En los tiempos posmodernos que corren, la veracidad de la información parece depender de
quién la dice, en vez de las evidencias en las que se sustenta. Por eso, los magufos nos acusan de
estar en la nómina de Monsanto, o de las farmacéuticas, porque si no pueden ganar el debate y la evidencia no está de su lado, una simple asociación con el mal encarnado es suficiente para hacer evaporar las toneladas de evidencia y recuperar la certeza de tener la razón, y ser buenos, buenitos. Si no puedes con el argumento y las evidencias de tu contrincante,
desprestígialo.
Ocurre en todas partes, también a los medios. En estos días,
La Pulla hizo un
demoledor video de por qué el candidato a la Presidencia
Gustavo Petro sería un pésimo Presidente — un video con hechos en mano y evidencias de sus afirmaciones; ya habían hecho uno sobre el candidato
Iván Duque, lo cual no impidió que algunos seguidores del señor Petro descartaran la información presentada en el video,
señalando que
El Espectador, la casa editorial que produce
La Pulla, pertenece a un grupo empresarial,
como si un posible interés económico se tradujera necesariamente en prueba irrefutable de un poderoso sesgo que invalide cualquier cosa que tengan para decir. El mismo rigor de un chisme, pues. Y este tipo de acusaciones infundadas sobre cubrimientos parcializados y sesgados están a la
orden del
día.
Pero lo que estas lumbreras del pensamiento maquiavélico se dejan por fuera es que, para poder preocuparse por sus intereses económicos, los
medios primero necesitan tener un modelo de negocio que funcione, un
hecho incómodo que arruina toda la narrativa: