martes, 25 de octubre de 2016

Lectora de El Espectador defiende laicismo en Colombia



El lunes, El Espectador publicó la carta de una lectora llamada Sara Padilla Vivero, quien hizo una breve pero potente defensa del laicismo en su misiva, llamada Fiestas que no rezamos, con dineros que trabajamos:

[P]ara el Ministerio de Cultura, el uso de recursos públicos para estas actividades se justifica en que ellas ya no corresponden solo al ámbito de la religión, sino también al de la cultura y la tradición: “son manifestaciones que vienen de mucho tiempo atrás”. Si esa es la razón, entonces musulmanes, judíos e indígenas, por ejemplo, tendrían derecho de financiar sus celebraciones religiosas con recursos públicos. Porque para ellos también hay una tradición histórica y cultural antiquísima.

Sin embargo, tal vez lo más peligroso es que el dinero invertido refleja cierta legitimidad política hacia el catolicismo: una bendición del Estado al catolicismo. Pues el reconocimiento público que hace el Estado a través de la financiación de estas actividades se puede tomar como una elección, deliberada y favorable, de los valores y de las ideas que profesa el catolicismo, sobre las demás. Una elección que públicamente margina y excluye a aquellos que no comparten el mismo credo. Una elección que en el futuro podría utilizar esos mismos valores e ideas para incidir, desde otros ámbitos públicos, en la vida de quienes no se ciñen a ellos.

Ya basta de insistir bajo el argumento de que, porque Colombia es mayoría católica, hay que hacer como católicos. Basta de creer que democracia es el sometimiento de las minorías a las tiránicas opciones y decisiones de la mayoría. Basta, más aún, si esas minorías, que no creen, que no asisten y que no están de acuerdo con el credo católico, sacan de su bolsillo para pagarle a un Estado que retribuye mezquinamente.

Hasta la fecha, ninguno de los que defienden que se destinen recursos públicos para patrocinar eventos religiosos ha podido responderme esta pregunta: ¿por qué debería destinarse el dinero que pago de mis impuestos a la promoción de una religión que no sólo no comparto (ni hace parte de mi cultura), sino que además atenta contra todas y cada una de las fibras de mi ser?

Que cada quién crea en lo que quiera pero que, así mismo, lo pague de su bolsillo. ¿Acaso es eso mucho pedir? Yo no espero que el Estado me pague mis hobbies y no veo razón para que tenga que pagar los ajenos.

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Publicado en De Avanzada por David Osorio

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