miércoles, 30 de noviembre de 2016

Por qué odian a los ateos



En septiembre de 2015 se publicó un estudio de Corey Cook, Florette Cohen y Sheldon Solomon que demostró que el sentimiento de odio y desconfianza hacia los ateos —la ateofobia, pues— nace de la angustia existencial que les produce la idea de que tengamos razón, y su amigo imaginario y la vida después de la vida de hecho sean inventos.

Rosa Rubicondior ofrece una buena explicación del artículo:

Se pidió a un grupo de estudiantes de Staten Island, Nueva York, que identificara su afiliación religiosa. Aquellos que se identificaron como ateos fueron excluidos del análisis. Los otros se dividieron en dos grupos, a uno le dieron un cuestionario en el que se les pidió que pensaran sobre su propia muerte, qué les pasaría y cómo se sentían al respecto. El segundo grupo recibió un conjunto paralelo de preguntas sobre dolor extremo.

Luego, se le pidió a ambos grupos que completaran un cuestionario diseñado para evaluar su actitud hacia los ateos y los cuáqueros. En todos los casos, el grupo que había estado contemplando su propia muerte inmediatamente antes tuvo una actitud más negativa hacia el ateo que el grupo que había estado contemplando el dolor extremo. Las actitudes hacia los cuáqueros se vuelven más positivas en la mayoría de los casos y siempre más con el grupo de "muerte" en comparación con el grupo de "dolor".

Hubo un claro aumento de antipatía hacia los ateos y de aprobación hacia los cuáqueros al contemplar la muerte en comparación con aquellos que contemplan el dolor. Contemplar su propia muerte había aumentado la polaridad del grupo. Esto no tenía nada que ver con lo que ningún ateo había dicho o hecho en realidad, y a partir de las estadísticas de criminalidad podemos ver que los ateos tienden a ser menos delincuentes y socialmente más responsables que los religiosos.

La gente encuentra amenazantes a los ateos no por lo que los ateos realmente hagan o podrían hacer, sino porque socavan los elaborados esfuerzos para hacer frente al miedo a la muerte. Al demostrar que viven vidas perfectamente felices, libres del miedo a la muerte (lo cual no es lo mismo que el temor a morir, que toda persona racional tiene), el ateo obliga a los cristianos a afrontar la idea de que tal vez después de todo no haya vida después de la muerte, así que la muerte realmente es el fin sin esperanza de nada mejor. También significa que no tiene ningún sentido vivir tratando de asegurar algo bueno en el Más Allá. En otras palabras, la considerable inversión que la gente ha hecho en la creencia de que hay una vida después de la muerte y que se puede vivir de tal manera que se puede influir en qué tipo de vida después de la muerte tienes, es un desperdicio.

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Esto evoca la hostilidad hacia el "mensajero", en este caso el ateo que no necesita decir o hacer nada más que parecer estar viviendo una vida perfectamente feliz, la cual, en vista de que el doliente no puede confrontar, el terror es interpretado como desconfianza y racionalizado. El ateo no tiene conciencia y representa el mal; el ateo no tiene ninguna moral.

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Ahora resulta obvio por qué tantos cristianos "amorosos" están tan profundamente prejuiciados contra los ateos; no es que piensen que nos equivocamos, ¡es que están literalmente aterrorizados de que tengamos razón!

La aversión a perder toda la inversión emocional que los creyentes han puesto en sus dogmas genera automáticamente intolerancia contra quienes no necesitamos grilletes intelectuales para llevar vidas gratificantes.

Ciertamente no es una ecuación agradable para los ateos, aunque tampoco para los creyentes — su creencia es fuente de una gran cantidad de estrés y terror. Ellos también son víctimas de sus creencias irracionales.

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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