El 1° de noviembre del 2014, Brittany Maynard acabó con su vida, tal como había decidido cuando se le diagnosticó glioblastoma.
Y la Iglesia Católica está atacando a Maynard (qué decoro el de ellos) por decidir sobre su vida y su cuerpo:
El director de la Academia Pontificia para la Vida, monseñor Ignacio Carrasco de Paula, calificó el martes de "reprensible" el suicidio de Brittany Maynard, una estadounidense que padecía de cáncer cerebral incurable quien dijo que quería morir con dignidad....
El prelado, máxima autoridad en bioética en el Vaticano, dijo a la agencia noticiosa ANSA que "la dignidad no es poner fin a la propia vida".
Advirtió que no juzgaba individuos, "sino que el gesto en sí debe ser condenado".
No, el gesto no debe ser condenado. Nadie debe vivir indignamente y la Iglesia no es el juez moral de nadie — que primero se pongan al día con los valores del siglo XXI, dejen de proteger pederastas y de fomentar la violación sistemática de niños y luego hablamos.
El cristianismo cree que la vida es un valle de lágrimas, que venimos al mundo a sufrir y pasar miserias, y pueden creerlo libremente mientras no intenten imponerle ese ridículo masoquismo a nadie más, como Maynard.
Merecemos tener una reflexión profunda sobre el suicidio, no esta mamarrachada vaticana.
Si alguien se suicida porque sufre una dolorosa y terrible enfermedad que le imposibilita una calidad de vida medianamente decente y a ti lo único que te importa es la reacción de tu dios, tienes un serio problema de prioridades.
(Imagen: zennie62 via photopin cc)
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