Uno pensaría que es de perogrullo: a los niños no se les pega, nunca, bajo ninguna circunstancia, por ningún motivo. Entonces, el papa Francisco lo justifica y cuando uno lo critica, aparecen, incluso, quienes habiendo desechado la idea de dios no han podido deshacerse de la carga cultural retrógrada del cristianismo.
Y es curioso, porque estas personas harán todo tipo de gimnasia mental para justificar el abuso infantil. Voy a saltarme los argumentos religionistas (de que defendemos a los niños sólo por atacar al Papa) y otros ataques personales que no merecen consideración alguna.
Experiencia personal
Uno de los argumentos expuestos fue el de la experiencia personal. Algunos confesaron tener padres abusadores y señalaron que no terminaron siendo en delincuentes, mientras que otros tantos mencionaron algún amigo que nunca fue abusado y que murió por sobredosis de cocaína o con tres tiros en la cabeza.
Lo primero es que la experiencia personal no es evidencia de nada. Es muy chistoso que alguien diga que salió divinamente cuando no podemos ir a una realidad alternativa y compararlo con su versión no-abusada.
En el 2010, un estudio por investigadores de la Universidad de Tulane encontró que "el uso frecuente del castigo corporal cuando el niño tenía 3 años de edad se asoció con un mayor riesgo para niveles más altos de agresión infantil cuando el niño tenía 5 años de edad", después de haber controlado las variables de tendencias agresivas de los niños, la violencia entre padres, y niveles de estrés de las madres.
Las estadísticas de abuso infantil revelan que los niños que sufren maltrato son 59% más propensos a ser arrestados siendo adolescentes, 28% más de propensos a ser arrestados cuando son adultos, y un 30% más propensos a cometer crímenes violentos.
Sencillamente, quienes aseguran que recibieron castigos corporales y que son personas decentes, habrían salido muchísimo mejor si no hubieran recibido ningún castigo corporal — quien sabe, hasta podrían ser ciudadanos civilizados que no justifican el abuso infantil en ninguna de sus formas.
¿Una nalgada no hace nada?
Por supuesto, tampoco faltó quien dijera que una nalgada no era problemática, como sí lo sería darle una paliza al niño o dejarle un ojo morado.
Sin embargo, la mejor evidencia disponible —o sea, la suma condensada de 20 años de estudios— señala que todos los castigos corporales, nalgadas incluidas, son potencialmente dañinos para el desarrollo a largo plazo.
El estudio de Tulane —que fue publicado en Pediatrics— también toca el tema y es bastante tajante al respecto:
Los hallazgos actuales sugieren que incluso las formas leves de castigo corporal, como las nalgadas, aumentan el riesgo de comportamiento agresivo incrementado del niño. Es importante destacar que estos resultados no pueden atribuirse a los posibles efectos de confusión de una serie de otros factores de riesgo de crianza materna.
Esto tiene explicación. Los castigos corporales provocan la liberación de cortisol. Altos niveles de cortisol (hormona que se libera en respuesta al estrés) podrían causar cambios permanentes en el cerebro, como dañar redes neuronales, lo que contribuiría a la vulnerabilidad y las enfermedades mentales.
Otros estudios han encontrado que los niños que son castigados físicamente liberan mucha oxitocina cuando están en situaciones estresantes, como forma de hacer frente al maltrato. Esta respuesta hormonal podría causar cambios permanentes a su sistema nervioso, alterando su sentido del peligro y las amenazas.
Lo único que los niños aprenden con las nalgadas (y demás formas de castigo corporal) es a no tener claros los límites, y que no tienen derecho a la integridad. Además, al interiorizar la angustia y la agresión como parte de su vida cotidiana, los niños pueden ver afectadas sus capacidades emocionales y cognitivas, ya que adaptarse a la situación es el único mecanismo de defensa que les queda.
El maltrato infantil también está fuertemente asociado con muchos efectos físicos crónicos, incluyendo la subsiguiente mala salud en la infancia, la adolescencia y la edad adulta, con tasas más altas de enfermedades crónicas, comportamientos de salud de alto riesgo y menor esperanza de vida. Los adultos que han experimentado abuso o negligencia en la infancia son más propensos a sufrir de dolencias físicas tales como alergias, artritis, asma, bronquitis, presión arterial alta, y úlceras, es posible que haya un mayor riesgo de desarrollar cáncer más adelante en la vida, así como una posible disfunción del sistema inmune.
Prevención de crímenes
Muchos de los que justificaron el abuso infantil argumentaron que el maltrato corporal es disciplina y que produce ciudadanos éticos y honestos (ya vimos que es al contrario).
Resulta que los países que primero prohibieron cualquier forma de maltrato infantil fueron Suecia y Noruega (en 1979 y 1987 respectivamente) y, siguiendo la conclusión lógica de los apologistas del abuso infantil, sus tasas de criminalidad tendrían que estar por la estratosfera... y no es así.
Para terminar, quiero agradecer a mi amigo Ricardo García, por ponerme en la pista sobre algunos de los estudios que menciono aquí.
Ya había tocado este tema y creo que la conclusión de entonces sigue siendo válida hoy:
Es curioso cómo las nalgadas hacen parte de ese universo de comportamientos que son delitos si los cometen extraños (con niños y adultos), pero no lo son cuando los cometen los padres.
Idealmente, las nalgadas deberían quedar relegadas a las relaciones entre adultos que han dado su consentimiento para ellas
(Imagen: Cuito Cuanavale via photopin (license))
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.