viernes, 5 de mayo de 2017

Denunciar a Alejandro Ordóñez



Creo que los últimos dos días constituyeron una de las primeras movilizaciones masivas de ateos que he visto en Colombia. Bogotá Atea emitió un comunicado de prensa en el que no sólo aseguran que van a denunciar penalmente al exprocurador Alejandro Ordóñez sino que, además, facilitaron un borrador de denuncia para que cualquier ciudadano alce su voz — sólo es descargar, poner los datos personales, imprimir y radicar en la oficina de asignaciones de la Fiscalía General.

El tema tiene mucha tela para cortar.

Cómo llegamos a esto es una pregunta que sólo podría hacerse una persona que viva bajo una piedra. En resumen: el ministro Alejandro Gaviria apareció en televisión y dijo lo más obvio del mundo: que se puede llevar una buena vida sin tener amigos imaginarios, y que los funcionarios no deberían imponer sus creencias religiosas en el ejercicio de su cargo.

Ordóñez se tomó la acusación muy personal y, al mejor estilo Trump, se atacó en Twitter a despacharse contra los ateos y repetir la mentirosa y absurda monserga de que quienes vivimos libres de religión, de alguna forma somos éticamente deficientes; afirmación, además, que es demostrablemente falsa.

Hubo respuestas razonablemente bien planteadas, como las de La Pulla, Ricardo Silva Romero y Mauricio García Villegas. El episodio dio pie para que el economista Salomón Kalmanovitz saliera del clóset y reconociera públicamente su ateísmo. ¡Kudos para ellos!

Desde que empecé a escribir este artículo ya había interpuestas varias denuncias contra Ordóñez —y posiblemente haya más desde que lo termine hasta su publicación—. Yo tengo sentimientos encontrados sobre la denuncia masiva: desde que era una propuesta de ley, la dichosa ley anti-discriminación se ha parecido más a una mordaza que a una ley anti-discriminación, y cada vez que se ha sugerido utilizarla porque algún troglodita se fue de lengüilargo en pleno siglo 21, he manifestado mi oposición. Y esto es lo que hace un demócrata: cuando le llega su turno, se aplica el mismo estándar de conducta que cuando era el turno de los demás.

Y aunque yo no denunciaría penalmente a Ordóñez —porque al fin y al cabo me opongo a castigar con cárcel a los deficientes mentales que no pudieron acceder a una educación de calidad y tampoco tuvieron modelos a seguir medianamente decentes nunca en su vida, así que no saben comportarse—, debo admitir que cada vez se hace más difícil ofrecer argumentos en contra cuando los demás ateos se plantean recurrir a la ley anti-discriminación para callar al monigote.

Las instituciones colombianas le han fallado miserablemente a su población atea, y cada vez se hace menos exigible que esta se comporte a la altura de la democracia cuando el resto de la sociedad insiste en rebajarse al nivel de una pocilga rezandera, tribalista y supersticiosa.

Es que el hecho de que lleguemos a este artículo habla toneladas de las cosas que salieron mal. En una sociedad medianamente democrática, Ordóñez no tendría por qué callarse, pues él —y sus compañeros de caverna— no serían más que el hazmerreír de Twitter Colombia. Una sociedad con su sistema de pesos y contrapesos afinado, jamás permitiría que un subnormal de esta calaña llegara a ser magistrado en el Consejo de Estado, Procurador General de la Nación ni candidato presidencial.

Pero todos fallaron sistemáticamente en sus obligaciones democráticas: no lo investigó la Fiscalía cuando el tipo violó la reserva judicial de un expediente para perseguir a una pobre mujer que, ejerciendo sus derechos, había abortado. Mientras tenían un expediente abierto en su contra, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia nominaron a Ordóñez para su segundo período al frente del Ministerio Público — aunque cualquier persona con dos dedos de frente habría entendido que esa nominación obedecía intereses non-sanctos, el Consejo de Estado se demoró cuatro años en ver lo obvio y anular su reelección, cuando ya todo el daño institucional estaba hecho. Y no hay que olvidar todas las veces en que la Corte Constitucional decidió que la ley no estaba por encima de la costumbre (!) y declaró constitucional el privilegio católico, porque es tan chupiguay subvertir el ordenamiento jurídico en nombre de la 'cultura'.

Y si quienes debían velar por el equilibrio del terreno de juego fracasaron de manera tan épica, quienes deberían ser los aliados naturales de los ateos, tampoco se quedaron atrás. Semana tras semana, durante años, hemos leído las columnas de opinión de Mauricio Albarracín, Rodrigo Uprimny, Romero Silva, García Villegas, Ramiro Bejarano, Héctor Abad Faciolince y Daniel Coronell, entre otros, cuestionando y denunciando los excesos de los políticos religionistas que, claramente, quieren imponernos a todos su cuento de hadas. Sinceramente, son pocas las veces han articulado la frase "Colombia es un Estado laico". Si ni siquiera pueden incluir esas cinco palabras de manera constante en sus columnas, ¿qué tipo de democracia conciben o pretenden estar defendiendo? Revisen las respuestas a Ordóñez: ni La Pulla, ni ninguno de los columnistas atinó a identificar el quid de la cuestión. Y el laicismo es lo único que permite que los ateos vivamos en igualdad de condiciones en cualquier sociedad. Sin este no hay democracia, igualdad, ni libertad que valgan.

