La segunda mitad del siglo XIX en Latinoamérica estuvo marcada por corrientes civilizadoras; en Colombia se conoce como liberalismo radical, que ha sido frustrado sistemáticamente desde 1886 por los reaccionarios.
El Salvador fue un país que corrió con mejor suerte — en el libro La escuela sin Dios, Julián González hace un recuento con lujo de detalles de cómo El Salvador no permitió que sus escuelas fueran infectadas con los delirios católicos. El observatorio del laicismo recopila una reseña del libro:
A diferencia de países como Costa Rica y Colombia, el Estado salvadoreño no retrocedió. La religión fue excluida del plan de estudios desde junio de 1880. La nueva educación cultivó una sensibilidad secular en el infante. La experiencia cotidiana y la observación de las cosas debían ser el punto de partida de la pedagogía. Educar significó conducir al niño desde lo simple hasta lo complejo, desde lo empírico hasta lo teórico. El método de enseñanza lancasteriano cedió terreno a la pedagogía Pestalozzi-froebeliana. El nuevo sistema pedagógico tenía como eje de la enseñanza el desenvolvimiento natural de las capacidades de del individuo.
En lugar de recrear imágenes del cielo y del infierno en el salón de clases, actividad propia de la educación católica, el maestro hizo suyo el reto de forjar un imaginario de nación en los futuros ciudadanos. La patria incluía desde los lagos y volcanes hasta las virtudes republicanas que el ciudadano debía desarrollar. La escuela laica debía formar al ciudadano soldado al estilo romano, es decir, un individuo preparado para defender los intereses de la madre patria frente a cualquier tipo de amenaza. Según informes de la época, algunos niños recibieron rifles de madera para la clase de Ejercicios militares. El alma y el cuerpo debían prepararse para servir a la patria. Se abandonó la lealtad hacia Dios por la lealtad hacia el Estado.
Las raíces de la nueva cultura escolar estaban en la enseñanza del catecismo político, el cual comenzó a impartirse en 1874. El niño aprendía en dicha materia los principios del sistema político moderno. Tiempo después, cuando se decretó la escuela laica, la Iglesia empleó la prensa moderna para combatirla. Alegó que los próceres dejaron una Centroamérica católica y que, por tanto, debía conservarse como religión oficial. La Iglesia aseguró que la libertad de culto junto con la escuela laica eran graves atentados en contra del orden, la paz y las buenas costumbres.
No seré yo quien recrimine el combate activo contra el reclutamiento religioso infantil, pero creo que se les iba la mano con eso de inculcar los más altos intereses nacionales por encima de cualquier cosa; el nacionalismo es una de creencia irracional casi tan desagradable como la religión, e igual de tóxica.
En todo caso, El Salvador lleva más de un siglo de ventaja frente a otros países de la región, que cedieron a los embates religionistas y no han dejado de pagar el precio desde entonces.
(vía Pequeño Hereje | Imagen: teraflops via photopin cc)
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