domingo, 18 de diciembre de 2016

Fact-checking: la respuesta democrática a la posverdad y las noticias falsas



2016 no ha sido un año particularmente bueno para la civilización. Brexit, el No en Colombia y la victoria de Trump son tres episodios, de entre muchos, que marcan este año como un verdadero desastre. La búsqueda de culpables apunta a que la humanidad entró en la era de la posverdad, que no es otra cosa que el populismo y la demagogia de toda la vida amplificados mediante las redes sociales.

No es que la desinformación, el miedo, y apelar a los peores instintos del electorado no hubieran sido usadas antes como herramientas para cultivar votos y avanzar agendas trogloditas, sino que este año se perfeccionó su propagación con el uso de las redes sociales y los medios de comunicación 'alternativos'. Existen un millón de razones por las que esto representa una amenaza para cualquier democracia medianamente seria, pero para no hacerlo muy largo, baste con decir que la desinformación afecta directamente los cimientos de cualquier sociedad construida sobre la idea que sus ciudadanos toman decisiones informadas al momento de ir a las urnas.

En el contexto de la Nueva Guerra Fría, esto ha significado un filón para Vladimir Putin quien, ni corto ni perezoso, ha aprovechado el aprecio que Occidente le tiene a la libertad de expresión para propagar sus mentiras mediante los medios de propaganda rusa como Russia Today (RT) y Sputnik, pretendiendo manipular el flujo informativo según sus ambiciones. Las revelaciones de las últimas semanas sobre la intervención rusa en las elecciones americanas (que eran un secreto a voces) ya han hecho que se empiece a hablar de "ciberguerra fría".

Las intenciones de Putin no han pasado desapercibidas para quienes nos preocupamos por la democracia y la civilización, y ya se empiezan a vislumbrar esfuerzos para contrarrestar la desinformación. Escribiendo para EurActiv, Tomáš Prouza, el Secretario de Estado para Asuntos Europeos en la Oficina del Gobierno Checo, ofrece cinco respuestas democráticas que la Unión Europea podría adoptar contra las mentiras y las 'verdades' alternativas.

Entre esas sugerencias se encuentra el de fortalecer al equipo de East Stratcom, creado por el Consejo Europeo en marzo de 2015 para combatir la campaña rusa de desinformación. El equipo cuenta con 400 voluntarios y cada semana publica dos boletines que ponen al descubierto las mentiras que el Kremlin quiere hacer pasar por verdades en Europa.

Prouza también invita a desafiar públicamente a quienes difunden la desinformación, y que los Estados apoyen equipos de fact-checkers independientes, como el equipo ucraniano StopFake que no sólo contrarresta las narrativas falsas sino que también expone las herramientas de desinformación.

La idea de combatir la propaganda y la desinformación con información real no es nada nueva; Snopes lleva haciéndolo por 20 años y la cada vez mayor preocupación por acceder a información verídica se ve reflejada en el hecho de que en el mes previo a las elecciones americanas, su tráfico web se incrementó en un 85%. (Por cierto, en opinión del equipo editorial de Snopes, el problema de la desinformación va más allá de las noticias falsas, que sólo son una pequeña parte del verdadero problema: un mal periodismo; y razón no les falta.)

Lo que para mí resulta significativo en esta ocasión es que sea un servidor público quien aborde la cuestión, pues quiere decir que el tema empieza a preocupar a los políticos, quienes, así no nos guste, están en mejor posición que nosotros para tomar medidas efectivas al respecto (y las que Prouza propone no están nada mal).

Algunos llevamos un buen tiempo señalando lo peligrosa que resulta la desinformación en todo tipo de escenarios; ojalá nunca se hubiera requerido de la victoria de Trump para que el establecimiento político empezara a tomar nota pero, ya entrados en gastos, vale la pena señalar que este es un efecto secundario deseable de tan trágico suceso y demás similares alrededor del mundo.

La respuesta democrática al veneno de la desinformación es exponerla, y el fact-checking —que debería ser el estándar oro del periodismo— hace eso. Después de ver cómo se puede manipular el algoritmo de Facebook para censurar cualquier contenido "ofensivo", la idea de que sobre la red social recaiga parte de la responsabilidad de filtrar las noticias falsas me parece muy peligrosa, tan peligrosa como sugerir que esta función la ejerza un gobierno, cualquier gobierno.

(vía Jakub Janda | imagen: The Blue Diamond Gallery)

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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