tema y ojalá haga lo que el Congreso no se atreve — esta es la oportunidad para que los LGBTI alcancen la ciudadanía con plenos derechos.

(imagen: Semana)

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