Tal como lo explica Nicolle Flint:
Las actitudes de los verdes frente a la tecnología transgénica representan a lo sumo un conservadurismo pintoresco y en el peor de los casos, imperialismo cultural verde. La oposición al cambio es, por supuesto, inherentemente conservadora. Pero los que buscan limitar a los países en desarrollo a los antiguos métodos de producción y variedades de cultivos, aunque no son especialmente rentables ni productivos, exhiben una condescendencia cultural inexcusable....
Stewart Brand, descrito por algunos como un "ideólogo ex-ambientalista", lo resume perfectamente en su libro Whole Earth Discipline: "El movimiento ecologista ha hecho más daño con su oposición a la ingeniería genética que cualquier otra cosa sobre la que hemos estado equivocados. Hemos matado de hambre a las personas, obstaculizado la ciencia, dañado el medio ambiente natural, y le negamos a nuestros propios profesionales una herramienta crucial". Ahora el movimiento verde debe decidir si quiere usar lo mejor de la ciencia y la tecnología para ofrecer resultados humanos y ambientales reales.
La agenda verde ha tratado de convencer al mundo -y en particular a los países en desarrollo- que la agricultura orgánica o "agroecología" es la única forma aceptable de producción de alimentos. Esto es, por supuesto, la misma agricultura orgánica que por 10.000 años entregó hambrunas e inestabilidad constante de alimento. El premio Nobel Norman Borlaug, quien dirigió la revolución en ciencia vegetal de 1960, observó que la agricultura orgánica sólo puede alimentar a cuatro mil millones de personas, por lo que preguntó cuáles dos mil millones de personas se ofrecerían a morir
Curiosamente, la mayoría de antitransgénicos suelen ser relativistas culturales.
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