Desde 2015 venimos luchando con la mentira de que el glifosato causa cáncer — esta es una idea tan popular como falsa, que una apabullante cantidad de periodistas de salud y ciencia han abrazado y promulgado sin preocuparse por hacer una ponderación de toda la evidencia: en 2015, un estudio plagado de errores metodológicos y del que se suprimieron hallazgos, usando un sistema de clasificación paquidérmico, concluyó que el glifosato era un posible cancerígeno (su nivel de riesgo fue clasificado al mismo nivel que el del café, los celulares, el extracto de aloe vera, los vegetales conservados, el carbón de leña, y ser peluquero), y a pesar de que desde entonces se han llevado a cabo toneladas de estudios por parte de entidades reguladoras y organismos independientes, ninguno de los cuales encontró que el glifosato fuera cancerígeno, la prensa supuestamente especializada sigue promoviendo la idea infundada de que el glifosato causa cáncer.
El tema no es baladí, pues el estudio metodológicamente defectuoso de la IARC ha sido usado como argumento para sustentar proyectos de ley y políticas públicas. En Colombia, el entonces Ministro de Salud pidió que se detuvieran las aspersiones de cultivos de droga con el herbicida (una decisión acertada por razones equivocadas). En 2018, Bélgica prohibió el glifosato, y en 2020 Luxemburgo hizo lo propio.
Después del 'estudio' de la IARC, la Unión Europea creó el Grupo de Evaluación del Glifosato (AGG, su sigla en inglés), compuesto por las entidades reguladoras de Países Bajos, Francia, Hungría y Suecia — después de analizar todos los estudios sobre glifosato que pudieron encontrar, el grupo publicó la semana pasada el borrador de sus hallazgos (más de 11.000 páginas) y, bueno, parece que sólo la IARC, cometiendo errores metodológicos, ha sido capaz de encontrar la elusiva evidencia de que el glifosato causa cáncer: