Supongo que lo primero que tengo que decir es que yo no veo televisión. La televisión, me sirve para jugar PlayStation, ver películas -en DVD o VHS- y para conciliar el sueño. No más.
No soporto los comerciales ni mucho menos los recortes que en la televisión nacional le hacen a los momentos clímax de las películas, ni la publicidad invasiva con banners semitransparentes que ocupan la mitad de la pantalla durante los programas y ciertamente soy muy crítico de los contenidos, en especial de los de la televisión nacional.
Me siento en la obligación de advertir que tengo una especie de práctica o pasantía en un canal de televisión nacional, en la que califico una pequeña porción de los productos que van a salir al aire en el futuro. Aporto mi granito de arena para hacer de la televisión nacional algo mejor.
No obstante suelo estar en contra de las constantes críticas que otros hacen de la televisión.
Esto es por una sencilla razón: mis críticas son en cuanto a narrativas y políticas de transmisión.
Tengo muy claro que la televisión es un medio de comunicación cuya única función es entretener. No es enseñar, no es educar, no es transmitir valores, ni nada parecido. Por eso considero que la gran mayoría de críticas que le hacen a la televisión son infundadas.
La más frecuente es esa queja de que representa mal al país, que le da mala imagen ante el mundo, que nos hace quedar como un país del tercer mundo. ¿Acaso está diciendo mentiras? Las narconovelas, por poner un ejemplo casi al azar, son relatos -de ficción, eso sí- que narran una parte de la realidad colombiana. Yo me preocuparía mucho más por cambiar la realidad del país antes de empezar a exportar una mejor imagen.
Pero este artículo es sobre la segunda queja más frecuente que dice que la televisión -entre otras- está implantando una serie de estereotipos de belleza que deben ser combatidos. ¿Habrá una utilización más absurda y falaz del feminismo? (De hecho, sí la hay). Yo estoy de acuerdo con que las mujeres tengan igualdad de derechos e igualdad de oportunidades.
Pero eso es una cosa y otra muy distinta es que alguien nos haya escrito a fuego en el cerebro cuál es el ideal de belleza que nos debe gustar y que debemos perseguir.
(Comentario al margen: otra idea falsa es que se tiende a confundir el gusto físico con el romance. No son el mismo interés y no se deberían confundir. Antes, deben estar debidamente diferenciados. Pero sigamos...)
También hemos visto a hombres musculosos y con perfectos six-packs en las pantallas de televisión y no abundan los reclamos de los hombres por la utilización de un modelo que no todos pueden alcanzar.
Verse bien es todo un arte. Como seres humanos estamos en nuestro derecho a querer vernos como mejor nos sintamos con nosotros mismos y tener la apariencia que mejor esté en sintonía con nuestro ser. Es lo más natural del mundo.
Además, hay una poderosa razón biológica detrás: la evolución nos dotó con un cerebro que busca principalmente la preservación de la especie (y del código genético particular) y eso se traduce en la reproducción, lo que hace que la apariencia tome gran relevancia a la hora de las relaciones sociales y sexuales (en la gran mayoría de interacciones sociales, el primer contacto con el otro es el contacto visual).
No es como si las personas decidiéramos voluntaria o inducidamente lo que nos gusta. Las mujeres no saben por qué les gustan los tipos malos, mujeriegos, los famosos, los que tienen poder (respuesta: porque todos esos son indicadores de que le puede garantizar a su descendencia seguridad y estatus que a nivel subconsciente ellas relacionan con buenos genes, genes de supervivencia). Por nuestra parte, nos sentimos atraídos hacia las mujeres con curvas tendientes al estereotipo 90-60-90 porque esas medidas las relacionamos a nivel subconsciente con fertilidad. Y a nivel subconsciente, queremos estar con una mujer capaz de darnos hijos sanos, que puedan prolongar en el tiempo nuestro código genético (de hecho eso sólo funciona con el sexo. Para que queramos quedarnos con ella, entran a jugar otra serie de factores).
