
Como la religión que es, la ideología de la mal llamada Justicia Social ha invadido todas las áreas de la vida humana — así como usurpó y subvirtió las comunidades atea y escéptica, la academia ha seguido una trayectoria similar y sin importar qué tan robusta sea una disciplina o campo del conocimiento, sería extraño si la Justicia Social no hubiera ya empezado a hacer estragos — lo ha hecho con la medicina de género juvenil, la biología evolutiva y hasta las matemáticas (por ejemplo, cuando Doctores de Matemáticas insistían en que no existe una realidad objetiva y que la suma de 2+2 bien puede ser 5); así que, sinceramente, no creo que quede una sola área del conocimiento que haya resistido efectivamente los embates de la sinrazón de siempre estrenando ropa.
Hay disciplinas académicas que tienen un mayor peso que otras. Por ejemplo, yo pensaría que la cantidad de daño que la Justicia Social puede hacer en la botánica es bastante menos devastadora de la que puede hacer en el derecho, la ingeniería, el periodismo, la pedagogía o la salud humana.
Y eso es lo que estamos viendo — hoy en particular, exploraremos cómo la Justicia Social está empezando a deformar la atención en salud mental. En un reciente artículo para Persuasion, la psiquiatra Sally Satel ofreció un vistazo a los cambios que la salud mental empieza a experimentar como disciplina, cuando los pacientes son tratados por activistas en vez de terapeutas: