Esta es una traducción libre de Populism fast and slow, publicada por Joseph Heath el 19 de octubre de 2025, en su página In Due Course
Es natural que una persona con inclinación por la lectura y que esté preocupada por el auge del populismo de derechas recurra a la literatura académica de ciencias políticas en busca de una mejor comprensión del fenómeno. Es probable que esa persona se sienta decepcionada. No hace falta leer mucho para descubrir que los politólogos están bastante divididos. (Este artículo de revisión ofrece una buena visión general de la relativamente amplia literatura académica sobre el tema). Existe un modesto nivel de acuerdo sobre lo que es el populismo, pero la definición más ampliamente aceptada es superficial y engañosa. Esto es poco auspicioso en lo que respecta a la lucha contra las fuerzas del populismo.
Lo más importante es que los académicos no han hecho un gran trabajo a la hora de afrontar el aspecto más desconcertante del populismo, que es que cuanto más lo critican los intelectuales, más poderoso se vuelve. Como resultado, la mayoría de nosotros seguimos jugando al mismo juego de siempre, con las mismas estrategias de siempre, sin darnos cuenta de que el metajuego ha cambiado.
No es difícil ver dónde se equivocó el debate académico. Lamentablemente, un gran número de autores que escribieron sobre el populismo se equivocaron al decidir, desde el principio, tratar el populismo como un tipo de ideología política, a semejanza del socialismo o el liberalismo. Esto dio lugar a un dilema inmediato, ya que el populismo parece ser compatible con un gran número de otras ideologías políticas convencionales. En particular, existe tanto en variantes de izquierda (por ejemplo, Chávez) como de derecha (por ejemplo, Bolsonaro). Por lo tanto, si el populismo es una ideología política, es un tipo de ideología extraña, ya que no parece excluir otras opiniones como lo hace una ideología convencional.
La alternativa más obvia es considerarlo una estrategia utilizada para obtener una ventaja específica en un sistema electoral democrático. Este es un enfoque más prometedor, pero también genera sus propios enigmas. Si el populismo es simplemente una estrategia, y no una ideología, ¿por qué ciertas ideas parecen estar presentes en todos los movimientos populistas (como la hostilidad hacia los extranjeros o la desconfianza hacia la banca central)? Y si solo se trata de una estrategia electoral, ¿por qué los populistas gobiernan como lo hacen? Por ejemplo, ¿por qué están tan interesados en socavar el estado de derecho (lo que lleva a conflictos con los tribunales, intentos de limitar la independencia judicial, etc.)?
La solución por la que se han decantado muchas personas es aceptar una versión diluida de la primera opinión, tratando el populismo como una ideología, pero solo una “débil”. La definición más citada es la de Cas Mudde:
Defino el populismo como una ideología que considera que la sociedad está dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos, “el pueblo puro” en contraposición a “la élite corrupta”, y que sostiene que la política debe ser una expresión de la voluntad general del pueblo.
El principal problema de esta definición radica en que debe ser muy minimalista para dar cabida al hecho de que el populismo puede ser tanto de izquierdas como de derechas, pero, como resultado, es demasiado minimalista para explicar muchas de las características específicas de los movimientos populistas. Por ejemplo, ¿por qué se conceptualiza siempre al “pueblo” como una masa culturalmente homogénea, incluso en el contexto de sociedades bastante pluralistas (lo que obliga a introducir constructos adicionales, como la France profonde o los “verdaderos estadounidenses”)? Además, al leer la definición, parecería que la izquierda debería poder sacar un gran provecho del populismo y, sin embargo, en toda Europa el auge del populismo ha beneficiado casi de manera uniforme a la derecha.
Una pista para la solución se puede encontrar en una especificación adicional que se suele hacer con respecto a esta definición, y es que la “voluntad general” del pueblo no es cualquier cosa, sino que toma la forma específica de lo que se denomina “sentido común”. La característica crucial del sentido común, como observó acertadamente Frank Luntz, es que “no requiere teorías sofisticadas; es evidentemente correcto”. (Se puede considerar que este es el principal punto de demarcación entre el pueblo y las élites: el pueblo tiene “sentido común” , mientras que las élites suscriben “teorías sofisticadas”). Esta distinción, a su vez, no surge del contenido ideológico de un sistema de creencias, sino más bien de la forma de cognición empleada en su producción. Más concretamente, es una consecuencia de la distinción entre lo que Daniel Kahneman denominó “pensar rápido y despacio”.
La visión que Kahneman popularizó se conoce en psicología como la teoría del proceso dual. La idea, a grandes rasgos, es que los seres humanos son capaces de dos estilos de cognición muy diferentes. Daniel Dennett describió una vez la mente humana consciente, de forma fabulosa, como una “máquina virtual en serie implementada —de forma ineficiente— en el hardware paralelo proporcionado por la evolución”. La analogía entre hardware y software no es perfecta, pero apunta a una verdad importante. Hemos heredado un cerebro primate de un millón de años de antigüedad, producto de la evolución, que contiene un gran número de módulos incorporados que nos permiten realizar cálculos complejos de forma fácil y rápida (por ejemplo, reconocer rostros, mantener el equilibrio al caminar, predecir la trayectoria de objetos en movimiento, estimar la probabilidad de que ocurran eventos, etc.). Llamamos “intuiciones” a los resultados de estos procesos cognitivos, porque en realidad no sabemos cómo se calculan las respuestas, solo se nos presentan los resultados.
Además, contamos con un sistema más reciente desde el punto de vista evolutivo, que nos permite realizar operaciones cognitivamente “desacopladas”, como el razonamiento matemático, lógico, hipotético y estratégico. Se trata básicamente de un sistema de software, en el sentido de que requiere aportaciones culturales (como el lenguaje, los sistemas de escritura, los números arábigos, las matrices y los gráficos, etc.) para funcionar correctamente. Infortunadamente, difiere del sistema intuitivo en que es lento, requiere esfuerzo y exige atención. (Esto se debe a su implementación “ineficiente” en un hardware que nunca fue diseñado para soportar el razonamiento lineal). Debido a que las operaciones de este “sistema analítico” requieren esfuerzo, nuestra forma habitual de interactuar con el mundo muestra lo que Keith Stanovich denomina “tacañería cognitiva”, lo que significa que intentamos vivir la vida tanto como podemos basándonos en la intuición, y solo cuando eso falla —cuando se manifiestan las limitaciones de ese modo de resolver problemas— cambiamos a un estilo de procesamiento más exigente y analítico. En otras palabras, pasamos la mayor parte de nuestra vida en piloto automático cognitivo, y solo pensamos intensamente cuando nos vemos obligados a hacerlo.
Esto no es un problema cuando los dos sistemas están de acuerdo. El problema es que a veces discrepan. En particular, los sistemas intuitivos, al ser producto de la evolución, utilizan muchos trucos rápidos y sucios (es decir, heurísticas) para resolver problemas, que funcionan la mayoría de las veces, pero no siempre. Por desgracia, estos sistemas también son, en la mayoría de los casos, incapaces de aprender. Como resultado, aunque tengan errores, no podemos depurarlos. En su lugar, el sistema analítico tiene que intervenir, suprimir la respuesta intuitiva y sustituirla por la respuesta correcta.
A modo de ejemplo, uno de los “errores” más famosos de nuestro hardware se produce en el sistema de “física intuitiva” que utilizamos para predecir trayectorias balísticas. Este sistema es ideal para atrapar pelotas de béisbol y similares, pero en algunos casos específicos genera predicciones erróneas. El más conocido se produce cuando consideramos que un objeto que ya está en movimiento se deja caer. Nuestro sistema intuitivo predice que caerá en línea recta, mientras que en realidad conservará el impulso hacia adelante y descenderá en forma de arco. Este error aparece a menudo en los dibujos de los niños, como en la siguiente representación ligeramente anacrónica de una guerra de asedio, que dibujó mi hijo cuando tenía unos ocho años:
Observemos cómo calcula correctamente la trayectoria de la roca lanzada por la catapulta, pero se equivoca con la bomba lanzada por el avión. Lo sorprendente es que todos y cada uno de nosotros tiene exactamente el mismo error en nuestra mente. La diferencia es que la mayoría de los adultos (¿esperaríamos?) también tienen un conocimiento explícito de la respuesta correcta, por lo que cada vez que nuestro cerebro nos da una intuición incorrecta, conscientemente anulamos esa respuesta y la sustituimos por la predicción correcta. Desgraciadamente, esta anulación cognitiva requiere tanto atención como esfuerzo, con el resultado de que la mayoría de las personas, si se les pidiera que dibujaran correctamente la trayectoria de la bomba, tendrían que detenerse y pensar en ello durante un momento.
Todo esto puede parecer bastante alejado del mundo de la política, pero no lo es. Al igual que tenemos muchas rutinas de hardware dedicadas a interpretar y predecir eventos en el mundo físico, también tenemos un número enorme dedicadas a gestionar las interacciones sociales. Estas últimas también están llenas de errores. Para empeorar las cosas, mientras que las reglas básicas del movimiento físico son las mismas que hace 200 000 años, las reglas de la sociedad humana han cambiado de forma radical. Debido a esto, muchas de las respuestas intuitivas que tenemos ante situaciones sociales, que eran apropiadas en sociedades a pequeña escala, son completamente inapropiadas en sociedades a gran escala. Esto significa que la vida en el mundo moderno nos impone a todos una carga cognitiva extremadamente onerosa.
Veamos un ejemplo concreto. Existe un error bien conocido en nuestro sistema de detección de patrones que nos lleva a sobreestimar enormemente la eficacia del castigo para motivar el cambio de comportamiento en los demás. Dado que tendemos a castigar los comportamientos inusualmente malos y a recompensar los comportamientos inusualmente buenos, la regresión a la media dicta que el castigo irá seguido con mayor frecuencia de un mejor comportamiento y la recompensa de un peor comportamiento. Esto genera la impresión de que, no solo el castigo fue eficaz, sino que la recompensa fue contraproducente. Muchas ideas de “sentido común” sobre los incentivos (como “quien bien te quiere te hará llorar”) son el resultado directo de esta ilusión.
Debido a esto, las personas que realmente estudian el cambio de comportamiento, llevando registros, haciendo un seguimiento del rendimiento y analizando la relación con la recompensa/castigo, terminan desarrollando creencias que contradicen el sentido común. Esto es cierto no solo para los científicos sociales, sino incluso para los entrenadores de animales. Todos tienden a estar de acuerdo en que la recompensa es al menos tan eficaz como el castigo y, en algunos casos, más. Esto genera un importante desfase entre la opinión de los expertos y la cultura pública.
No es difícil ver cómo esta diferencia de opiniones crea una situación que, a su vez, puede ser aprovechada para obtener beneficios políticos en una democracia. La opinión de los expertos sobre el castigo tiende a filtrarse, influyendo en el comportamiento de las élites educativas (y de otras personas que tienden a deferir a la opinión de los expertos). Esto da lugar a una serie de opiniones y prácticas entre esas élites, como la crianza permisiva, la abolición del castigo corporal en las escuelas, un enfoque menos punitivo del delito y la oposición a la pena capital, que básicamente no concuerdan con las opiniones de la mayoría. Esto, a su vez, lleva al público en general a pensar que ciertos problemas sociales persistentes, como la delincuencia juvenil o el desorden urbano, son consecuencia de que diversas instituciones (no solo el sistema de justicia penal, sino también las escuelas y los padres) se han vuelto insuficientemente punitivas. La solución, desde su perspectiva, es una cuestión de sentido común: lo único que hay que hacer es “ser duros” con los infractores. La resistencia de las élites a estas verdades obvias es una señal de que hay algo que no funciona en ellas (por ejemplo, que se han dejado seducir por “teorías sofisticadas”, que se han alejado de la realidad, etc).
Desafortunadamente, hay muchos casos en los que la gente tiene razón al desconfiar de las élites. El razonamiento analítico es a veces un pobre sustituto de la cognición intuitiva. Existe una vasta bibliografía que detalla la arrogancia del racionalismo moderno. Las élites son perfectamente capaces de sucumbir a teorías pasajeras (y, como hemos visto en los últimos años, son susceptibles al pánico moral). Pero en tales casos, no es tan difícil encontrar otras élites dispuestas a defender la causa y oponerse a esas modas intelectuales. Sin embargo, en ámbitos específicos se ha desarrollado un consenso muy duradero entre las élites. Este es más fuerte en áreas en las que el sentido común es simplemente erróneo, por lo que cualquiera que estudie las pruebas o esté dispuesto a participar en el razonamiento analítico acaba compartiendo la opinión de las élites. En estas áreas, al pueblo le resulta prácticamente imposible encontrar aliados entre la élite cognitiva. Esto genera ira y resentimiento, que crecen con el tiempo.
Este depósito de descontento crea la oportunidad que aprovechan los políticos populistas. Los sistemas políticos democráticos son bastante receptivos a la opinión pública, pero siguen siendo sistemas de gobierno de la élite, por lo que hay cuestiones específicas en las que realmente no se ha escuchado a la gente, por muy enojada o molesta que esté. Esto crea un incentivo para eludir a las élites y a las instituciones dominadas por ellas (por ejemplo, los partidos políticos tradicionales), con el fin de aprovechar este fondo de resentimiento y posicionarse como el defensor del pueblo. Lo que llama la atención de los populistas es que no defienden todos los intereses del pueblo, sino que se centran en cuestiones específicas en las que existe una mayor divergencia entre el sentido común y la opinión de las élites, con el fin de defender los puntos de vista del pueblo sobre estas cuestiones.
Desde esta perspectiva, no es difícil entender por qué el populismo puede ser una estrategia política eficaz y por qué se ha vuelto mucho más eficaz en la era de las redes sociales. Como se desprende del título del libro de Kahneman, una característica central de la cognición intuitiva es que es “rápida”, mientras que el razonamiento analítico es “lento”. Esto significa que la aceleración del ritmo de la comunicación favorece el pensamiento intuitivo frente al analítico. Los populistas siempre tendrán los mejores anuncios de televisión de 30 segundos. Las redes sociales amplifican aún más el problema al eliminar todos los filtros, de modo que las élites ya no pueden ejercer ningún control sobre la comunicación pública. Esto hace que sea fácil eludirlos y apelar directamente al segmento agraviado de la población. El resultado es la creación de un entorno de comunicación mucho más hostil para el estilo de pensamiento analítico.
Al analizar las consecuencias de esto, no es difícil ver por qué la izquierda no ha podido sacar mucho provecho de estos cambios, especialmente en los países desarrollados. La gente no se está rebelando contra las élites económicas, sino contra las élites cognitivas. En sentido estricto, se trata de una rebelión contra la función ejecutiva. En términos más generales, es una rebelión contra la sociedad moderna, que exige el ejercicio incesante de la inhibición y el control cognitivos con el fin de evadir la explotación, la marginación, la adicción y el estigma. Las élites han manipulado básicamente toda la sociedad de tal manera que, cada vez más, es necesario desplegar las habilidades cognitivas que poseen las élites para desenvolverse con éxito en el mundo social. (Intenten abrir una cuenta bancaria, alquilar un apartamento u obtener una devolución de impuestos sin recurrir al procesamiento analítico). La izquierda, en la medida en que favorece el progreso, está esencialmente comprometida con la intensificación de las características del mundo moderno que imponen las mayores cargas de autoinhibición a los individuos.
Ver las cosas de esta manera hace que sea más fácil entender por qué la gente se altera tanto por cuestiones aparentemente menores, como la policía del lenguaje. El problema de exigir corrección política en el lenguaje y castigar o marginar a quienes no la cumplen es que convierte cada conversación en una prueba de Stroop, lo que permite a las élites mostrar un autocontrol evidente. Esto requiere que la persona común, al hablar, suprima activamente la palabra familiar que le viene a la mente (por ejemplo, “sin techo”) y la sustituya, mediante un proceso cognitivo explícito, por la palabra recientemente acuñada que ahora se prefiere (por ejemplo, “sin hogar”). Las élites no solo son insensibles, sino que además descartan totalmente la carga que esto supone para muchas personas. Como resultado, al realizar la operación cognitiva con tanta fluidez, no solo demuestran su superioridad, sino que se la restriegan en la cara a los demás. (Desde esta perspectiva, no es de extrañar que la exigencia de los pronombres “ellos/ellas” moleste aún más a algunas personas, ya que la introducción de un pronombre plural obliga a cambiar el verbo, lo que requiere un esfuerzo cognitivo aún mayor).
Este análisis explica por qué el populismo, a pesar de ser una mera estrategia, también acaba teniendo un tono y un contenido ideológico característicos. La clave está en verlo como una estrategia política que privilegia un estilo cognitivo particular.
Este privilegio de la cognición intuitiva (o Sistema 1) genera un conjunto de características diversas que se pueden encontrar en la mayoría de movimientos populistas. A continuación se presenta una lista no exhaustiva:
1. Frustración con las élites en temas específicos. La delincuencia es una fuente constante de frustración, en parte porque las élites, incluso aquellas que se declaran “mano dura”, creen que el castigo debe imponerse dentro de un marco legal. Esto crea una oportunidad para políticos populistas como Rodrigo Duterte en Filipinas, que otorgó a la policía la facultad de llevar a cabo ejecuciones sumarias, y Donald Trump en Estados Unidos, que autorizó explícitamente el retorno a la “justicia callejera” por parte de las fuerzas policiales urbanas y ha utilizado al ejército estadounidense para llevar a cabo ejecuciones sumarias (hasta ahora solo en aguas internacionales). Hay otras cuestiones en las que surgen desacuerdos similares, siendo las más importantes en este momento la inmigración y el comercio internacional. Los economistas, por ejemplo, entienden que un arancel sobre las importaciones equivale a un impuesto sobre las exportaciones, pero es difícil imaginar que más del 20 % de la población esté dispuesta o sea capaz de seguir la cadena de razonamientos que lleva a esta conclusión. Del mismo modo, el hecho de que la inmigración no genere desempleo, ya que aumenta tanto la oferta como la demanda de mano de obra, es muy poco intuitivo y, sin embargo, lleva a las élites a adoptar una visión mucho más informal sobre los efectos de la migración en el mercado laboral que la que tiene el público en general. (Las élites empeoran aún más las cosas al moralizar este desacuerdo, sugiriendo que la postura pública debe estar motivada por el racismo. De este modo, se presentan no solo como más inteligentes, sino también como moralmente superiores al resto de la sociedad).
2. Problemas de acción colectiva. Los populistas nunca se han encontrado con un problema de acción colectiva que no se hayan sentido inclinados a empeorar (por ejemplo, el cambio climático). Esto se debe a que, cada vez que ocurre algo malo, existe el impulso de culpar a otra persona, pero en un problema de acción colectiva, ¡los efectos negativos que uno sufre realmente son culpa de la otra persona! La trampa es que la situación es simétrica — los efectos negativos que ellos sufren son culpa de uno. Por tanto, para salir de la situación se requiere la percepción cognitiva de que ambos deben parar y abstenerse de aprovecharse a pesar de los incentivos. La intuición, por otro lado, sugiere que la respuesta correcta es castigar a la otra persona y, dado que la mejor manera de hacerlo suele ser desertando, la respuesta intuitiva no es más que una fórmula para transformar un problema de acción colectiva en una carrera hacia el abismo. Por eso las civilizaciones caen en la barbarie y no al revés.
3. Estilo de comunicación. Una característica muy destacada de los políticos populistas es su estilo de hablar, que tiene un carácter espontáneo y fluido (véase, por ejemplo, el programa de televisión Aló Presidente de Hugo Chávez, que también se podría imaginar perfectamente con Trump). Esto es importante precisamente porque es lo contrario del estilo de hablar controlado y calculado que prefieren los políticos convencionales (para lo que los franceses tienen un término perfecto: langue de bois). Por eso, una gran parte de la población percibe a los políticos populistas como más “honestos”, incluso cuando todo lo que sale de su boca es mentira. Las élites suelen centrarse en el contenido de lo que se dice e ignoran la forma en que se dice. A menudo, esto se debe a que ellos mismos emplean un estilo de expresión controlado, por lo que no les molesta que otros lo utilicen. Sin embargo, al escuchar a Donald Trump, queda perfectamente claro que lo que dice es exactamente lo que piensa. De hecho, es obvio que carece de la autoinhibición verbal necesaria para hablar de otra manera. Esto es lo que lleva a la gente a confiar en él, especialmente si se basan en señales intuitivas, en lugar de en una evaluación analítica, para determinar su credibilidad. (El uso de la vulgaridad es otra táctica común de los políticos populistas para demostrar su falta de inhibición verbal. Los políticos tradicionales a veces intentan imitar esto, sin éxito, porque no se dan cuenta de que no es la vulgaridad, sino más bien la desinhibición, lo que logra el importante efecto comunicativo).
4. Antiliberalismo. A los populistas les cuesta mucho respetar el estado de derecho. Si se escuchan las explicaciones que ofrecen para justificar sus acciones, gran parte de ellas reflejan un sesgo hacia la concreción en su forma de pensar. Creen que el propósito de las reglas es impedir que las personas malas hagan cosas malas, pero como ellos mismos son personas buenas que intentan hacer cosas buenas, no entienden por qué deben estar sujetos a las reglas. Les resulta enormemente difícil tratarse a sí mismos y a los demás partidos políticos de forma simétrica. (Los estadounidenses están siendo actualmente objeto de una demostración incesante de esto.) Desgraciadamente, como sabemos quienes enseñamos filosofía política liberal, hay una hazaña esencial de abstracción en la base de todos los principios liberales. John Stuart Mill lo describió como un rechazo de la “lógica de los perseguidores”: “que podemos perseguir a otros porque tenemos razón... pero ellos no deben perseguirnos porque están equivocados”. La misma hazaña de abstracción está presente en muchas otras protecciones liberales. Por ejemplo, los populistas a menudo se quejan de que los abogados “defienden delincuentes”. Se requiere una representación cognitivamente disociada para ver que los abogados defienden a personas que están acusadas de un delito, e incluso si muchas de estas personas son de hecho criminales, uno no puede describirlas como tales hasta después de que se haya tomado esa determinación, a través de un procedimiento que requiere representación legal. De igual manera, a los populistas les resulta extremadamente difícil seguir las normas sobre conflicto de intereses, ya que estas suelen estar diseñadas para evitar que las personas se encuentren en situaciones en las que su juicio pueda verse influido indebidamente. Esta construcción hipotética es inaccesible a la intuición, lo que genera un fuerte deseo de permitir el comportamiento siempre que no sea realmente malo.
5. Teoría de la conspiración. Mucha gente se ha preguntado por qué los populistas se sienten tan atraídos por las teorías de la conspiración, o el pensamiento “conspiracionista”. De nuevo, esto es una consecuencia directa de privilegiar el pensamiento intuitivo. El sesgo natural de la mente humana tiende a creer en las teorías de la conspiración, mediante una combinación de apofenia, detección hiperactiva de agencia y sesgo de confirmación. La sospecha racional se logra mediante la posterior imposición de procedimientos de prueba explícitos, diseñados para eliminar falsos positivos. En otras palabras, requiere la supresión activa de las ideas conspirativas. En la medida en que los populistas rechazan el estilo cognitivo implicado en dicha anulación, se exponen a diversos patrones de pensamiento irracionales. Al ser criticados por las élites, muchos tienden a doblar sus apuestas en el conspiracionismo, porque el estilo cognitivo que se les impone es precisamente lo que más odian de las élites.
Esta es solo una lista rápida; se podría añadir mucho más. En particular, no he dicho mucho sobre el populismo de izquierda: por qué funciona en los selectos casos en que ha funcionado, pero sí por qué es poco probable que funcione en las sociedades democráticas ricas de hoy. Para quienes estén interesados, escribí un libro sobre esto hace aproximadamente una década. Allí me centré en explicar el auge del “conservadurismo de sentido común”, no específicamente del populismo. Desafortunadamente, se publicó antes de la elección de Trump, por lo que se volvió obsoleto rápidamente. Consideré producir una edición actualizada, pero decidí que sería demasiado trabajo. Sin embargo, el libro contiene un desarrollo significativo de todas las afirmaciones anteriores, para quienes estén interesados en utilizar la psicología de proceso dual como marco analítico para comprender mejor las fortalezas y debilidades del populismo.
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Publicado en De Avanzada por David Osorio | ¿Te ha gustado este post? Síguenos o apóyanos en Patreon para no perderte las próximas publicaciones





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