Cuando abandoné la superstición y me volví ateo, los primeros días no fueron nada fáciles. Viéndolo en retrospectiva, no sé por qué me preocupaba tanto. Creo que, a pesar de detestar la religión, sentía una especie de síndrome de abstinencia.
Por supuesto, cuando se trata de religión, sus efectos son peores que los de las drogas. Y por eso tiene un nombre diferente. No es síndrome de abstinencia. Cuando uno deja de consumir ingentes dosis de irracionalidad y estupidez y
experimenta grandes cantidades de estrés al dejar la fe, se le llama síndrome de trauma religioso: