domingo, 16 de julio de 2017

Los pequeños Trump del 'Centro' 'Democrático'



En Colombia ha hecho carrera la idea de que se necesita una dictadura. Sí, una dictadura — gente que nunca ha experimentado en carne propia los excesos y abusos del Estado colombiano, que cree que lo que falta en Colombia es aún menos libertad, menos igualdad y más violaciones a los DDHH. Porque, si el autoritarismo típico de la región no ha conseguido civilizarnos, lo único que conseguirá hacerlo es redoblar la apuesta y meternos de lleno en el totalitarismo. ¡Ajá!

Usando como punto de partida la confesión de Donald Trump Jr., de que aceptó la oferta de ayuda de una potencia enemiga para socavar la campaña de Hillary Clinton, Mauricio-José Schwarz hace un agudo comentario sobre esa actitud de desprecio a las instituciones democráticas —al parecer en España las cosas tampoco pintan bien—:

Lo que revela esta actitud es un profundo desprecio a las leyes, a la idea misma de que es bueno para una sociedad autolimitarse emitiendo legislación que oriente sus acciones y les ponga cotas y límites.

Las leyes son los instrumentos que permiten la convivencia de individuos distintos, con intereses, deseos, ideas y creencias diversos y, con frecuencia, contrapuestos. Los animales sociales no humanos no emiten legislación, pero basta observarlos como lo han hecho los etólogos para descubrir el entramado de reglas, de obligaciones, deberes y prohibiciones, que permiten la vida en sociedad de la tropa de chimpancés, de la manada de lobos o de la colonia de suricatos. Los seres humanos escribimos esas leyes, las debatimos, las interpretamos y las vamos haciendo evolucionar (a veces con una lentitud dolorosa) porque de otro modo nuestra sociedad sería inviable.

Pero hay, a izquierda y derecha, personas y organizaciones que no tienen, ni en la teoría ni en la práctica, respeto alguno por las leyes. Las leyes son para ser utilizadas en tu beneficio o despreciadas, cuando no derogadas así sea mediante la violencia para imponer otras más cómodas.

[...]

Para los Trump, las leyes no son entidades respetables, ni la sociedad es una colección de seres humanos que ameriten el reconocimiento de su dignidad individual y social. Simplemente no creen en las leyes y, de manera demostrable, nunca se han regido por ellas, beneficiándose en cambio de corruptelas, amistades, complicidades y uso contundente del poder económico.

Todo ciudadano debería estar consciente de lo que significan las leyes y por qué las tenemos, siendo imperfectas, y por qué es mejor cambiarlas por mutuo consenso que con un golpe de fuerza que permita a cualquiera, a uno solo, a una camarilla, dictarlas a capricho. Ni el Directorio que impuso el terror en la Revolución francesa, ni el Comité Central de los partidos comunistas, ni dictadores varios (Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet, Somoza, Videla, Idi Amín, Pol Pot, usted anote a sus favoritos) han conseguido hacer un trabajo ni siquiera mínimamente comparable a las leyes forjadas en un entorno democrático y representativo, curiosamente siempre mejores cuanto más democrático y más representativo sea el cuerpo que las expide.

Sin embargo, es tan seductora la idea de que todo está mal y todo puede ser perfecto que la gente acaba votando a quienes precisamente desprecian las leyes, esperando de ellos que sean mejores que quienes no han sido perfectos.

Decía El Quijote que la buena ley es superior a todo hombre. Y es cierto. Pero la buena ley además hace que la sociedad actúe de manera más moral, más justa y más sensata que nosotros como individuos. Cuando las leyes se parecen a los individuos y a sus pasiones más desatadas, es menos sana la convivencia entre todos.

Sin educación para la ciudadanía, sin embargo, veo difícil que se promueva una comprensión de por qué nuestro marco jurídico es tan imperfecto y que, aún así, sea mucho mejor que las opciones a mano. Estamos creando generaciones pletóricas de Donalds Trump Jr. en distintos sabores y tamaños, pero unidos por ese desdén a lo que nos permite vivir juntos más o menos civilizadamente.

En Colombia, el glaseado del pastel tiene varios sabores. Por una parte, quienes creen que lo que falta en Colombia es una dictadura se la pasan lloriqueando por la supuesta tiranía del gobierno de Juan Manuel Santos, y los menos sofisticados hasta han acuñado la divertida frase "dictador de Anapoima", que sueltan a diestra y siniestra como si decir ese mantra tuviera algún tipo de poder analgésico.

Pero... ¿acaso no querían ellos una dictadura, que el poder ejecutivo estuviera libre de esos incómodos límites de los pesos y contrapesos que supone toda democracia —y que, valga decir, en Colombia sí existen aunque no sean perfectos—? Pues resulta que la "dictadura" (guiño, guiño) no les parece tan chupiguay si no es ejercida por su dictador.

En su pereza intelectual, estas exhibiciones caminantes de oligofrenia creen que su dictador hará lo que ellos quieren —lo que delata una ignorancia monumental sobre cómo ha funcionado cualquier dictadura que la humanidad haya conocido— o simplemente les traerá sin cuidado cualquier atrocidad cometida, siempre y cuando sea Álvaro Uribe quien la cometa — en vano es demostrarles que Uribe hizo todo lo que odian de Santos, y que no hizo aquello por lo cual dicen que lo admiran; su fe es a prueba de hechos.

Y si les da sarpullido la idea de medirlos a todos por la misma vara y que a todos nos aplican las mismas reglas de juego porque somos equivalentes morales, es comprensible que rumien ese desprecio y desdén por la democracia y sus instituciones, que ofrecen soluciones complejas (incompletas, imperfectas) a problemas de convivencia complejos, pero a la vez requieren que las personas renuncien a la arrogante idea de que su solución es la solución. Baste con señalar que, hasta ahora, Donald Trump no ha solucionado nada.

(imagen: Pulzo)

____
Publicado en De Avanzada por David Osorio

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.