sábado, 14 de abril de 2012

El 'machismo' de Marianne Ponsford

Hace unos meses critiqué el enfoque con el que Silvia Alba abordaba el tema del feminismo porque según ella, la publicidad enfocada a los mujeres debería ser igual que la que tiene como público objetivo a los hombres. Por supuesto, yo no podría estar más en desacuerdo y así lo expresé.

Gracias a la evolución, los sistemas de atracción -o mejor, de celo- masculino y femenino tienen diferencias fundamentales insalvables que por muy feminista que uno sea, resulta obtuso pretender ignorar. No pocas veces me he ganado el adjetivo de "machista" (?) por poner esto de manifiesto. Ahora resulta que me encuentro con esta joya de Marianne Ponsford, directora de la Revista Arcadia:

En el extraño y a veces tan absurdo proceso de liberación de la mujer, al carecer de modelos, hemos caído muchas veces en la trampa de creer que para liberarnos, debemos copiar los modelos masculinos. Y se nos ha dicho tanto y tantas veces que la mirada masculina trocea y fragmenta el cuerpo femenino, que creemos que debemos hacer lo mismo. Pero la verdad, yo nunca he mirado pedazos de cuerpo en un hombre. Puedo admirar unos ojos, una boca, unos brazos hermosos. Pero ese no es el camino del deseo. Los admiro como se admira un mueble bien hecho. Con un placer meridiano que complace el ojo pero deja a la emoción completamente indiferente. Me da igual.

Si un timbre de voz extraordinario emite palabras estúpidas, la belleza de ese timbre se evapora casi de inmediato. Si una gestualidad interesante acompaña solo tonterías, el gesto se convierte en mueca. Yo miro el resultado.

Uno nunca se come un bloque de mantequilla. Ni una cucharada de harina cruda. Ni se traga diez pastillas de cocoa amarga. Pero uno sí se come feliz un pastel de chocolate. Es lo mismo. A uno le gusta una mirada, no por el color exacto de unos ojos, sino por esa exacta forma de mirar. Por lo que uno cree que dice esa mirada. Por lo que dice esa mirada mientras por la boca se dibuja una mente, una vida, una postura ante el mundo, un talante, mientas ese cuerpo mueve las manos de cierta manera, mientas hace café.

Uno mira individuos: la particularidad de ese otro, lo que lo hace único. Y es una suerte enorme. Porque así la belleza es una e infinita y se descubre y se construye cada vez. Se reinventa cada vez. Es nueva cada vez. Uno mira la camisa que elige ponerse. Uno mira las palabras que elige decir. Uno mira los gestos, los del cuerpo y los del carácter. Uno mira esas cosas. Uno mira una red de vasos comunicantes.

Y es mucho más divertido e interesante que mirar un pedazo de un cuerpo. Qué cosa más insípida y pueril, más elemental, eso de que un torso, un trasero, un par de piernas, un omoplato, sea el disparo del deseo. No lo entiendo.

Para el pseudofeminismo idiota, que pretende llevar la igualdad hasta el paroxismo, eso es machista. Para mí, es el siguiente paso del feminismo: reconocer igualdad de derechos y oportunidades, pero entendiendo que existen diferencias, desde lo anatómico hasta lo genético.

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