En un soberbio artículo, mi amiga Ana Vélez explica por qué no sirven las dietas para adelgazar — un artículo sobre el tema tan completo, claro y conciso hacía falta. Aquí el fragmento central:
Casi todas las dietas para bajar de peso son efectivas, pero a corto plazo. Unas son mejores que otras, claro, y algunas son verdaderamente peligrosas. Si perder peso es difícil, mantenerse en el nuevo es casi imposible, y las razones son las siguientes:
Es importante lo que comes (pues la ingesta de azúcares hace todavía más difícil la pérdida de peso), pero en últimas, lo definitivo es que la cantidad de calorías que consumes sea menor que la que tu cuerpo necesita, solo así vas a lograrlo. Sentir un poco de hambre no es agradable; además, cuando se ha hecho dieta durante varias semanas, el apetito aumenta, el deseo y la avidez crecen, y el monstruo contra el que estabas luchando se vuelve más grande y fuerte.
Cuando se empieza a perder peso, las hormonas que regulan el apetito sufren modificaciones. Las que se encargan de indicar que ya estamos llenos, y que inhiben la ingesta de más alimentos, como la leptina, el péptido YY, el GLP-1, la colecistocinina, y la amilina, disminuyen cuando perdemos peso. La orexina y la ghrelina, que estimulan el hambre, se incrementan. El que hace dieta se descubre pensando en la comida en los momentos más inesperados. Y no es solo que piense con más frecuencia en la comida, es que el deseo se va centrando en aquellos alimentos ricos en nutrientes y calorías (un pedazo de torta con crema). El cuerpo le hace trampas a la mente. Además, el cerebro activa los mecanismos de recompensa, así que al ingerir un alimento calórico el placer se duplica. Por eso dicen que el mejor condimento es el hambre.
Poseemos mecanismos para restaurar el peso perdido, diseñados por siglos de evolución, que no se dejan vencer con la mera voluntad. Aquel que se pone a dieta sufre cambios metabólicos con el objetivo de gastar menos calorías: siente frío y desaliento. Basta que la temperatura del cuerpo baje un poco, y el ahorro de energía es enorme. Movernos menos y estar menos dispuestos a hacer ejercicio sí que ayuda a ahorrar calorías. La voluntad para hacer ejercicio disminuye con la dieta, pues el que consume menos desea gastar menos. Las cosas no paran ahí: la tasa metabólica en reposo baja (es la cantidad de energía que el cuerpo utiliza mientras está en reposo). Todos los cambios ocurren a favor de la recuperación del peso perdido, del tiempo perdido.
Otro cambio fisiológico producido por la pérdida de peso es el aumento de sensibilidad a la insulina. Aunque es algo positivo, tiene su costo: deja a las personas más vulnerables a la recuperación de peso. La insulina se produce en el páncreas, y de allí va al torrente sanguíneo. Su principal objetivo es permitir que la glucosa fluya a través de este, así las células toman esa glucosa para obtener energía. Ser resistente a la insulina significa que la glucosa no puede entrar en la célula, y por tanto se queda en el torrente sanguíneo; es cuando decimos que la persona tiene alto el azúcar.
La investigación experimental ha demostrado que el aumento de sensibilidad a la insulina, después de la pérdida de peso causado por la dieta, predice la cantidad de peso que la persona finalmente va a recuperar. Los investigadores consideran que la recuperación de peso no depende solo de este factor, también de la reducción en el gasto de energía, ya mencionado.
El mecanismo para regular el peso es distinto en todos, por eso hay flacos y hay gordos. Esas regulaciones no dependen de la fuerza de voluntad, no son solo sicológicas, ni estriban en los hábitos, son sobre todo genéticas y biológicas. Los mecanismos complejos no se dejan modificar con mecanismos sencillos. Para ser gordo se necesitan la tendencia preexistente a ganar peso y la biología adecuada. La biología del peso depende de: la combinación de genes, los procesos metabólicos, los procesos hormonales, los procesos neurológicos, las bacterias que viven en el intestino, la alimentación, la cantidad de ejercicio que se realiza, el placer que se siente por la comida o por estar flaco (casi siempre el placer de comer es mayor que el de estar flacos).
Si les gustó el artículo —hablando de calidad, aunque entiendo que el contenido pueda ser desalentador para algunos— les recuerdo que hace un tiempo entrevisté a Ana como parte de la serie de Entrevistas Ateas — no se la pierdan.
(imagen: Pixabay)
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