Antier, Bogotá tuvo su tercer día sin carro del año, una medida que la Alcaldía justifica diciendo que es para incentivar el uso de la bicicleta y reducir la emisión de dióxido de carbono — al igual que con otras iniciativas, el corte autoritario con el que se busca desincentivar el uso del carro particular me molesta bastante. En vano he argumentado contra la dictadura de las opiniones populares y he visto con incredulidad cómo muchos de mis aliados en la defensa del Estado laico —y quienes dicen oponerse al autoritarismo— celebran este tipo de medidas.
La defensa de las libertades individuales en Colombia es una causa perdida (y con estos activistas tan selectivos con las libertades que deciden defender mientras se ceban obsesivamente con amputar otras, mejor apague y vámonos). Sin embargo, es la causa más justa y por eso merece ser defendida, aunque estemos condenados al fracaso y siempre se termine usando el aparato estatal para premiar o prohibir gustos.
Sin embargo, la oleada de colectivismo del martes también trajo consigo esta columna de Federico Arango, un ciclista que no renunció al sentido común cuando se pasó a la bicicleta, y que llega como una bocanada de aire fresco: