jueves, 19 de abril de 2012

Nepal, paraíso multiculti

Nunca dejo pasar la oportunidad de burlarme de una falacia post hoc ergo propter hoc. Ya saben, esas que dicen que determinadas acciones llevaran a cierto efecto sin que exista el más remoto indicio de una relación de causalidad (o, ni siquiera, relación no causal) entre ambos eventos.

Por ejemplo, eso es lo que pasa en un pueblo del valle de Katmandú en Nepal, en donde le perforan la lengua a un pobre nativo para evitar la ruina del pueblo (?):

La prosperidad de un pequeño pueblo medieval nepalí depende desde hace siglos de una pintoresca tradición: que un lugareño se haga en público un 'piercing' en la lengua con una alargada aguja de hierro.

Desde hace tres años esta responsabilidad la ha asumido el joven Jujubhai Basa, de 31 años, quien este sábado agujereó su lengua en la localidad de Bode, situada en el valle de Katmandú.

"Hago esto para preservar mi tradición y cultura. La primera vez me preocupaba que algo saliera mal, pero ahora ya me siento cómodo", declaró Basa, un maestro de manualidades y artes antiguas en este país acunado en el Himalaya.

Esto le debe estar causando un orgasmo a los relativistas culturales. Tiene todos los ingredientes que les gustan: estupidez, completa falta de capacidad de raciocinio, admiración por el vasallazgo, "tradiciones culturales" que resultan dañinas y que precisamente por eso son puestas en un altar, y un pernicioso costo humano, un sacrificio hecho para darse el lujo de sostener unas creencias que no se basan en la evidencia sino en el pensamiento ilusorio.

Como cabría esperar de los feudales lugareños, las condiciones de salubridad brillan por su ausencia:

En el templo dedicado a Mahalaxmi, diosa de la fortuna, el joven retiró la aguja de su lengua y untó en ella tierra del altar principal.

"Esta es la única medicina que me pongo en el agujero", subrayó Basa, que no había comido nada en los tres días previos a la ceremonia, tal y como marca la tradición, y se limitó a beber agua, cerveza de arroz y licor. La aguja había sido preparada para el ritual un mes antes; primero se untó en grasa durante dos semanas, y después otras dos en aceite de mostaza.

Lo dicho, un paraíso multicultural.

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