Ayer nos reímos de cómo el bufonesco pastor evangélico Miguel Arrázola explota los miedos de su rebaño para entrometer su superstición en política, pero él no es el único — en un estremecedor reportaje de Noticias Uno, se comprobó que este no es un caso aislado, sino que los pastores de las iglesias evangélicas más grandes del país aprovechan sistemáticamente sus cultos para promover una opción política (que en estos días son las posiciones alrededor del plebiscito por la 'paz'). Con nombre propio, son: Eduardo Cañas, César Castellanos, Jorge Enrique Gómez y Ricardo Rodríguez.
Yo iba a denunciar todo este tinglado, pero mi amigo Andrés Sánchez se me adelantó en un post titulado Dad al César:
Esto no sería grave de no ser porque hablamos de cuatro de los miembros más destacados de la creciente comunidad evangélica colombiana. César Castellanos es el líder de la Misión Carismática Internacional-G12, acaso la iglesia cristiana más grande del país. Él llena cada domingo su auditorio en la Carrera 30 con Avenida de las Américas con doce mil feligreses, un espacio que ha servido como sede para todo tipo de eventos tanto religiosos como mundanos, incluyendo la sede del Centro Democrático para Bogotá durante las elecciones de 2015. Además, Castellanos ha sido cercano durante años a la política. Basta recordar que su esposa, Claudia Rodríguez de Castellanos, fue candidata presidencial en 1990, senadora y embajadora de Colombia en Brasil en el primer gobierno de Uribe. Si bien Jorge Enrique Gómez no goza de la popularidad de Castellanos, su Centro Misionero Bethesda, localizado primero en Las Cruces y trasladado a la “Iglesia del Millón de Almas” en la Avenida Ciudad de Cali con Calle 13, atrae a miles de personas cada fin de semana apoyado por su emisora Auténtica y por su historia de vida, en la que pasó del ocultismo a la prédica cristiana. De hecho, Gómez ya se presentó a la política (aunque dijo que era “cosa del diablo”) y es recordado por haber sido secuestrado por las FARC en 2001 y liberado tras haber pagado 2000 millones de pesos. Junto a su esposa María Patricia, Ricardo Rodríguez es el líder de Avivamiento, una iglesia que cada fin de semana congrega alrededor de cincuenta mil personas en su sede de la Avenida 68 con Calle 13 y todos los diciembres llena el Parque Simón Bolívar para un Avivamiento al Parque que cierra los años con oración y milagros. Por último, Eduardo Cañas ha adquirido, poco a poco, la notoriedad mediática de Rodríguez o Castellanos con el Manantial de Vida Eterna, iglesia que pasó de un pequeño garaje en el barrio Tejar a tener sólo en Bogotá dos enormes sedes llenas: una en Fontibón y otra en la Autopista Norte, donde antaño estuviese el centro comercial de DMG.
Personalmente, no tengo mayor problema en que estos pastores, u otros como Andrew Corson, Darío Silva o Héctor Pardo, utilicen sus púlpitos para expresar su fe. Tampoco me parece incoherente que, como lo hicieron hace algunos días, marchen en contra de las medidas que favorecen a la población LGBTI. Es reprochable, sin duda alguna, pero es parte de su credo: basta leer Levítico 18:22, 1 Corintios 6:9-10 o Romanos 1:26-28 para entender que era esperable esa oposición férrea a los derechos de las personas que no se acomodan a su ideología de género. Reitero: me parece reprochable como pocas cosas, pero entiendo de dónde viene y, en un país que públicamente profesa una libertad de cultos (aunque tiene, otra cosa reprochable, una capilla católica dentro de su palacio presidencial y una cruz en la Corte Constitucional), ese tipo de manifestaciones, si bien son moralmente condenadas por muchos, no son legalmente perseguidas. Lo que sí me preocupa, y bastante, es el olvido de uno de los versículos más conocidos y menos leídos de la Biblia: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12:17; existen versiones similares en Mateo 22:21 y en Lucas 20:25). Todas las interpretaciones de ese versículo coinciden en que el cristiano, sea cual sea su denominación (católica, protestante, ortodoxa…), no debe mezclar religión y política, sin dejar de lado sus deberes como ciudadano. Sin embargo, históricamente la religión cristiana ha olvidado el consejo que le dio Jesús a sus discípulos en los Evangelios. Desde la frecuente inmersión de los Papas en la política europea de la Edad Media, pasando por la Teología de la Liberación y sacerdotes como Miguel d’Escoto, Paulo Freire, Manuel “El cura” Pérez, Ignacio Ellacuría, Fernando Lugo o Jean-Bertrand Aristide, para terminar con personajes como Alejandro Ordóñez, la recordada familia Piraquive o Edir Macedo en Brasil, buena parte de los líderes religiosos parecen olvidar la advertencia de Jesús y prefieren recordar lo que decía el exministro y excongresista Rodrigo Rivera, quien escribió en 2010 “La Biblia dice que la política está incluida dentro de las cosas que le pertenecen a Cristo, es decir TODAS”.
No resulta casual, entonces, que los candidatos a la presidencia y a las alcaldías incluyan frecuentes visitas a las iglesias. Por ejemplo, en las elecciones de 2010 y 2014 Juan Manuel Santos visitó (y recibió oración y bendición) en Avivamiento, la Misión Carismática Internacional (esta sólo en 2010, en 2014 se volcó toda con el Centro Democrático) e incluso en la Iglesia Universal que durante años fue conocida en Colombia como la Oración Fuerte al Espíritu Santo (y tiene en Brasil acusaciones de lavar dinero para el Cartel de Cali).
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Ningún político es un mesías y ningún político debe imponer una agenda religiosa. Por la misma razón, ninguna confesión religiosa, ninguna iglesia, ningún predicador debe inmiscuirse en la política. Eso, por sí solo (y al menos en el cristianismo), es infringir las normas que Jesús dejó en sus Evangelios.
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Hace unos años sugerí en este blog que se estaba cimentando una derecha cristiana, al peor estilo de la liderada en Estados Unidos por movimientos como Focus on the Family de James Dobson, el Club 700 de Pat Robertson —a la sazón, candidato presidencial en 1988— y, sobre todo, la Moral Majority de Jerry Falwell. Hoy, viendo lo que hacen pastores como Cañas y Castellanos con respecto al plebiscito, no lo dudo.
Lo más frustrante es que todo esto podría haberse evitado. Constitucionalmente somos un Estado laico, y el laicismo existe para evitar esta pendiente resbaladiza que subvierte con una facilidad pasmosa cualquier democracia y Estado de derecho en la más terrible y angustiosa de las teocracias. EEUU ya había hecho el curso —y a día de hoy sigue pagando caro los excesos de no tener un laicismo fuerte e intransigente—, y aunque nosotros lo tuvimos todo para evitar esta tragedia (una Constitución garantista y una jurisprudencia medianamente civilizada al respecto), no lo hicimos.
No obstante —como bien señala Andrés—, tenemos una capilla en la Casa de Nariño y una cruz en la Corte Constitucional; esta última, la mayor decepción de todas, pues en los últimos años la gran mayoría de Magistrados han traicionado vilmente sus cargos para defender el privilegio religioso (con la posible y honorable excepción de Jorge Iván Palacio), abriendo así las puertas para que la extrema derecha religiosa campe a sus anchas, permitiéndoles imponer sus creencias más allá de donde legítimamente pertenecen (los templos), a aquellos que ya nos emancipamos de su superstición y a aquellos que prefieren someter sus vidas a grilletes intelectuales diferentes al mito judeocristiano.
No en vano, pastores-políticos como Édgar Espíndola Niño y Marco Fidel Ramírez hallaron sus plataformas políticas en el partido (más) paramilitar, Opción Ciudadana —antes PIN—. Alguna vez leí que cualquiera aprende de sus propios errores; pero que sólo los genios aprenden de los errores ajenos — en Colombia no se aprende ni de los propios ni de los ajenos.
Vistas así, las payasadas de Miguel Arrázola ya no son tan chistosas.
(imagen: Gonzo Bonzo)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio
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