Cuando planteo que adoctrinar, suscribir y exponer a menores de edad a las religiones constituye maltrato infantil, muchas personas han saltado (y se han sobresaltado) y me han dicho que "los papás verán cómo 'educan' a sus hijos", perpetuando el rezago cavernario de que el padre trate a los demás miembros de la familia como si fueran sus pertenencias (para ellos tiene tanto sentido como llenar el negocio personal con pegatinas de la virgen María; una pertenencia más, sin derechos).
Defienden la religión y el adoctrinamiento por encima del derecho de sus hijos a crecer libremente para poder elegir con relativa autonomía si quieren creer o si van a someterse a tirano celestial una vez cumplan la mayoría de edad. Creo que
este caso concreto ilustra precisamente mi punto: