A pesar de haber sido criado en la secta católica, una de las cosas que me siguen sorprendiendo de la Iglesia es que su universo es tan grande como el de El Señor de los Anillos —e, indudablemente, igual de sanguinario y feudal—. Así que cada tanto uno aprende cosas sobre el catolicismo que jamás había escuchado.
Para la muestra, los católicos tienen un club de mujeres célibes que comparten el delirio masivo de que todas ellas se van casar con el personaje principal, el zombie judío llamado Jesucristo; las mujeres que pertenecen al club reciben, cómo no, la virtuosa denominación de "vírgenes consagradas" — pues, en su enfermiza obsesión con la sexualidad humana, la Iglesia estableció que la virginidad perpetua es el único requisito para ser esposa 'exclusiva' de Jesucristo —junto con todas sus demás esposas, claro—.
O era. A principios de julio, el Vaticano publicó Ecclesiae Sponsae Imago, que renovó las normas y principios para las vírgenes consagradas... retirando el requisito de la virginidad:
88. En la orientación vocacional y cuando sea necesario describir las características de esta vocación y los requisitos de admisión a la consagración, se presentará la condición de virginidad a partir del rico simbolismo de sus fundamentos bíblicos, en el marco de una visión antropológica sólidamente fundamentada en la revelación cristiana. Sobre esta base, las diferentes dimensiones, física, psicológica y espiritual, se integran y se consideran en su conexión dinámica con la historia vivida de la persona y en la apertura a la acción incesante de la gracia divina que la dirige, guía y vigoriza en el camino de la santidad.
Como tesoro de valor inestimable que Dios derrama en vasijas de barro (cf. 2 Co 4, 7), esta vocación es verdaderamente un don inmerecido. Encuentra a la persona en su humanidad actual, siempre necesitada de redención y anhelando el sentido pleno de su existencia. Tiene su origen y su centro dinámico en la gracia de Dios, que actúa incesantemente con la ternura y la fuerza de su amor misericordioso en los acontecimientos, a menudo complejos y a veces contradictorios, de la vida humana, ayudando a la persona a comprender su unicidad y la unidad de su ser, permitiéndole hacer una entrega total de sí misma. En este contexto, hay que tener presente que la llamada a dar testimonio del amor virginal, esponsal y fecundo de la Iglesia por Cristo no puede reducirse al símbolo de la integridad física. Por lo tanto, haber mantenido su cuerpo en perfecta continencia o haber practicado la virtud de la castidad de manera ejemplar, si bien es de gran importancia para el discernimiento, no son requisitos previos esenciales en ausencia de los cuales no sea posible la admisión a la consagración.
El discernimiento, por lo tanto, requiere buen juicio y perspicacia, y debe llevarse a cabo individualmente. Cada aspirante y candidata está llamada a examinar su propia vocación en relación con su historia personal, con honestidad y autenticidad ante Dios, y con la ayuda del acompañamiento espiritual.
La Asociación Americana de Vírgenes Consagradas —sí, eso existe— no se tomó muy bien el documento y publicó su propia interpretación en la que básicamente ignoran los nuevos lineamientos. Ahh, la vieja confiable de elegir cumplir las reglas que les gustan e ignorar las que no.
Hay que admitir que los mecanismos psicológicos de este comportamiento son fascinantes. Y la orden de las vírgenes no es la única que lo exhibe, ciertamente: cada vez que el papa Frank sale con una de esas vacías declaraciones buenrollistas que le ganan titulares y ovaciones 'progresistas', los católicos más fervorosos salen a rasgarse las vestiduras y criticarlo... como si la Iglesia Católica fuera una democracia o si las opiniones del palurdo de al lado merecieran cambiar tooooodo el plan de dios. Aunque eso sí, cuando se trata de imponer sus creencias privadas en la política pública, todos obedecen sin chistar, y ahí sí que no hay interpretaciones selectivas, ni rechazos públicos, ni notas de prensa registrando el horror de tal o cuál orden religiosa, ni pollas en vinagre.
Como ya he dicho en otras ocasiones —por ejemplo, con la canonización de Juan Pablo II, el protector de pederastas—, lo que haga la Iglesia Católica al interior de su secta es su problema. Y si quieren admitir "vírgenes consagradas" que no sean vírgenes, o si no lo quieren hacer, allá ellos. En mi humilde opinión, creo que es algo positivo: la celosa y salvaje promoción de la virginidad y el celibato en nombre de amigos imaginarios ya han causado suficientes estragos y han dejado un número considerable de víctimas; si este cambio ayuda a reducirlos, creo que es una situación menos mala que la anterior.
(imagen: The Arlington Catholic Herald)
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Publicado en De Avanzada por David Osorio
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