
Hace unos días, un francotirador asesinó al activista reaccionario estadounidense Charlie Kirk durante un discurso en Utah. Unas semanas antes, el político colombiano de ultraderecha Miguel Uribe falleció varios días después de haber recibido un disparo en la cabeza mientras hablaba en un evento de campaña política.
Después de ambos sucesos, los comentaristas relevantes de cada contexto se apresuraron a denunciar los hechos y expresar su rechazo a la violencia política. Bueno, algunos comentaristas, porque los aliados ideológicos más cercanos a las víctimas aprovecharon ambas ocasiones para sacar ventaja política. El humo ni siquiera había dejado de salir de las armas cuando estas personas ya estaban atribuyendo motivaciones a los asesinos y señalando posibles autores intelectuales — convenientemente, la culpa siempre recaía en “la izquierda” (o lo que en ambos países pasa por izquierda, aunque en realidad no lo sea tanto; pero esa es una discusión para otro día).
Aunque la condena inmediata de la violencia siempre es preferible a sacar provecho político de tragedias como estas, sigue siendo una respuesta profundamente inadecuada. Esta condena se convierte en un obituario extendido, el acto final de una coreografía que, aunque repudia la violencia política, termina transformándose en el desenlace de un ritual que, al final, normaliza aquello que pretende rechazar. Mientras los traficantes de rabia obtienen beneficio político de la indignación por los asesinatos y convocan marchas y manifestaciones, los comentaristas decentes simplemente intentan salvar la apariencia, asegurándose de decirle a todos que ellos son lo suficientemente respetables para condenar el acto más fácil de reprochar del mundo.
Sin embargo, la violencia política no ocurre en un vacío, no viene de otra dimensión, ni de un universo paralelo, sino que surge de un conjunto específico de circunstancias, y condenar los asesinatos sin cuestionar el ecosistema que los propició es el equivalente a un saludo a la bandera. Para casos como los que aquí nos convocan, encuentro más apropiado citar un fragmento de la novela Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain, donde el autor reflexiona sobre el período de Terror tras la Revolución Francesa:
Hubo dos "Reinos del Terror", si tan solo lo recordáramos y lo consideráramos; uno forjó el asesinato en caliente, el otro a sangre fría y despiadada; uno duró unos pocos meses, el otro duró mil años; uno infligió la muerte a diez mil personas, el otro a cien millones; pero nuestros escalofríos son todos por los "horrores" del Terror menor, el Terror momentáneo, por así decirlo; mientras tanto, ¿qué es el horror de la muerte rápida por el hacha, comparado con la muerte de toda una vida por hambre, frío, insultos, crueldad y angustia? ¿Qué es la muerte rápida por un rayo comparada con la muerte a fuego lento en la hoguera? Un cementerio de la ciudad podría contener los ataúdes llenos por ese breve Terror ante el que a todos nos han enseñado diligentemente a temblar y a lamentarnos; pero toda Francia difícilmente podría contener los ataúdes llenos por ese Terror más antiguo y real, ese Terror indescriptiblemente amargo y terrible que ninguno de nosotros ha sido enseñado a ver en su inmensidad o a compadecer como se merece.
La cita fue invocada por Freddie deBoer tras el asesinato del gerente de UnitedHealth, presuntamente a manos de Luigi Mangione. El análisis de deBoer que acompaña la cita ofrece lo que a mí me parece una respuesta más apropiada al momento de abordar estas muertes, sus causas y qué podemos hacer para prevenirlas. (El extracto incluye algunas referencias a la actualidad estadounidense que no son necesarias conocer previamente para comprender el argumento):
Veo muy pocas justificaciones políticas explícitas del asesinato. Lo que la mayoría de la gente dice, en el ámbito político, es que un sistema sanitario defectuoso y cruel lleva a la gente a cometer locuras; que el incidente ha ayudado a revelar un gran descontento y rabia hacia ese sistema entre los estadounidenses, y no solo entre los izquierdistas; y que los problemas sociales realmente relevantes en este momento son mucho más importantes que este asesinato. Sí, él [Mangione] se ha convertido en un héroe popular. Pero, como señala sabiamente Michelle Goldberg, los héroes populares son un fenómeno "es", no un fenómeno "debería ser". El "debería ser" no tiene nada que ver con ello. Y el hecho de que la mayoría de los miembros del establecimiento sean capaces de mostrar una compasión exagerada por el director ejecutivo asesinado, pero vean a los asesinados por nuestro sistema sanitario solo a través de una tabla actuarial, nos lleva a Mark Twain.La columna continúa, entrando en detalle sobre lo destruida que está la atención en salud mental en Estados Unidos, citando otros casos; recomiendo su lectura a quien esté interesado.
La cita anterior de Twain está tomada de su novela Un yanqui en la corte del rey Arturo. Ese libro comparte estatus con Los viajes de Gulliver, Rebelión en la granja y varias otras obras, en el sentido de que se trata principalmente de una obra satírica que ahora leen los lectores modernos, quienes casi todos no perciben la sátira, pero que aún así disfrutan mucho de la historia. No lo he leído desde que era adolescente, por lo que su ubicación concreta en el texto es ahora un misterio para mí. Pero no importa. Para mí, ese párrafo es un resumen eficaz de un elemento esencial de la teoría de la izquierda y, sin embargo, no es particularmente ideológico. El mensaje es tan simple como parece: es lógica y moralmente extraño que los crímenes históricos, como algunas de las conductas de la Revolución Francesa, sigan provocando nuestra indignación, mientras que las horribles condiciones que inspiraron esos actos no lo hagan, a pesar de que mataron a mucha más gente.
El número de personas inocentes maltratadas, empobrecidas, hambrientas y asesinadas gracias al sistema impuesto por la monarquía francesa, en el siglo anterior a la primera revolución, constituye una injusticia que eclipsa por completo los males combinados del Reion del Terror. Y, sin embargo, la gente sigue escribiendo grandes libros de no ficción sobre los horrores de la revolución en los que se hace referencia, de pasada, a esa pila de cadáveres mucho mayor, si es que se hace referencia alguna. Hay personas que se golpean la cabeza y van al hospital, pero se niegan a hacerse un escáner cuando se enteran de cuánto les va a costar, luego se van a casa, se acuestan y nunca vuelven a despertarse porque tenían una hemorragia cerebral que no podían darse el lujo de hacerse diagnosticar. Cosas como esa ocurren constantemente. Y cada una de esas personas es tan querida por sus familias como el director general de United. El vasto silencio que nuestra cultura reserva para su destino demuestra una incoherencia moral.
Digo que este pasaje expresa eficientemente las perspectivas fundamentales de la izquierda porque la izquierda debe luchar constantemente por el reconocimiento público del sufrimiento innecesario y la injusticia provocados por el Así Funcionan las Cosas. Digo que ni siquiera es ideológico porque la perspectiva de Twain es tan eminentemente sensata; no es más que una afirmación de que la lógica moral debe tener sentido, que la forma en que la gente común responde a los diferentes tipos de sufrimiento y muerte no puede conciliarse con ningún sistema moral comprensible. Mis comentarios aquí provocarán que la gente diga que el Terror se compuso de actos cometidos por personas, decisiones que se tomaron, elecciones activas, y que el hambre, la pobreza y la opresión no fueron elegidas por nadie. Pero, por supuesto, la monarquía y la nobleza fueron construidas por personas que tomaron decisiones. El feudalismo fue construido por personas que tomaron decisiones. El sistema francés fue defendido mucho después de que su maldad fundamental fuera evidente, y esa defensa fue montada por personas que tomaron decisiones. Lo mismo ocurre con nuestro sistema sanitario: no surgió de la nada, sino que fue construido por especuladores que querían exprimirle todo el dinero posible a las personas enfermas y ahora es defendido por aquellos que desean seguir extrayéndoles todo el dinero posible. Aunque estén protegidos por muchas capas de burocracia, culpa distribuida y una buena dosis de Así Funcionan las Cosas, muchos están tomando decisiones individuales que matan dentro de ese sistema. La pregunta «¿Debería un pistolero solitario matar a los directores ejecutivos?» no es significativa socialmente; no encontrarás a ningún político del establecimiento que responda afirmativamente. "¿Por qué permitimos la “muerte a fuego lento en la hoguera”?" es sin duda una pregunta significativa.
Derek Thompson invitó a un economista a su podcast y este defendió a las compañías de seguros médicos como meros engranajes de un sistema poco saludable, diciendo que, como buenos economistas, no juzgamos a las empresas privadas por "maximizar sus ganancias". Por supuesto, la maximización de ganancias da lugar a situaciones como la de una joven a la que su compañía de seguros le niega la cobertura de un medicamento que le salvaría la vida y que cuesta 8000 dólares al mes, dejándola totalmente indefensa; ese es el tipo de cosas que hacen las compañías de seguros todos los días. Un aplicado estudiante de Penn State padecía colitis ulcerosa y, a pesar de que tanto él como la universidad habían pagado de buena fe la parte que les correspondía según lo negociado, UnitedHealthCare le denegó el acceso al tratamiento que necesitaba desesperadamente. En la investigación que ProPublica llevó a cabo sobre su caso, se descubrió que los ejecutivos de la compañía se habían reído abiertamente de él y se habían burlado de sus esfuerzos por utilizar el seguro médico por el que había pagado. Cuando las personas mueren de esta manera, se trata de un asesinato a sangre fría y sin piedad. Y si los expertos insisten en que no podemos juzgar moralmente a las compañías de seguros por actuar de esa manera, eso es, una vez más, un ejemplo de decisiones que convenientemente negamos que son decisiones. Eso es ideología. Ese es el interés primordial de una clase económica concreta, expresado en decisiones que los poderosos consideran que no son decisiones. Pero son decisiones, y evocan la indudablemente poderosa pregunta de Twain: ¿por qué deberían estar exentos de la misma repulsión moral que la gente siente hacia el asesinato cometido en un arrebato de ira?
[...]
Los libertarianos se oponen rotundamente a la coerción. ¡Nadie te obliga a trabajar en lugares peligrosos, explotadores y degradantes! En un sistema de mercado, puedes hacer lo que quieras. ¡Eres libre! Pero, por supuesto, si tienes que trabajar para comer y tienes que comer para vivir, entonces tienes que trabajar o morir, e incluso esos libertarianos te dirán que apuntar con una pistola a la cabeza de alguien y decirle que haga lo que tú quieres no es un ejercicio de libertad. Me temo que la pistola siempre está apuntando a nuestra cabeza si tenemos que comer para vivir, o tomar medicamentos para vivir, y así sucesivamente. Ahí es donde entra en juego eso de "¡pero esa es la realidad!". Fingen que el universo inventó el capitalismo para que nadie pueda criticarlo. Así es como se llega a Yglesias-landia, donde no hay ningún problema que los mercados no puedan solucionar, y si los mercados no pueden solucionar un problema, no se nos permite llamarlo problema en absoluto. Pero el hecho de que hayamos insistido en que el acceso a los alimentos debe restringirse a quienes pueden comprarlos en un mercado es una elección. Es una decisión, una decisión humana. No es la naturaleza. No es la mano de Dios. Es una elección humana con consecuencias morales reales y enormes. Y las personas que defienden ese sistema tienen el dedo en el gatillo. Eso es un hecho.
Consideremos la generosa simpatía que Ross Douthat siente por el director ejecutivo de UnitedHealthcare. Que él sienta esa compasión no es un problema para mí y, de nuevo, creo que si realmente intentas comprender lo que dice la gente en lugar de justificar tus actitudes preexistentes en la guerra cultural, encontrarás a muy pocas personas destacadas de la izquierda que insistan en que nadie debería sentir compasión humana por el tipo. La pregunta, una vez más, es: ¿por quién no sientes simpatía y por qué? Deja a un lado la sanidad por un momento y piensa en otras partes del Segundo Terror, esa muerte permanente por hambre, frío, insultos, crueldad y desconsuelo.
La moraleja aquí es que sistemas rotos producen personas rotas, algunas de las cuales responden a la impotencia de su situación con violencia. Este punto no se limita exclusivamente al absurdo sistema de salud estadounidense, sino que es aplicable a todos los sistemas relacionados con la satisfacción de necesidades básicas humanas, como la vivienda y la alimentación.
