lunes, 12 de diciembre de 2016

El discurso de Santos al recibir el Nobel de Paz



Desde hace años considero que el premio Nobel de Paz es un galardón innecesario, cuya entrega obedece más a concursos de popularidad que otra cosa. Esa es la conclusión a la que uno llega después de ver que entre sus nominados y recipientes se encuentran charlatanes e intolerantes de diversa índole como Gandhi, el Dalái Lama, Teresa de Calcuta, Hitler, Stalin y Rigoberta Menchú, entre muchos otros.

A diferencia de lo que ocurre con los Nobel de Ciencia, el de Paz no tiene ningún tipo de pauta que explique los méritos por los que alguien podría ser nominado, ni galardonado. Por ejemplo, hasta el día de hoy sigo sin entender por qué se lo dieron a Barack Obama (y él tampoco lo sabe).

En Colombia, el premio se ha convertido en una acusación de ambición personal a cualquier Presidente que haya tenido la disparatada idea de terminar el conflicto armado interno de manera dialogada. Así que no es de extrañar que el presidente Juan Manuel Santos también fuera acusado de esto. Todo el asunto es demasiado cómico, como para pasarlo por alto: los borreguitos uribistas se inventaron que las motivaciones de Santos para negociar la 'paz' no obedecían a otra cosa sino a su ambición personal de recibir el premio (eso viniendo de los creyentes religiosos de una secta fanática que gira peligrosamente alrededor del culto a la personalidad de un tipo que usa el conflicto interno como gallinita de los huevos de oro. ¡¡La ironía quema!!). Después de que el fascismo ganó en las urnas a punta de mentiras, la acusación del premio se volvió una profecía autocumplida, pues el Comité Noruego vino al rescate de My President y su proceso de 'paz'. No es descabellado sugerir que si el SÍ hubiera ganado en las urnas, le habrían dado el premio a alguien más. Para rematar, los borreguitos uribistas no entienden por qué Santos se les sale del guión y sigue trabajando por la paz aún después de recibir el premio. La mejor muestra de que Santos no se embarcó en la vacaloca de la paz por ambición personal les genera una profunda amargura... a pesar de que, según ellos, esa era la verdadera razón para el proceso de paz y era un motivo espurio.

En fin, el sábado el Comité Noruego le hizo la entrega oficial del galardón y el discurso de recepción del Presidente casi que merece ser enmarcado — si bien, tiene un tono triunfalista que no termina de convencerme, sus palabras son las de un estadista, pero aún más importante, el espíritu de sus palabras es una defensa del Estado de derecho y la democracia liberal, del cosmopolitismo; incluso le lanza dardos a Donald Trump y todos los paletos perdedores de la globalización que votaron por él —y a los de Brexit—:



Aquí uno de los extractos más destacables del discurso:

En un mundo en que las guerras y los conflictos se alimentan por el odio y los prejuicios, tenemos que encontrar el camino del perdón y la reconciliación.

En un mundo en que se cierran las fronteras a los inmigrantes, se ataca a las minorías y se excluye a los diferentes, tenemos que ser capaces de convivir con la diversidad y apreciar la forma en que enriquece nuestras sociedades.

A fin de cuentas, somos todos seres humanos. Para quienes somos creyentes, somos todos hijos de Dios. Somos parte de esta aventura magnífica que significa estar vivos y poblar este planeta.

Nada nos diferencia en la esencia: ni el color de la piel, ni los credos religiosos, ni las ideologías políticas, ni las preferencias sexuales. Son apenas facetas de la rica diversidad del ser humano.

[...]

Al final, somos un solo pueblo y una sola raza, de todos los colores, de todas las creencias, de todas las preferencias.

Nuestro pueblo se llama el mundo. Y nuestra raza se llama humanidad.

Es que hasta la mención de su amigo imaginario la hizo dejando espacio para aquellos de nosotros que podemos vivir vidas plenas sin dioses. Santos no es perfecto —lejos de ello—, pero aún faltando la mitad final de su segundo mandato, cada vez confirmo más que entre las opciones a Presidente en 2014, él era la menos mala.

En el discurso, Santos también hace un llamado a 'cambiar' la estrategia de la guerra contra las drogas. Aunque fue enfático en sus palabras, eché en falta que utilizara la palabra "legalización":

Me refiero a la urgente necesidad de replantear la Guerra mundial contra las Drogas, una guerra en la que Colombia ha sido el país que más muertos y sacrificios ha puesto.

Tenemos autoridad moral para afirmar que, luego de décadas de lucha contra el narcotráfico, el mundo no ha logrado controlar este flagelo que alimenta la violencia y la corrupción en toda nuestra comunidad global.

[...]

Pero el narcotráfico es un problema global y requiere una solución global que parta de una realidad inocultable: la Guerra contra las Drogas no se ha ganado, ni se está ganando.

No tiene sentido encarcelar a un campesino que siembra marihuana, cuando –por ejemplo– hoy es legal producirla y consumirla en 8 estados de los Estados Unidos.

La forma como se está adelantando la guerra contra las drogas es igual o incluso más dañina que todas las guerras juntas que hoy se libran en el mundo. Es hora de cambiar nuestra estrategia.

Hay mucho que cambiar: lo que cada quién hace con su cuerpo es su problema y nadie tiene derecho a impedírselo.

Tal vez, la única mancha en las palabras de recepción del Nobel es la pretensión del Presidente de humanizar a los terroristas. Son "enemigos", porque —como él mismo ha dicho muchas veces— la paz se hace con los enemigos. La idea buenrollista de llamarlos "adversarios", retomada de Valencia Tovar, es un disparate.

Y algunos dirán que toda la empresa es inútil o ilegítima porque no se debe negociar con terroristas y, en principio, estaríamos de acuerdo; sin embargo, lo cierto es que en Colombia no ha habido ni un sólo Presidente (o candidato) lo suficientemente valiente para vencer el terrorismo por la vía militar, como debería ser. (No, ni siquiera el esperpento fascista de Álvaro Uribe Vélez; él es el que menos.) Pretender que en Colombia se acabara el conflicto por la vía militar —como debería ser— es tan iluso como pretender que llueva malteada de chocolate: y el pensamiento ilusorio es la peor guía para tomar posturas políticas y para ir a las urnas. Y yo voto en Colombia, no en Narnia.

He vivido toda mi vida en Colombia, por lo que sé que no debo ser muy optimista con respecto a la 'paz' —o con el país mismo—, pero independientemente de lo que ocurra en el futuro, es justo decir que Santos hizo todo lo que pudo para terminar el conflicto y pudimos acariciar ese momento con la punta de los dedos.

Quienes todavía no han podido asimilar la idea del proceso de 'paz' dicen que el único Nobel por el que Colombia debe sentirse orgullosa es el de Gabriel García Márquez; sin embargo, a mí me ocurre al revés: yo no tuve ningún mérito en el Nobel al escritor de Aracataca, pero sí voté por Santos, así que puedo sentirme orgulloso de sus logros (así como asumo la responsabilidad de sus desaciertos, y lo he hecho cuestionando y criticando su Gobierno incontables veces).

Santos deja un país mejor del que encontró, a ver cuánto dura.

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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