Esta semana me pasó una cosa que no sé muy bien cómo reaccionar y he pensado en escribir al respecto, pero antes de hacerlo se interpuso toda la controversia de hembrismo versus feminismo que se desató en la conferencia en atea en Dublín.
El resumen es más o menos así:
Rebecca Watson, conocida como Skepchick, dio una conferencia sobre feminismo y a las cuatro de la mañana se estaba devolviendo a su cuarto. El ascensor fue abordado por un hombre y en el transcurso hacia sus respectivos pisos, él le propuso a ella que fuera al cuarto de él a tomar un café. Ella dijo que no, que estaba cansada (eran las 4:00 a.m. y acababa de dar una conferencia).
Rebecca puso el grito en el cielo, Stef McGraw, una estudiante de la organización estudiantil escéptica de la Universidad del Norte de Iowa expresó que no le parecía para tanto todo el alboroto que estaba haciendo Rebecca y la controversia estalló. La blogósfera atea sajona tuvo dos bandos (o más): los que piensan que el asunto del ascensor es una clara muestra de residuos machistas y misóginos en el movimiento escéptico (entre los que se encuentra PZ Myers) y los que consideran que no es para tanto (entre los que se cuenta Richard Dawkins).
Los primeros han aportado todo tipo de argumentos o pseudoargumentos, como el Violador de Schrödinger, teoría según la cual, todo hombre desconocido que se acerca a una mujer podría o podría no ser un violador en potencia. Este planteamiento es de una obviedad que se cae de su peso, sin embargo, siguiendo esa lógica, cualquier desconocido con el que me cruce podría o podría no ser un atracador o un asesino en serie. Invocando ese orden de ideas, yo podría exigirle a todos los desconocidos que no se me acerquen ni me hablen y si llegaran a hacerlo estaría mal de su parte porque yo, decidí sentirme invadido en mi espacio personal por su aproximación. Cuando un extraño que no quiero que se me acerque, se me acerca, yo me alejo. En un ascensor, oprimiría uno de los botones convenientemente dispuestos para detenerlo y me bajaría.
Creo que eso era lo único rescatable de la argumentación de ese grupo, ya que los demás son acusaciones de pertenecer a la MRA, o sea la Asociación por los Derechos de los Hombres, que es un movimiento machista; también está la acusación de que los hombres caucásicos, como Richard Dawkins (este argumento iba con mucha fuerza contra él) tienen privilegios y que a diferencia de las mujeres no tienen que preocuparse por cosas como pasar al lado de un grupo de personas del otro género y ser víctimas de piropos y cumplidos indeseados.
El segundo grupo argumenta que el tipo del ascensor le hizo una proposición y que ella no fue irrespetada porque cuando dijo que no, él no la forzó ni la obligó a nada más. ¡Ni siquiera hubo contacto físico ni le faltó al respeto! ¿Que a ella no le gustó lo que el tipo dijo? Está en su derecho, así como él estaba en el de él de hacerle una propuesta sexual disfrazada de interacción social amistosa. Y habría sido acoso sexual si hubiera insistido de manera de más bien impositiva, cosa que no hizo. ¡Ni siquiera insistió apelando a algo irónico o de forma amistosa! ¡No insistió de ninguna forma!
Para que conste, a mí me han dicho piropos no deseados, me han desvestido con la mirada y me guste o no, no me voy a sentir sexualmente ultrajado por eso. Todas las personas tienen la libertad de expresar sus más íntimos deseos sexuales sin que por ello los demás se vayan a sentir ofendidos (puede que sí disgutados). Sí, yo estoy en el segundo grupo, con Dawkins y McGraw, porque tengo la firme e íntima convicción de que las personas pueden expresar -verbalmente o con su lenguaje corporal- su interés sexual en otra u otras sin que eso constituya ni delito ni irrespeto.
En cuanto a lo de convertir al otro en "objeto sexual": primero, es algo que las mujeres también hacen, no sólo los hombres. Segundo, uno nunca sabe. A veces están utilizando al otro para satisfacer una necesidad sin que ese otro se entere, e incluso en muchos casos creyendo que hay un interés romántico, personal o intelectual, que en ocasiones es pensamiento ilusorio nada más.
Supongo que en el fondo la diferencia radica entre los defensores de la discriminación positiva y sus detractores y siempre existe una forma de hacer un test de igualdad muy sencillo, intercambiar roles: si yo entrara a un ascensor a las cuatro de la madrugada, estuviera cansado por venir de una exhaustiva conferencia sobre hembrismo y una mujer expresara su interés en mí, me devorara con la mirada y me dijera que fuera a su habitación; independientemente de si aceptara o declinara la invitación, yo no me sentiría irrespetado, ni ultrajado, ni ofendido.
Es una tristeza que el hembrismo acuse al feminismo de ser machista. No lo es. Aboga por la igualdad de sexos y eso implica que no hay trato preferencial para las mujeres. Si ellas pueden incurrir en una situación social -que si acaso podría ser calificada de incómoda, como mucho-, los hombres tenemos el mismo espectro de posibilidades para incurrir en una conducta similar, inversa.
La segunda parte del artículo tiene que ver con lo que me pasó esta semana y más preguntas sobre las interacciones sociales.
El resumen es más o menos así:
Rebecca Watson, conocida como Skepchick, dio una conferencia sobre feminismo y a las cuatro de la mañana se estaba devolviendo a su cuarto. El ascensor fue abordado por un hombre y en el transcurso hacia sus respectivos pisos, él le propuso a ella que fuera al cuarto de él a tomar un café. Ella dijo que no, que estaba cansada (eran las 4:00 a.m. y acababa de dar una conferencia).
Rebecca puso el grito en el cielo, Stef McGraw, una estudiante de la organización estudiantil escéptica de la Universidad del Norte de Iowa expresó que no le parecía para tanto todo el alboroto que estaba haciendo Rebecca y la controversia estalló. La blogósfera atea sajona tuvo dos bandos (o más): los que piensan que el asunto del ascensor es una clara muestra de residuos machistas y misóginos en el movimiento escéptico (entre los que se encuentra PZ Myers) y los que consideran que no es para tanto (entre los que se cuenta Richard Dawkins).
Los primeros han aportado todo tipo de argumentos o pseudoargumentos, como el Violador de Schrödinger, teoría según la cual, todo hombre desconocido que se acerca a una mujer podría o podría no ser un violador en potencia. Este planteamiento es de una obviedad que se cae de su peso, sin embargo, siguiendo esa lógica, cualquier desconocido con el que me cruce podría o podría no ser un atracador o un asesino en serie. Invocando ese orden de ideas, yo podría exigirle a todos los desconocidos que no se me acerquen ni me hablen y si llegaran a hacerlo estaría mal de su parte porque yo, decidí sentirme invadido en mi espacio personal por su aproximación. Cuando un extraño que no quiero que se me acerque, se me acerca, yo me alejo. En un ascensor, oprimiría uno de los botones convenientemente dispuestos para detenerlo y me bajaría.
Creo que eso era lo único rescatable de la argumentación de ese grupo, ya que los demás son acusaciones de pertenecer a la MRA, o sea la Asociación por los Derechos de los Hombres, que es un movimiento machista; también está la acusación de que los hombres caucásicos, como Richard Dawkins (este argumento iba con mucha fuerza contra él) tienen privilegios y que a diferencia de las mujeres no tienen que preocuparse por cosas como pasar al lado de un grupo de personas del otro género y ser víctimas de piropos y cumplidos indeseados.
El segundo grupo argumenta que el tipo del ascensor le hizo una proposición y que ella no fue irrespetada porque cuando dijo que no, él no la forzó ni la obligó a nada más. ¡Ni siquiera hubo contacto físico ni le faltó al respeto! ¿Que a ella no le gustó lo que el tipo dijo? Está en su derecho, así como él estaba en el de él de hacerle una propuesta sexual disfrazada de interacción social amistosa. Y habría sido acoso sexual si hubiera insistido de manera de más bien impositiva, cosa que no hizo. ¡Ni siquiera insistió apelando a algo irónico o de forma amistosa! ¡No insistió de ninguna forma!
Para que conste, a mí me han dicho piropos no deseados, me han desvestido con la mirada y me guste o no, no me voy a sentir sexualmente ultrajado por eso. Todas las personas tienen la libertad de expresar sus más íntimos deseos sexuales sin que por ello los demás se vayan a sentir ofendidos (puede que sí disgutados). Sí, yo estoy en el segundo grupo, con Dawkins y McGraw, porque tengo la firme e íntima convicción de que las personas pueden expresar -verbalmente o con su lenguaje corporal- su interés sexual en otra u otras sin que eso constituya ni delito ni irrespeto.
En cuanto a lo de convertir al otro en "objeto sexual": primero, es algo que las mujeres también hacen, no sólo los hombres. Segundo, uno nunca sabe. A veces están utilizando al otro para satisfacer una necesidad sin que ese otro se entere, e incluso en muchos casos creyendo que hay un interés romántico, personal o intelectual, que en ocasiones es pensamiento ilusorio nada más.
Supongo que en el fondo la diferencia radica entre los defensores de la discriminación positiva y sus detractores y siempre existe una forma de hacer un test de igualdad muy sencillo, intercambiar roles: si yo entrara a un ascensor a las cuatro de la madrugada, estuviera cansado por venir de una exhaustiva conferencia sobre hembrismo y una mujer expresara su interés en mí, me devorara con la mirada y me dijera que fuera a su habitación; independientemente de si aceptara o declinara la invitación, yo no me sentiría irrespetado, ni ultrajado, ni ofendido.
Es una tristeza que el hembrismo acuse al feminismo de ser machista. No lo es. Aboga por la igualdad de sexos y eso implica que no hay trato preferencial para las mujeres. Si ellas pueden incurrir en una situación social -que si acaso podría ser calificada de incómoda, como mucho-, los hombres tenemos el mismo espectro de posibilidades para incurrir en una conducta similar, inversa.
La segunda parte del artículo tiene que ver con lo que me pasó esta semana y más preguntas sobre las interacciones sociales.
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