Una versión de este artículo fue publicada en Factor 302.4, blog de Alejandro Agostinelli
Más o menos desde 2011, el movimiento ateo ha venido sufriendo una transformación que ha definido su rumbo en estos últimos 10 años — en pocas palabras, esa transformación ha sido un abandono de los valores ilustrados clásicos (libertad de expresión, libre investigación, la libertad de debatir ideas, el escepticismo y la tolerancia por puntos de vista diferentes) y su reemplazo por un conjunto de principios autoritarios (pureza ideológica, temas tabú, dogmatismo, e intolerancia por quien piense diferente).
Cuando la transformación empezó, yo estuve reportando aquí lo sucedido; no sé de nadie más que haya cubierto estos temas en español, y ciertamente todos los activistas hispanohablantes con los que empezaba a relacionarme en ese momento se quedaban rascándose la cabeza cuando yo mencionaba el tema. Aparentemente, nadie más estaba interesado en estas cosas, lo que significaba trabajo extra, pues si quería que mis lectores supieran lo que pasaba, no sólo tenía que traducir, sino que además tenía que explicar quién era quién, para poder poner las cosas en contexto. Y durante un tiempo lo hice, aunque eventualmente dejé de publicar sobre este tema, y me enfoqué en otros más cercanos a mis lectores.
En cualquier caso, siempre le seguí la pista al tema, porque aún hoy en día sigo asombrado de que un movimiento cuya existencia gire alrededor del respeto al diferente le haya dado la espalda a su propia razón de ser. ¿La cereza sobre el pastel? Que lo hicieron en nombre de la tolerancia y el respeto a la diferencia.
Lo curioso es que el ateísmo organizado fue el primero aunque ciertamente no el último nicho en sufrir una transformación de este tipo. Desde la comunidad del crochet hasta los medios de comunicación han sido presas de transformaciones similares, siempre caracterizadas por acoso, matoneo, y persecuciones a los disidentes. Esto no puede venir como una sorpresa para nadie que no haya vivido bajo una piedra en los últimos cinco años — las instituciones liberales y los principios ilustrados sobre los cuales reposan estas se encuentran bajo ataque en todos los frentes.
El conjunto de ideas detrás de estas transformaciones son aplicaciones de las propuestas de autores posmodernos y sus adaptaciones (unas más fidedignas que otras) al mundo actual, que se han popularizado pretendiendo que luchan por la justicia social; en consecuencia sus activistas han sido llamados Justicieros Sociales (SJW, por las siglas Social Justice Warrior= o woke, porque supuestamente 'despertaron' y abrieron los ojos ante las injusticias. En resumen se trata de una ideología moral bastante inflexible que es caracterizada por las políticas de identidad, la corrección política, y la promoción de la equidad (que no igualdad) y la diversidad de rasgos biológicos (aunque no de pensamiento). Como le he seguido la pista por años a esa transformación, particularmente en el movimiento ateo, y he registrado algunos de esos casos aquí, y otros en la versión de este espacio en inglés, en 2019 mi amiga Gretchen Mullen me invitó a exponer el tema. En ese entonces, para mí ya era claro que el movimiento ateo estaba condenado al fracaso de seguir dándole la espalda a los valores ilustrados, por lo cual escribí que el posmodernismo había secuestrado y destruído el movimiento, al punto de crear una grieta o brecha con dos lados claramente definidos: los autoritarios y los librepensadores.
En vista de que se me habría ido la vida recordando todos y cada uno de los incidentes de matoneo, acoso, y deshonestidad intelectual en los que los ateos woke han incurrido a lo largo de estos 10 años, preferí hacer un resumen de cómo ha ido evolucionando la conversación dentro del propio movimiento ateo, y ofrecer una sensación general de qué es lo que ha venido pasando desde 2011: