Esta semana, un cristiano llamado
Alejandro Ortiz escribió una
columna en la que decía sin tapujos ni ambages algo que ya sabíamos: que el movimiento evangélico realmente está en una guerra contra la población LGBTI y, de paso, declarando objetivos a los ateos, los derechos de las mujeres, la ciencia, el ambientalismo y, por último pero no menos importante, la democracia; como para asegurarse de que el mensaje queda claro: pretenden imponer su teocracia y no se van a conformar con menos.
Como esto era algo que yo ya sabía, en vez de responderle a Ortiz —porque igual no se puede razonar con quien ha renunciado a la razón—, simplemente
señalé lo irónico de que haya personas que se sorprendan por sus declaraciones, y repetí, por n-ésima vez, que la
única forma de impedir este asalto a la democracia es mediante la más estricta y absoluta defensa del laicismo; algo que muchos demócratas y activistas de derechos simplemente parecen aborrecer, ven como un lujo innecesario o dejan de lado... lo que hace que nuestras causas estén perdidas desde ya. Uno no puede pretender que haya vino y, a la vez, quedarse cruzado de brazos cuando imponen la ley seca y llegan las plagas a los viñedos.
Pues la corporación Bogotá Atea se tomó la amenaza de Ortiz más en serio y han publicado una
soberbia respuesta; tiene tanta rigurosidad, que terminan enseñándole a Ortiz un par de lecciones sobre la Biblia — aquí unos apartes: