martes, 24 de abril de 2012

La ética no es patrimonio de la religión

Daniel Afanador me pasó el link a un artículo en el blog de Luis Mendoza en donde aborda la religión de una manera bastante relajada, en contraste con lo que estoy acostumbrado.

Afandor creyó que yo lo encontraría entretenido pero no fue así. Ahora Luis Mendoza me pregunta que qué me pareció y me veo en la obligación de contestarle.

En principio da la impresión de que Mendoza no escribe mucho sobre el tema y aunque eso hace que su artículo parezca bastante subjetivo, tiene la ventaja de que plantea un punto de vista de alguna forma refrescante. (Por cierto, sí: las religiones son productos y su estructura funciona de manera muy similar a las pirámides).

Sin embargo, ya llegando al final, el último párrafo simplemente no me entró ni en reversa:

Pues, que he de decir...me gusta la idea de que la gente crea en un dios, pues los hace mejores personas y tambien porque creo que eso es como una etica que crea en el ser humano una conciencia sobre las cosas y tambien aprende a saber respetar los gustos de los demas y...tal vez si se dejaran de vivir en esa modita del "Yisus Freik" tal vez aportaran en algo a la paz del mundo.

Eso resulta de lo más ofensivo y el hecho de que sea el único argumento traído con algo de seriedad no hace más que agrandar la ofensa.

Esta falacia es en la que se basan los crédulos para equiparar la creencia en amigos imaginarios con la moral o un comportamiento ético y creo que alguien que se define a sí mismo como agnóstico debería haber superado esta lógica defectuosa hace muchísimo tiempo. No existe ninguna acción moral, buena, ética o admirable que un creyente pueda hacer y que un ateo no pueda igualar. A la vez, la historia está llena de ejemplos de acciones completamente repudiables y execrables que, de no haber sido por la religión, jamás habrían sucedido.

Y es que la cosa no para ahí. Siguiendo el orden de ideas que expone Mendoza, yo necesito un policía para portarme bien. ¡Mejor escúpame en la cara! Yo no necesito ninguna autoridad que me diga qué está bien y qué está mal; he desarrollado mis facultades críticas y he recogido elementos de juicio durante toda mi vida para poder juzgar por mí mismo lo que está bien y lo que está mal, y hace rato estrené mi cerebro.

Como parte de mi cosmovisión he integrado el paradigma de que cada día se puede ser mejor que el anterior y teniendo ese precepto como base, desde hace algunos años vivo muy orgulloso de mí mismo y de mis acciones en general y puedo decir, sin temor a equivocarme, que considero que me he vuelto una mejor persona.

Trato bien a mis congéneres, a mis vecinos, a los demás porque aprecio la raza humana y tengo una indescriptible estima por la vida, porque los demás puedan gozar con esta gran y única experiencia que es venir al mundo. Sólo tenemos esta vida y lo menos que podríamos hacer es intentar sacarle el máximo provecho y colaborarnos los unos a los otros para hacer de esta una mejor experiencia.

Lo siento, pero esa presunción de culpabilidad de que si no hay alguien vigilandome voy a aprovechar para infringir las reglas de convivencia o afectar los derechos o las libertades de los demás se la dejo a los estados fascistas, que en últimas eso es lo que es la religión: fascismo envuelto en superstición.

Muchas gracias por la oferta, pero yo ya me creé mi propia conciencia y la hice libre de amigos imaginarios, de autoritarismo y de aprovechar la oportunidad para actuar incorrectamente y conseguir una ventaja.

Por cierto, como ya lo he dicho antes, no respeto los gustos de los demás. Los dejo que los tengan y practiquen todo lo que quieran la libertad de tenerlos, pero si a alguien le gusta quemar herejes, se jode, yo simplemente soy incapaz de respetar la estupidez.

Le agradezco a Daniel Afanador por la intención, pero que me vengan a decir que la moral es patrimonio de la religión, ese fenómeno que todo lo envenena, que ha sido la primera causa de muertes en toda la historia de la humanidad, y que ya por eso asuman que soy menos que cualquier amputado emocional que depende de cuentos de hadas para explicarse el mundo raya en lo ofensivo.

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