Desde hace años considero que el premio Nobel de Paz es un galardón innecesario, cuya entrega obedece más a concursos de popularidad que otra cosa. Esa es la conclusión a la que uno llega después de ver que entre sus nominados y recipientes se encuentran charlatanes e intolerantes de diversa índole como
Gandhi, el
Dalái Lama,
Teresa de Calcuta,
Hitler,
Stalin y
Rigoberta Menchú, entre muchos otros.
A diferencia de lo que ocurre con los Nobel de Ciencia, el de Paz no tiene ningún tipo de pauta que explique los méritos por los que alguien podría ser nominado, ni galardonado. Por ejemplo, hasta el día de hoy sigo sin entender por qué se lo dieron a
Barack Obama (y
él tampoco lo sabe).
En Colombia, el premio se ha convertido en una acusación de ambición personal a cualquier Presidente que haya tenido la disparatada idea de terminar el conflicto armado interno de manera dialogada. Así que no es de extrañar que el presidente
Juan Manuel Santos también fuera acusado de esto. Todo el asunto es demasiado cómico, como para pasarlo por alto: los borreguitos uribistas se inventaron que las motivaciones de Santos para negociar la 'paz' no obedecían a otra cosa sino a su ambición personal de recibir el premio (eso viniendo de los creyentes religiosos de una secta fanática que gira peligrosamente alrededor del culto a la personalidad de un tipo que usa el conflicto interno como gallinita de los huevos de oro. ¡¡La ironía quema!!). Después de que el
fascismo ganó en las urnas a punta de mentiras, la acusación del premio se volvió una profecía autocumplida, pues el
Comité Noruego vino al rescate de My President y su proceso de 'paz'. No es descabellado sugerir que si el SÍ hubiera ganado en las urnas, le habrían dado el premio a alguien más. Para rematar, los borreguitos uribistas no entienden por qué Santos se les sale del guión y sigue trabajando por la paz aún después de recibir el premio. La mejor muestra de que Santos no se embarcó en la vacaloca de la paz por ambición personal les genera una profunda amargura... a pesar de que, según ellos, esa era la verdadera razón para el proceso de paz y era un motivo espurio.
En fin, el sábado el Comité Noruego le hizo la entrega oficial del galardón y el
discurso de recepción del Presidente casi que merece ser enmarcado — si bien, tiene un tono triunfalista que no termina de convencerme, sus palabras son las de un estadista, pero aún más importante, el
espíritu de sus palabras es una defensa del Estado de derecho y la democracia liberal, del cosmopolitismo; incluso le lanza dardos a
Donald Trump y todos los paletos perdedores de la globalización que votaron por él —y a los de
Brexit—: