Ya está aquí la última pieza pseudofeminista de victimismo:
Salía del centro de entrenamiento y caminaba alrededor de 2 cuadras hasta la parada del bus a las seis de la tarde. Caminaba por el corredor casi vacío al lado de una gran vía. De esas caminadas me acuerdo dos momentos memorables de esta violencia urbana. Carros que pasaban más lento a mi lado, y adentro se oía una voz masculina: “¡Estás buena!”. Hombres solos que cruzaban el corredor, miraban para atrás y decían: “Que delicia”. Yo tenía 13 años. Usaba pantalones largos, tenis y camiseta....
Sufrí la adolescencia entera por no comportarme de manera femenina. Por no tener senos. Por no tener cabellos largos y lisos.
Porque a los 13 estaba mal que la desvistieran con los ojos. Pero a los 14 -cuando, aparentemente, perdió todos sus atributos- lo reprochable era que no voltearan a mirarla.
Malo si sí, malo si no. Así es muy cómodo quejarse.
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