Normalmente, cuando hay una tragedia, algunos creyentes muestran una faceta muy desagradable que consiste en atribuirle a su amigo imaginario cualquier resultado no-fatal de la tragedia, sin caer en cuenta que lo que realmente están diciendo es que, pudiendo haberla evitado por completo, su dios permitió que la tragedia ocurriera y salvó selectivamente a unos pocos. Por lo general, los más ineptos de los sobrevivientes aseguran que dios los tiene en una misión especial, o son profetas, o alguna otra forma de delirio de grandeza, como ocurrió con Fernando Londoño Hoyos tras el atentado. Otros, simplemente juegan la carta de que dios los salvó a ellos por ser cristianos —o, peor, porque a pesar del saldo de muertos, el dictador celestial prefirió salvar el libro de ficción que relata sus fábulas—.
Esta conducta es moralmente reprochable porque no sólo aprovechan una tragedia para insistir machaconamente en que las personas deben creer en su dios, sino porque son amenazas de muerte tácitas: dios mata a los que no creen en él; lo que debería ser suficiente razón para mandar al carajo a quien sugiera que esta es una buena razón para creer en el dios cristiano.