lunes, 22 de junio de 2015

Más críticas a la encíclica 'ambiental'



Apenas salió la 'encíclica ambiental' del papa Francisco, muchas personas —incluso ateos— lo ensalzaron sin detenerse a analizar sus palabras. Así, supuestos progresistas terminaron promoviendo una encíclica que arremete contra el aborto y los anticonceptivos.

Afortunadamente, las voces de la razón han empezado a notar los puntos flacos de la dichosa 'encíclica ambiental'. El primero fue Lawrence Krauss en una columna invitada para Scientific American:

Estos comentarios de alguien que es visto como un guía espiritual por miles de millones de católicos son oportunos y bienvenidos. Sin embargo, una encíclica no sería una encíclica sin teología, y es ahí donde surgen los problemas. En un capítulo titulado "Evangelio de la Creación" Francisco reflexiona poéticamente sobre la naturaleza del hombre, el misterio del cosmos (mi propia área de estudio) y la especial obligación que tienen los cristianos de respetar la naturaleza, la humanidad y el medio ambiente. Está muy bien presentado y suena bien en principio. Sin embargo, su análisis bíblico lleva a la falsa conclusión de que la anticoncepción y el control de la población no son estrategias adecuadas para ayudar a un planeta con recursos limitados.

Aquí, la ideología subsume el empirismo y el inevitable conflicto entre ciencia y religión sale a relucir. Se puede argumentar hasta quedar morado que Dios tiene un plan preordenado para cada cigoto, pero el simple hecho es que si uno está preocupado seriamente por el medio ambiente a escala global, la población es un problema. Una población de 10 mil millones para el año 2050 será probablemente insostenible a un nivel en el que todos los seres humanos tengan una alimentación adecuada, agua, medicinas y seguridad. Además, como debería apreciar especialmente este papa, los problemas ambientales que crea la sobrepoblación también afectan desproporcionadamente a aquellos en los países pobres, donde el acceso a los anticonceptivos y el aborto a menudo son limitados. En última instancia, el camino más seguro para salir de la pobreza es empoderar a las mujeres para que controlen su propia fecundidad. Al hacerlo se les permite que provean mejor para sí mismas y sus hijos, mejorar el acceso a la educación y la asistencia sanitaria y, finalmente, crea incentivos para la sostenibilidad del medio ambiente.

Jerry Coyne comentó el asunto con Steven Pinker, quien encontró más problemas en la encíclica:

No son sólo los derechos reproductivos. El pontífice continúa en la milenaria tradición católica de vilipendiar la tecnología, el comercio, y que la gente común disfrute los frutos del progreso material. Así que le echa la culpa a la economía y el consumismo. Pero la solución al cambio climático no es moralizar desde lo alto e implorarle a la gente —en particular a los pobres con quienes él dice simpatizar— que aprendan a ser abstemios por el bien común y prescindan de calefacción central, luces eléctricas, y transporte eficiente. Miles de millones de personas no harán eso. Ni siquiera el Papa —especialmente no el Papa— va a hacer eso. La solución es económica y tecnológica: un impuesto al carbono global, e inversión en el desarrollo de nuevas tecnologías energéticas. El Papa no muestra signos de reconocer esto, porque no les otorga ni a él ni a su iglesia ningún rol especial.

Nick Cohen, en The Guardian, también denunció el razonamiento defectuoso en la encíclica:

El Papa no dice que los pobres deban seguir siendo pobres para mostrar su gratitud al Todopoderoso o por el bien del medio ambiente. Más bien, él esquiva la pregunta de qué pasará a medida que las poblaciones en constante expansión de los países pobres se hagan más ricas. Exige la promoción del control de la natalidad —no el aborto o la eugenesia, simplemente la anticoncepción— y ya te estás "negando a enfrentar" la inequitativa distribución de la riquezadel mundo, escribe él. Terminemos con "el consumismo extremo y selectivo" del mundo rico y —¡eureka!— "el crecimiento demográfico es totalmente compatible con un desarrollo integral y compartido".

Todo sobre su argumento es resbaladizo. Incluso si los países ricos están preparados para redistribuir la riqueza a los países pobres, nunca he conocido a un activista secular contra la pobreza que no crea que la educación de las mujeres y darles el control de su fertilidad sea la mejor manera de reducir la pobreza. Más pertinentemente, el Papa no está en contra de control de la natalidad porque crea en la redistribución de la riqueza, sino porque la doctrina católica dice que debe condenarlo.

Mark Lynas, el activista ambiental, además cuestiona el discurso light del Papa, en el que demuestra no tener ni pajolera idea de lo que habla:

El Papa no ve ningún progreso. En su lugar, ha sido una larga caída del Edén. "La tierra, nuestro hogar, está empezando a parecerse cada vez más a una inmensa pila de inmundicia", se lamenta.

Mientras el Papa se lamenta de la quema de carbón, petróleo y gas, lo hace sin reconocer que el aumento del consumo de energía en los países en desarrollo es una condición previa para la reducción de la pobreza. Él parece no tener ninguna comprensión sobre compensaciones — o del hecho de que prácticamente todos los futuros aumentos de emisiones de carbono proyectados vendrán del mundo en desarrollo.

Consideremos que mientras que el auge del carbón crea calentamiento global, también libera a las personas de la quema de leña — el humo tóxico del cual murieron cuatro millones de personas el año pasado. Y mientras Europa, EEUU y China se han vuelto más ricos, todos han intensificado los esfuerzos para reemplazar el carbón con [energía] eólica, gas natural, solar y nuclear.

En resumen, el Papa simplemente escuchó que el cambio climático era malo y vio un filón para ganar más seguidores progresistas pocoseso, pero no sólo no tiene ni idea de lo que habla sino que, para rematar, propone soluciones que empeoran el problema.

(imagen: Catholic Church (England and Wales) via photopin cc)

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