Los medios también hicieron su parte. Por un lado están los que se convierten en megáfono de cualquier sandez que diga alguien sólo por ser un "líder religioso" —algo que el papa Frank ha aprovechado obscenamente—. Luego están los que van y le preguntan a la Conferencia Episcopal su postura sobre el aborto, la eutanasia, la legalización de las drogas, el matrimonio gay, o la adopción homoparental, legitimando la infección de la política pública con religión, lo que es travestir el oficio del periodismo al servicio de la superstición — curiosamente, nunca se molestan en preguntarles cuáles son sus diferencias políticas con Ordóñez (si es que las tienen). Por último, pero no menos importante, están los medios que ignoran casi por completo el tema del laicismo, como ha sido la lamentable trayectoria de La Silla Vacía —que la última vez rebajó la laicidad del Estado (algo que la Corte Constitucional zanjó en sus buenos años) al nivel de "debate" sobre el Estado laico, e inducía a error a la audiencia dando a entender que hasta ahora la religión no se había entrometido en la política pública—.

Y está el gobierno Santos, que no deja de enviar señales mixtas: hizo foros sobre aborto e igualdad (y de paso construyen la carrera política de Martín), pero invitó trogloditas a participar. Hizo el maltrecho proceso de 'paz' y lo infectó a cascoporro con religión y privilegio religioso. Cuando las turbas de fundalunáticos atacaron a sus ministras Gina Parody y Cecilia Álvarez por su orientación sexual, no movió un dedo para defenderlas; tampoco hizo nada para defender a Gaviria del ataque de Ordóñez. A pesar de que recibió el Nobel de Paz con un gran discurso en el que defendía la democracia liberal, terminó trayendo al país al papa Francisco, un promotor de las ideas más cavernarias en envase hipster —lo que prácticamente es pagar la campaña de la oposición con dinero de los contribuyentes—.

¿Qué herramientas nos quedan a los ateos para defender y hacer valer nuestros derechos? Amargamente, aparece por allá en el rincón esa horripilante ley presuntamente anti-discriminación, y yo no tengo muchas alternativas que ofrecerle a los míos. Sistemáticamente (aunque no necesariamente de manera deliberada), todos los que estuvieron en posición de hacer algo para prevenir que llegáramos a la degradación en la que estamos, simplemente no lo hicieron —o no lo suficiente—.

Lamentablemente, vivimos en un mundo donde el margen de acción de las personas se ve reducido por lo que los demás hagan a su alrededor, y cuando todos empiezan a saltarse las reglas en detrimento nuestro, a veces no nos queda otro remedio que rebajarnos a un nivel que nos permita sobrevivir, antes de exigir un estándar de conducta democrática. La base de lo que conocemos hoy como el imperio de la ley es latinajo dura lex sed lex (dura es la ley, pero es la ley). Y la ley anti-discriminación es ley.

Es una herramienta más que imperfecta, y moralmente defectuosa, porque termina de socavar los escasos cimientos democráticos que había en Colombia. Y ahora veo a los ateos, mi equipo, recurriendo a ella en un desesperado intento de sobrevivir y defenderse de la intolerancia religiosa. Y el silencio ciertamente no es una respuesta. A eso llevan acostumbrados 2.000 años —so pena de quemarnos en la hoguera— pero ahora tenemos voz y voto... y no nos los arrebatarán tan fácil. Esa es la expresión de cientos de denuncias contra Ordóñez. Preferiría que hubiera otra forma —más democrática; mejor dicho una forma realmente democrática— de hacernos sentir, pero después del sistemático fracaso de todas las instituciones que debían velar por la democracia, ciertamente a mí no se me ocurre ninguna.

Así que, aunque yo no vaya a denunciar a Ordóñez, tampoco tengo una alternativa que ofrecer. Tengo claro que las leyes anti-discriminación, y esta en particular, son impulsadas realmente para proteger los sentimientos religiosos y castigar a quienes osan tener ideas socialmente inaceptables. Es la reintroducción de los delitos de pensamiento —y estancar el progreso, dicho sea de paso—, y creo que los ateos deberíamos saber especialmente una cosa o dos sobre el peligro que representan para nosotros estas leyes. Hoy se usa una herramienta inadecuada para sobrevivir, que mañana perfectamente podría servir a su propósito inicial y para lo que fue concebida, y criminalizarnos a todos los que nos atrevamos a hablar contra el dictador celestial de las mayorías.

Creo que no está de más invitar a todos aquellos que han formulado la denuncia contra Ordóñez a considerar que, aunque no hay demasiadas alternativas, en algún punto debemos hacer algo para dejar de ser arrastrados hacia el círculo vicioso antidemocrático que, eventualmente, terminará poniéndonos a nosotros mismos en la mira.

Si tienen alguna sugerencia de qué podría ser, bienvenida — la sección de comentarios está abierta.

(imagen: De la Urbe, Universidad de Antioquia)

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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