Por eso me molestan de una manera no normal los diálogos tanto de películas como de series en que a alguno de los personajes le preguntan qué es eso tan especial que ve en su amado o amada. ¡No ve nada particular! Todo son una serie de reacciones a nivel subconsciente sobre información que se recaba también de manera inconsciente. Por lo tanto nadie tiene esa información a nivel consciente ni puede decidir enamorarse de alguien más. No existe tal cosa como la decisión voluntaria, ni mucho menos racional, de elegir quién nos gusta (como tampoco existe la seducción racional o por vía de los argumentos. Probar que uno es el mejor partido se hace en el terreno de las emociones).
Sin embargo, todos los días surgen movimientos en defensa de la belleza común o de la mujer común y corriente, o de la belleza natural que no cumple con los cánones estéticos de la industria, aparecen enemigos de las cirugías plásticas y se implanta todo un discurso en contra de los más básicos y naturales impulsos humanos que la industria, eso sí, ha sabido explotar.
Por supuesto esos cánones de belleza varían. Ya me imagino a los que hoy atacan el modelo actual, defendiéndolo ante los pintores del Renacimiento, explicándoles que también las mujeres de caderas flacas y de senos grandes debían ocupar un espacio en sus cuadros, junto con su Fornarina o su Venus.
Es por eso que encuentro ridículas y sin sentido las campañas como esa de Dove, por la belleza natural.
Hace bien Dove en lanzar la campaña "for real beauty". Ya empezamos a caer en la cuenta de que el artificio de la belleza real tiene mucho de parquedad, de simplicidad, de sinceridad. Sobre todo, cuando los modelos que aparecen en las pantallas no tienen nada de admirable ni amable detrás: son estricta atracción fantasmagórica de puros deseos ideales.
Yo no me atrevería a descalificar intelectualmente a alguien por el simple hecho de que su presentación estética sea agradable al ojo.
Por otra parte: por supuesto que hay una atracción de deseos ideales. ¡Ese es el negocio de la televisión, entretener!
Que haya niñas y niños formando su autoestima conforme lo que ven en la televisión, es un problema de los padres y de la sociedad porque permiten que los estereotipos se vuelvan paradigmas y no se toman el tiempo y la molestia de explicarle a los críos que la televisión sólo es un reflejo incompleto de la realidad, y que en vez de tomarla como modelo a seguir es necesario definirse como persona e individuo por fuera de los parámetros establecidos por las industrias culturales.
(Otra pregunta que tengo es: ¿por qué se prefiere que los niños vean más escenas de violencia y menos de sexo? ¿No parece más recomendable promover que sepan cómo reproducir la vida en vez de cómo terminarla?)
Así que el problema radica en los padres y la sociedad. No en la televisión, que con todo lo que pueda evolucionar, siempre se va a quedar corta a la hora de representar la realidad, que es la primera razón por la que nadie debería tomar sus representaciones como modelos a seguir y también deberían dejar de lado esa falsa noción de que los mensajes de la televisión manipulan. Lo que se ve en la televisión es una consecuencia, no una causa.
Es entonces cuando me cruzo con esta denuncia llamada El Cuerpo de las Mujeres, llevada a cabo en Italia, en donde hacen unas mezclas no muy aconsejables. Su video está traducido a varios idiomas, incluido el español.
Hay cosas que comparto de la denuncia (las mujeres en efecto se están dejando humillar cuando se meten debajo de una mesa de plexiglass), pero no lo hago en su totalidad y eso es principalmente porque se basan en la acusación políticamente correcta de que la televisión promueve cánones estéticos que destruyen la autoestima de las personas.
Le llaman "dictadura de los cuerpos perfectos" pero yo creo que es más bien la democracia de los cuerpos perfectos: son los cuerpos que la mayoría pide y que en consecuencia pueden generar más rating.
Por n-ésima vez: la televisión está para entretener. Eso sólo va a cambiar el día en que el rating responda a la voracidad intelectual de la mayoría de los televidentes en vez de tener exigencias tan fáciles de satisfacer que no superan la excitación de los sentidos y de las pasiones. Quien sube o baja el estándar de calidad son los mismos televidentes. La industria sólo está respondiendo a la demanda. No es más.