Uno pensaría que lanzar maldiciones, hechizos y encantamientos son prácticas que quedaron relegadas a los libros de Historia como curiosas peculiaridades de los albores del Homo sapiens que, eventualmente, comprendió que las palabras e ideas no pueden cambiar el curso de los eventos del mundo material, y desechó esas prácticas. Y uno se equivocaría.
Lamentablemente, el pensamiento mágico es más difícil de erradicar de lo que nos gustaría, y hoy parece campar a sus anchas, aunque en presentaciones mucho más digeribles para los humanos del siglo 21. Para la muestra, la popular afirmación de que "el lenguaje crea realidades" es igual de rigurosa intelectualmente a decir que vamos a lanzar un hechizo sobre nuestros enemigos, aunque una es recibida con ensordecedores aplausos, mientras la otra con estruendosas carcajadas.
¿Qué está pasando aquí? Por algún motivo, muchas personas confunden los signos lingüísticos —las palabras— con los referentes —aquello que describen esas palabras—, y asumen que pueden cambiar el referente con sólo cambiar el signo. Prácticamente, lo mismo que el vudú: creer que clavándole agujas a un muñeco se puede herir a la persona que el muñeco representa. O creer que obligarnos a todos a hablar con lenguaje 'incluyente' creará automáticamente una sociedad más incluyente. Una forma de pensar rudimentaria en la que las palabras dejan de ser simples convenciones para adquirir poderes mágicos. Si el lenguaje creara realidades, yo ya me habría creado una en la cual no hubiera religiones, pero ni siquiera es posible, porque el lenguaje no es prescriptivo, sino simplemente descriptivo.