En los tiempos posmodernos que corren, la veracidad de la información parece depender de quién la dice, en vez de las evidencias en las que se sustenta. Por eso, los magufos nos acusan de estar en la nómina de Monsanto, o de las farmacéuticas, porque si no pueden ganar el debate y la evidencia no está de su lado, una simple asociación con el mal encarnado es suficiente para hacer evaporar las toneladas de evidencia y recuperar la certeza de tener la razón, y ser buenos, buenitos. Si no puedes con el argumento y las evidencias de tu contrincante, desprestígialo.
Ocurre en todas partes, también a los medios. En estos días, La Pulla hizo un demoledor video de por qué el candidato a la Presidencia Gustavo Petro sería un pésimo Presidente — un video con hechos en mano y evidencias de sus afirmaciones; ya habían hecho uno sobre el candidato Iván Duque, lo cual no impidió que algunos seguidores del señor Petro descartaran la información presentada en el video, señalando que El Espectador, la casa editorial que produce La Pulla, pertenece a un grupo empresarial, como si un posible interés económico se tradujera necesariamente en prueba irrefutable de un poderoso sesgo que invalide cualquier cosa que tengan para decir. El mismo rigor de un chisme, pues. Y este tipo de acusaciones infundadas sobre cubrimientos parcializados y sesgados están a la orden del día.
Pero lo que estas lumbreras del pensamiento maquiavélico se dejan por fuera es que, para poder preocuparse por sus intereses económicos, los medios primero necesitan tener un modelo de negocio que funcione, un hecho incómodo que arruina toda la narrativa:
Los estudios de Economía Política sobre los medios de comunicación plantean cómo el accionariado en manos de grandes grupos empresariales, que tienden a la concentración, colocan la línea editorial y los contenidos en consonancia con los intereses de clase de los propietarios.
[...]
Esta teoría de que estamos condenados a encontrar en los medios sólo la perspectiva del gran capital tiene un defecto. A veces los conglomerados mediáticos encuentran que las personas de izquierda son un nicho de mercado como otro cualquiera. En España tenemos el caso de la cadena La Sexta, que fue absorbida por el Grupo Planeta, y se convirtió en la plataforma de promoción de Pablo Iglesias como parte de una estrategia de división del voto de izquierda. La línea editorial de La Sexta, con programas como Salvados, es muy diferente al del diario conservador La Razón. Y, sin embargo, ambos comparten dueño.
Es la teoría favorita de los conspiranóicos sobre los medios de comunicación, quizá sólo superada por el mito de que los medios manipulan a las personas, pero no es más que eso: una teoría de la conspiración. Es cierto que a veces los medios se exceden con la línea editorial, pero lo que es necesario entender es que la línea editorial no es dictada por los gustos del dueño sino por los del público, y que hay una diferencia entre la línea editorial y mentir deliberadamente.
Ahora bien, eso no significa que no existan brazos de propaganda ideológica disfrazados de medios — como RT y Red Voltaire, o emprendimientos fundados sobre la premisa de que la verdad objetiva no existe o que si existe igual no puede ser alcanzada, o los "medios" que coquetean con la existencia de "hechos alternativos" y/o la falacia del punto medio entre objetividad e imparcialidad.
La diferencia estriba, claro, en que la acusación de que el medio tiene una agenda oculta que responde a un interés económico o político no se guarda como arma arrojadiza lista para usar a la primera de cambio que se publique algo que a uno le disgusta, sino que el 'medio' es considerado desconfiable desde antes de la publicación, no se le toma en serio, y existe copiosa evidencia para demostrar sus tendencias partidistas e ideológicas, incluso si a veces publican cosas con las que uno podría estar de acuerdo — pasa, por ejemplo, con RT, que en medio de su campaña FUD contra Occidente, publica cosas diseñadas para captar la atención de personas con intereses similares a los míos y usar eso como puerta de entrada a su demencial menú de ridiculeces y ensalada de mentiras.
Posiblemente lo más triste sea que muchos de quienes se precian de desconfiar de oficio de las versiones oficiales, de los medios que le dan un manejo relativamente serio a la información, e incluso de los sitios de fact-checking, suelen caer en las garras de sitios que sólo publican desinformación. Una épica exposición del sesgo de confirmación.
Supongo que el que las hace, se las imagina.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio
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