jueves, 13 de agosto de 2015

Amnistía Internacional vota por legalizar la prostitución (y es la decisión correcta)



La semana pasada mencionamos que Amnistía Internacional pediría legalizar la prostitución en los países donde todavía es ilegal —que es en buena parte del mundo, aún dentro del civilizado—, si la propuesta era votada favorablemente por su Consejo Internacional.

Efectivamente, el Consejo hizo lo correcto y, a partir del martes, Amnistía Internacional se comprometió a proteger los derechos de los trabajadores sexuales:

En la ponencia se recomienda que Amnistía Internacional elabore una política que apoye la despenalización absoluta del trabajo sexual realizado con consentimiento en todos sus aspectos. La política también instará a los Estados a garantizar que los trabajadores y las trabajadoras sexuales disfrutan de una protección jurídica plena e igualitaria frente a la explotación, la trata y la violencia.

"Reconocemos que este decisivo asunto de derechos humanos es enormemente complejo; por eso hemos preferido abordarlo desde el prisma de las normas internacionales de derechos humanos. Hemos hecho, además, una consulta en el contexto de nuestro movimiento global a fin de tomar en consideración las distintas posturas existentes en todo el mundo", ha afirmado Salil Shetty [secretario general de AI].

Sobre la base de la investigación y la consulta llevadas a cabo para la elaboración de esta política en los dos últimos años, se ha determinado que la despenalización es la mejor forma de defender los derechos humanos de los trabajadores y las trabajadoras sexuales y de reducir el riesgo que corren de sufrir abusos y violaciones de tales derechos.

La vez pasada, la noticia fue ampliamente comentada en Facebook y no faltaron quienes se oponen a la completa despenalización de la prostitución. Los argumentos son variopintos así que, dejando de lado las falacias ad hominem y los 'argumentos' de quienes viven del lucrativo activismo antiprostitución, los abordaré a continuación.

1. El argumento del bien mayor


Este tipo de argumento suele tomar la forma de que la legalización fomentaría las redes de trata de personas. Algunos todavía no han comprendido que prostitución no es esclavitud sexual. Lo que no supieron explicar es cómo es que aún hay redes de trata de personas cuando la prostitución está prohibida en buena parte del mundo. Y, contrario a lo que afirman los activistas antiprostitución, el tan cacareado modelo sueco fracasó estrepitosamente (y, en primer lugar, no debería existir, pues lo que dos personas mayores de edad hagan con consentimiento en su intimidad y sin dañar a terceros no es problema del Estado).

Es curioso, porque —al igual que con las drogas— la legalización reduciría en gran medida la utilidad de los proxenetas, cuando los trabajadores sexuales ya pueden acudir al Estado para que los proteja. Las altas estadísticas de maltrato e indefensión en la prostitución son producto de la criminalización, así que argumentar maltrato e indefensión para oponerse a la legalización es un argumento circular.

Y, claro, esta no sería la primera vez que alguien argumenta que un grupo poblacional debe ser despojado de sus libertades individuales en nombre de un bien mayor. Siguiendo esa lógica, terminaremos prohibiéndolo todo, ya que todas las actividades del ser humano conllevan riesgos.

2. La objetificación


O el "constreñimiento económico-social", o proteger a las personas de sí mismas porque nosotros sabemos mejor que ellas mismas lo que les conviene.

Otros (o los mismos) argumentaron que la prostitución era comprar a la persona, lo que es un disparate sin pies ni cabeza... a no ser que estos autodenominados feministas quieran reducir a las mujeres a su dimensión sexual, lo que sería objetificarlas.

En su versión menos extremista, el argumento pasa a afirmar que nadie en su sano juicio vendería servicios sexuales si sus circunstancias no le obligaran a subsistir así. Eso no es cierto: en todos los trabajos hay personas que los desempeñan con gusto y hay personas que no — y la prostitución no es la excepción. Además, prácticamente todos los que trabajamos lo hacemos para poder subsistir; en esto la prostitución tampoco es una excepción.

Estoy seguro que el chico que hace hamburguesas en McDonald's no tiene su trabajo soñado, ¿entonces criminalizamos ese trabajo? Llegados a este punto, los opositores de la legalización dirán que los trabajadores sexuales, a diferencia del muchacho en McDonald's, no conocieron otras opciones, lo que es, nuevamente, objetificarlos, negándoles agencia sobre sus vidas. A todos nos tocaron diferentes opciones en la vida, y elegimos diferentes caminos; a unos nos tocó rentar nuestro tiempo y cerebro, a otros sus músculos y otros tantos ofrecen servicios sexuales. ¿Cuál es el fetiche con tratar diferente a estos últimos y criminalizarlos?

Siguiendo ese orden de ideas, lo que quieren estos biempensants preocupados por los pobres e ígnaros trabajadores sexuales es proteger a las personas de sí mismas y administrar el nivel de riesgo en las vidas ajenas... algo que no hacen con otros trabajos como el boxeo, la minería o la pesca, cuyos niveles de riesgo son elevadísimos.

3. Problemas ajenos


Otras discusiones se centraron sobre temas que no tienen que ver directamente con el trabajo sexual, como el hecho de que en España la prostitución fuera despenalizada bajo una figura de prestación de servicios (sin cotizar a pensión ni salud) en vez de bajo el modelo de contrato de trabajo. Evidentemente, este tema afecta a cualquiera que tenga un contrato por prestación de servicios, y los trabajadores sexuales sufren bajo el modelo que les tocó, pero el problema seguiría existiendo aún si la prostitución fuera recriminalizada.

De hecho, pensándolo bien, ninguno de los supuestos problemas de legalizar la prostitución desaparece con la criminalización. Y lo contrario también es cierto: muchos de los problemas de la criminalización desaparecen con la legalización.

Creo que es suficiente para zanjar el asunto, al menos entre quienes nos preocupamos por el bienestar de todas las personas en vez de pretender imponerle nuestra moral a los demás.

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