Los proyectos políticos que impulsaban Miguel Uribe y Charlie Kirk, respectivamente, son exactamente opuestos a lo que sería una organización social y política saludable. Kirk se unió a MAGA —el culto a la personalidad de Trump— desde el principio y le fue fiel durante el resto de su vida, incluso acogiéndose a la enmienda de no autoincriminarse durante los juicios por insurrección tras la violenta toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, evento que muy probablemente él ayudó a instigar. Además, Kirk promovía ideas racistas, xenófobas, la subyugación de las mujeres y la supremacía del cristianismo. Todo un compendio de virtudes, sin duda.
Miguel Uribe, por su parte, se había unido al culto a la personalidad del expresidente colombiano —y delincuente— Álvaro Uribe Vélez (no son familiares, a pesar del apellido). Ese culto se manifiesta en la adhesión a un proyecto ultra-reaccionario que combina el más crudo neoliberalismo con el conservadurismo social más ortodoxo, que se ha asegurado de hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres (y a la clase media), mientras embelesa a sus seguidores, sedientos de sangre, con el risible mito de exterminar a los grupos terroristas por medio de la fuerza estatal (y para-estatal).
Es obvio que la sociedad por la cual trabajaron Kirk y los Uribe respectivamente se parece más a un feudalismo con acceso a redes sociales que a cualquier otra cosa. Como en cualquier proyecto de derecha, se pretende que un grupo de personas sea privilegiado por encima del resto; y entre más pronunciada sea la desigualdad en una sociedad, más va a tender a haber personas puestas en una posición insostenible, que van a explotar. En algunos casos, esta explosión toma la forma de violencia política.
Esto no significa que Kirk y Uribe sean responsables de sus propias muertes. Los culpables son los asesinos, que deben ser arrestados y juzgados. Sin embargo, vale la pena señalar que probablemente ninguno de los asesinados esperaba que esa violencia que necesariamente acompaña las sociedades desiguales terminara tocándolos, sino que ellos vivirían vidas privilegiadas, lejos de tales ocurrencias. Aunque suene duro, parece que cada uno murió según su propia ley: Kirk defendía que eran aceptables algunas víctimas de violencia armada para no restringir el derecho a portar armas... y murió gracias al libre acceso a ellas — un mártir involuntario de su causa.
Por su parte, Miguel Uribe intentó importar a Colombia esa guerra cultural del acceso a las armas de fuego, algo absurdo considerando que Colombia no tiene Segunda Enmienda ni es algo que los reaccionarios colombianos lleven machacando 30 años por radio y televisión como para que le importe a una masa crítica de votantes; además, el acceso a armas ya es legal y regulado en Colombia. Una de las pocas cosas sensatas en este país es esa regulación. Uribe quería un acceso más libre a armas de fuego —como si los colombianos no fueran ya suficientemente peligrosos—, y murió gracias a que alguien que no tendría por qué estar cerca a un arma tuvo libre acceso a una.
Esto no es celebrar sus muertes. Exponer la ironía de que Uribe y Kirk no parecían demasiado consternados por las consecuencias más siniestras de sus proyectos políticos y que terminaron perdiendo sus vidas en entornos notablemente similares a esas consecuencias, es señalar que las políticas públicas tienen repercusiones que pueden ser catastróficas, y que relajar la dificultad para que personas inestables accedan a armas de fuego va a facilitar que maten a alguien.
El tipo de sociedad por la que yo abogo, lucho y me organizo, es una que crea redes de apoyo para reducir la cantidad de personas en situaciones desesperadas, una en la que el acceso a armas de fuego está regulado apropiadamente, y una en la que nadie muere por sus ideas. Llevo años protestando el hecho de que a los ateos nos matan por pensar diferente, y la más elemental congruencia moral y política implica que rechazo por igual que se lo hagan a los que tienen deidades, o los que añoran con restablecer sociedades como la del segundo Terror de Twain.
Curiosamente, la receta para evitar destinos como los de Kirk y Uribe pasa por organizar sociedades lo más alejadas posible de los proyectos que ellos defendían. Cuando nos organizamos políticamente para evitar las muertes por hambre, frío, humillación, crueldad y angustia conseguimos una ciudadanía más saludable, que no sea fácilmente cautivada por la oportunidad de ejecutar activistas políticos.
Para mí, es casi una verdad tautológica que tener naciones que son más amables con sus ciudadanos en las situaciones más precarias ofrece una seguridad y tranquilidad imposibles de conseguir de otra manera.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Substack para no perderte las próximas publicaciones
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